Heredé de mi madre, al igual que mi hermano, el amor por los deportes. Desde muy pequeños asistimos y practicamos varias disciplinas deportivas, siempre acompañados de ella. Hoy en día, producto de los deberes, la falta de tiempo, los años y las libras que hemos ganado, solo nos permite disfrutar de éstos desde las gradas, actividad que también llevamos a cabo desde muy temprana edad. Hemos disfrutado y gozado en todos estos años muchas victorias, pero también hemos probado el amargo sabor de la derrota. Ya nuestros hijos nos acompañan y se han vuelto grandes fanáticos de los deportes.

Pero lo que aprendí, siendo deportista y luego como fanático, fueron varias cosas: un juego se puede perder por un error, esto sin importar si fue al principio o al final que se comete. No importa cómo haya transcurrido el juego, si el equipo pierde es por culpa de los árbitros, ésta es la excusa. En una competencia existen dos posibilidades, ganar o perder. Quien gana es el que goza y quien pierde es el que sufre. Pero la enseñanza más grande es que al margen de ser el ganador o el perdedor, el mundo no se acaba y al otro día sale el Sol.

Como dice mami: “Esto también será pasado”