El coronavirus es minúsculo y sin embargo ha movilizado a casi todos los poderosos. Se han invertido billones de dólares y, justo es reconocerlo, también se han generado entradas excepcionales en algunos sectores puntuales. Se han beneficiado los vendedores de tecnología y los que venden sus productos a través de las tecnologías de la comunicación.  Se han beneficiado, también, por supuesto, los fabricantes de productos médicos.

Los primeros en tomar responsabilidad por estos costos fue el personal que ofrece servicios de salud, que han puesto más horas y más vidas que ningún otro sector.  Sin conocer todavía bien sus causas, numerosos médicos enfrentaron síntomas de índole diversa que luego fueron identificados como la Covid 19 (el número porque son las dos últimas cifras del 2019, porque en diciembre de ese año empezó a registrarse la enfermedad, aunque ahora hay estudios que, a posteriori, indican la presencia de este virus en el alcantarillado de Barcelona desde marzo).

Más adelante, el 4 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud comunicó que estaba investigando la propagación de una manifestación extraña de neumonía en China.  Desde entonces sus intervenciones no han sido unánimemente acogidas, pero es innegable que esta institución fue la segunda en asumir un nivel de responsabilidad con respecto a lo que todavía no se llamaba ni siquiera epidemia.  El tercer estamento fueron las autoridades chinas, que el 23 de ese mismo mes de enero, decretaron cierre de actividades en las zonas más afectadas.

Y así paulatinamente se fueron sumando primero los médicos y luego las autoridades gubernamentales de casi todos los estados.  De manera más inconexa, dado que funcionamos bajo un sistema de libre empresa, también cantidad de negocios más y menos prósperos que o han hecho aportes o han puesto el sacrificio de su modo de funcionamiento habitual.  Los últimos en sumarnos masivamente a la detención de esta hemorragia gigantesca que sacude al mundo hemos sido los individuos. Al día de hoy son más numerosos los que se desentienden que los que se ocupan proactivamente de prevenir esta enfermedad.  En República Dominicana empezamos temprano a registrar este tipo de comportamiento.  Todos recordamos las declaraciones a la prensa de a una de las primeras afectadas rehusando reclusión hospitalaria y reconociendo dudar de la capacidad del personal médico que la visitó. En otras latitudes, hemos visto comportamientos intolerantes frente a la posibilidad de contagio.

Como cada vez tenemos más afectados en nuestro país, quiero compartir las recomendaciones de personas que me son allegadas y que han asumido con entereza y éxito su propia salud y la de los demás.  La primera es una amiga de hace más de 20 años, diabética desde niña, se tomó la prevención muy en serio, elevando sus defensas a través del manejo del sueño, del estrés y de la ingesta de suplementos vitamínicos. Por supuesto, también a través de la higiene.  Lamentablemente, no todos en su familia fueron tan precavidos y hubo una contaminación que terminó afectando a muchos, pero mientras a su esposo hubo que internarlo y dedicarle mucho cuido, ella vivió una experiencia mucho más leve de la enfermedad.  La primera recomendación, entonces, es estar atento no solo en el mantenimiento de los hábitos de limitación de la exposición con los demás, uso de mascarillas y lavado de manos, pero también en tener un sistema inmunológico fuerte.

Ella no pudo evitar el contagio intrafamiliar, pero otros sí han logrado vivir con enfermos en sus casas sin resultar ser afectados.  En los momentos iniciales hay la tentación de “aprovechar” la enfermedad y contagiarse todos para lograr la inmunidad del núcleo familiar.  Eso funciona para virus leves de trayectoria y tratamiento conocidos como las paperas, la varicela y el sarampión, pero en el caso del coronavirus, donde todavía desconocemos las implicaciones a mediano y largo plazo, donde al momento actual todavía se identifican nuevos síntomas, esto es arriesgado.  Una casa grande ayuda, pero aún con dimensiones reducidas, la especialización del espacio físico y el manejo y lavado separado de ropa y utensilios de comer han sido lo que mis allegados señalan como factores de éxito. ¡Y hubo gente que convivió con personas positivas asintomáticas durante más de cuarenta días y no se contaminaron! Es decir, que hay que ser perseverantes y no dejarse influenciar por el aspecto.  La felicidad en los videos de los pacientes “dados de alta” bien vale la pena el sacrificio.  Algo que me mencionaron a menudo fue que sea quien sea que cocine, la preparación de los alimentos se haga con mascarillas.  Se sabe que la gente no va a aguantar taparse la boca y la nariz perennemente al interior del hogar, pero se puede hacer un esfuerzo por cubrirse en los momentos de mayor riesgo.

Finalmente, tener en cuenta a los demás, cuidarse no solo por la propia salud, sino por el impacto que podamos tener en terceros, porque si no, al final lo vamos a pagar todos  He tenido que dejar de compartir con amigas que evitaron el contacto físico desde que sintieron sospechas la presencia del virus entre ellas. Más hermoso aún, he visto la creación de grupos de donantes de plasma de recuperados.  Como si se tratase de una caravana, es con la participación de todos que se guía la evolución desde la enfermedad a la salud. Estamos frente a la necesidad de distanciamiento físico, pero no social.  No debemos infectarnos, pero sí cooperar en convivir dentro de la seguridad.