El próximo domingo 5 de julio, la democracia dominicana, una vez más, será sometida a prueba. Y, la mayor responsabilidad recae sobre los órganos de control, veedores y militantes como la Junta Central Electoral, los partidos políticos, los medios de comunicación, las organizaciones de la sociedad civil, el empresariado las iglesias y el Gobierno. En sí, todos tenemos cuotas de responsabilidad y estamos compelidos a qué de evento “estresante” salga la mejor de las fiestas.
A pesar de todo, para nadie es un secreto que el país está atravesando momentos atípicos y difíciles -coyunturalmente históricos de altísima relevancia: económica, sanitaria, política y moral.
Y la gente está aprendiendo a expresar sus disgustos y lo que desea que se aplique. Por algunas razones resulta que según las encuestas, la mayoría de los ciudadanos no les interesa la intelectualidad, ni el pedigrí de sus políticos, sino la justicia.
Dicho de otra manera, la gente sólo espera, en primer orden, de él que resulte electo presidente de la República Dominicana que no tenga miedo, ni juanetes en los pies y la correa bien puesta en el cinto.
Los disgustados con el tratamiento y administración de justicia representan al 66% de la población que espera tolerancias cero a la impunidad. Desean a un Presidente que no sepa hablar o que hable poco, pero que demuestre interés en socavar, apalear, mitigar y corregir las distorsiones que hay en la Justicia y ponerle, por lo menos, un torniquete a la hemorragia, al saqueo del erario público, al peculado, al soborno y coto a la impunidad. A que defienda con unas y dientes todo intento que pretenda atajar, desviar o disuadir con horribles blasfemias de las peores argucias de grupos que operan clandestinamente desde los tiempos coloniales haciendo cada día más difuso el rol y desempeño de los funcionarios en Justicia.
Cabe señalar que el [mal] comportamiento de los políticos es de conocimiento público, y de Dios. Todo el mundo sabe que la clase política no sólo se muestran deprimidas y agotadas, sino además están podridas. Y, quizá por eso y otras razones podemos apreciar el sentido de la repercusión que habla Daniel cuando señala que Dios quita y pone presidentes en las naciones para bendición o maldición: -2:21-, “Él es quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes; da sabiduría a los sabios y conocimiento a los entendidos”.
En este contexto la política criolla está agonizando y se requiere urgentemente de un buen Presidente. Para explicarlo de una manera llana, la casta política ha sido permeada en el carácter y la voluntad de los políticos para enfrentar gallardamente la corrupción y a los corruptos; y en efecto queda claro que el ideario de los mártires de la patria, en ese sentido, ha sido casi en vano. Sus esfuerzos de libertad quedarían como “perico clavado en la estaca” cuando un Presidente no cumple el mandato del sufragante el voto queda miserablente arropado en banalidad y por defecto la decadencia obstruye toda posibilidad de justicia social.
Hoy lo qué la gente desea y espera es un cambio, no esencialmente de un nuevo presidente o de un líder que resista, o que luche con hermosas disertaciones filosóficas contra la corrupción, no. Lo que la gente espera es el renacimiento del Presidente. Que deje atrás todas las artimañas de doctrinas fundamentalmente populistas. Es un cambio de arriba abajo: cambiarlo todo, aplicar reingeniería. Cambiar las sombras y – hasta- las luces del pasado. Es romper con lo viejo, totalmente. Es tomar el camino de la justicia: "darle al otro lo que le corresponde".