El título corresponde a  un componente de la denominada profesía autocumplida que Robert  Merton, sociólogo estadounidense de origen judío,  acuñó para demostrar cómo las personas en su interacción construyen hechos sociales a partir de creencias compartidas sobre determinada situación, independientemente de que en principio no  sean verdaderas. Me explico: si se lanza el falso rumor que un banco está en un proceso de   quiebra, la gente acude en masa a retirar sus ahorros, y efectivamente el banco quiebra. Se cumplió la profecía.

Merton, con el propósito de ampliar el campo de observación del investigador utilizó la distinción en el análisis sociológico, entre la función manifiesta y la latente.  Probablemente tomando esos conceptos como base, determinados cientistas sociales estadounidenses, acuñaron el término “explosión de las expectativas latentes” para explicar los disturbios en Los Ángeles y otras ciudades estadounidenses, por la absolución a los policías que le propinaron una paliza a Rodney King, un afrodescendiente.

Recientemente, con el asesinato de George Floyd, en Minneapolis, ocurrieron acontecimientos similares. En ambos casos, la agresión a un solo miembro desató la furia de la comunidad, que mantenía represado, latente, el deseo de enfrentar la opresión que por siglos cargaba sobre sus espaldas.

Las denominadas pobladas de abril en 1984 sucedieron en esa lógica. Nadie esperaba (ni siquiera los cuadros políticos que instigaron las protestas) que la población  reaccionara con esa magnitud. En estado larvario estaba el rechazo radical a las restricciones que imponía la firma del acuerdo con el FMI…y explotó.

En la seguridad de que los hechos sociales  se construyen, y un mecanismo es  el empuje inicial de los que establecen la agenda pública a través de los medios y redes de la internet, me preocupa un desenlace no deseado contra los haitianos y dominico-haitianos.

Las noticias e informaciones sobre  algunos haitianos que delinquen en el país, tienen unos giros, unos énfasis, que sin duda acrecentarán los factores negativos en la marca étnica construida desde el principio del flujo migratorio de nuestros vecinos, a finales del el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX.

De hecho, los haitianos,  sirios y libaneses tenían en común los prejuicios para con ellos: hedían, no eran de confiar, promiscuos (vivían en condiciones de hacinamiento) y otros tantos. En de los sirios -libaneses, la mala campaña tenía su origen en los comerciantes que  veían afectados sus intereses por las novedosas formas implementadas por estos inmigrantes en la venta de mercaderías.

Con los braceros haitianos, en cambio, los ataques provenían principalmente desde la élite oligárquica y el poder político que con sus intelectuales orgánicos apostaban a estimular un tipo de inmigración caucásica, de preferencia, blancos con capital.

La diferencia entre ambos es que los turcos (en realidad sirios y libaneses que arribaban al país huyendo de la pobreza y la represión de Turquía ) desde el primer momento trazaron la raya de Pizarro y nunca apostaron al retorno; dominicanizaron sus nombres y apellidos;  conscientemente decidieron no hablar en su lengua en público, y se integraron sin resistencia a la cultura Dominicana. Fue un caso de asimilación voluntaria, situación a la que suelen aspirar las sociedades receptoras. Desarrollaron no sólo el comercio, el buhonerismo, sino que  con el tiempo fueron incidiendo en la construcción de edificios y carreteras. El resultado más reciente es que uno de sus descendiente hoy es presidente de la República.

Con los haitianos fue  distinto. La incipiente industria azucarera moderna le tumbó el pulso a la oligarquía terrateniente. Hasta el gobierno de intervención estadounidense (1916-1924) estimuló su integración a los ingenios.  En la Era de Trujillo, las   dos dictaduras contractualmente se encargaban de asegurar el retorno ( pocos se quedaban) de los braceros  a su país de origen. Mantuvieron el control, entre otras razones, porque garantizaba el negocio para ambos.

En democracia el panorama fue cambiando, y cuando colapsó el modelo agroexportador, la mano de obra haitiana se fue desplazando de los campos de caña a las explotaciones arroceras, la construcción, hotelería, y hoy tiene presencia dominante en los rubros de café y cacao.

También fue cambiando el perfil demográfico inicial. Con la llegada de pobladores urbanos, capas medias, incluyendo estudiantes universitarios,   intelectuales y también un número importante de ricos a los que no se les nota el color porque al parecer el dinero blanquea, la relación de convivencia no la signa el aislamiento en los bateyes.

Ahora la urbe  forma parte de su entorno vital, consecuentemente, no son ajenos a los conflictos que se generan en la marginalidad. No obstante, su integración pacífica a la sociedad dominicana es un signo distintivo.Sin embargo, lejos de borrar la marca étnica que los señala desde el principio como portadores de enfermedades, culturalmente demoníacos, bárbaros, impuros, etc., con el tiempo se les agregan más elementos negativos.

Cuando la teoría de la invasión pacífica ( asentada en la concepción malthusiana de un esperado crecimiento exponencial de su población vs la baja tasa de natalidad en dominicana, se cae, pues  somos nosotros los que más crecemos,  y el número de pobladores se equipara en ambas partes de la isla) se inventan nuevos argumentos. El más reciente es la invasión por el vientre. Con esta nueva versión se matan dos pájaros de un tiro: el rechazo a su presencia y la conculcación de derechos  los dominicanos de origen haitiano .

Por eso, cuando un haitiano delinque y en los medios, especialmente en las redes, se resalta su nacionalidad asociada la supuesta propensión a cometer crímenes horrendos, se siembra un tipo de miedo distinto: el miedo físico. El rechazo se trabaja incorporando otra dimensión: su cercanía mata; aceptarlos es autoliquidarse.

Por eso recurro a Merton. La función manifiesta remite a la presencia no regulada y en número no deseado; pero la función latente está instalada en el miedo; esos miedos se mantienen larvarios en la conciencia colectiva nacional. El temor de que pronto serán mayoría con derechos políticos y poder de decisión,  y además, determinados a realizar un etnocidio como resolución final del conflicto, se expande.

Si continuamos por esos senderos argumentales no me extrañaría que el cualquier momento, a partir de un hecho de delincuencia común, se exacerben los ánimos y se desate una persecución violenta contra los ciudadanos haitianos y dominicanos de origen haitiano, en una dimensión tal que se pierda el control. No olvidemos que actualmente existe otro componente como caldo de cultivo para la emergencia de una solución violenta del conflicto: la angustia general provocada por el tiempo de confinamiento debido a pandemia.

Existen estudios concluyentes en el sentido de que cuando un conflicto cae en la zona de intratable, los grupos reducen las alternativas posibles; se polariza el pensamiento que motiva la acción; la defensiva se torna conducta recurrente, y , sobre todo, se reducen los recursos intelectuales disponibles para abordar el problema.

Preocupados por las relaciones dominico-haitiana, el Servicio Social de Iglesias, junto al economista y sociólogo Luis Vargas,  está dando los pasos para dialogar sobre esa situación. Lo haremos en la Mesa Dominicana de Diálogo sobre Haití y Relaciones Dominico-Haitiana. Un diálogo plural, porque entre otras cosas, no creemos que todas, ni siquiera la mayoría, de las personas reconocidas como los “nacionalistas” son fascistas; como tampoco somos vende patria los  propugnamos una salida distinta.

Son dos visiones, ambas con variantes, no homogéneas, pero que tienen en común la preocupación por el tema. No nos queda más remedio que oírnos, dialogar, y encontrar aquellos puntos que nos unen y nos sirvan de base para propiciar una agenda e influir con ella en la política exterior del Gobierno respecto a Haití.

Creemos además, que es tiempo de pensar la problemática “desde lo dominicano”, es decir, nos corresponde pensar el qué hacer sin depender de la complementariedad de nuestros vecinos. Si en el camino se involucran responsablemente y con determinación, mucho mejor, pero mientras, es nuestra responsabilidad ir un paso adelante.

Quiero pensar en la obviedad de las razones que nos motivan a empezar a caminar solos en esta etapa. En otro artículo podríamos explicitarlas.