Lo que más nos preocupa sobre estas elecciones presidenciales y congresuales no es tanto quiénes ganarán, sino la posibilidad de que la distancia entre el que quedó en primer lugar y el que quedó en segundo sea tan corta que el segundo impugne los resultados, con lo que pasaríamos semanas en lo que la Junta Central Electoral emite su veredicto final.
Si en primera vuelta, por ejemplo, un candidato presidencial saca un 51% y el otro un 39%, el segundo podría alegar que habría que ir a segunda vuelta pues el primero no llegó al 50% mas 1. Si en una segunda vuelta la diferencia resulta ser menor del 2%, la impugnación vendrá.
Recordemos la impugnación de Leonel Fernández por aquello del algoritmo en la convención de su partido de entonces, el PLD, tema todavía actual, a pesar de haber pasado ya siete meses. Luis Abinader impugnó en el 2016 la victoria de Danilo Medina a pesar de haber existido una diferencia de 26 puntos porcentuales. La corporación peledeísta, después de veinte años usufructuando el gobierno y ante la posibilidad de que algunos de sus dirigentes sean sometidos a la justicia, no es verdad que no impugnará en caso de una pequeña diferencia.
Este problema, de surgir, se vería agravado por dos circunstancias. Primero, que la cantidad de observadores internacionales será reducida, ya que por el virus, aun cuando estos tratasen de venir en aviones privados, tendrían el problema de los catorce días de cuarentena. Ya la Unión Europea anunció que no enviará observadores por lo que el gran árbitro lo será la Organización de Estados Americanos (OEA) con una comisión presidida por el ex gobernante de Chile, Eduardo Frei. El segundo gran problema es que entre la primera vuelta y el 16 de agosto, día de cambio de gobierno, transcurrirían tan solo 41 días. En el caso de que se requiera una segunda vuelta ese plazo se reduciría a 21 cortísimos días.
También nos preocupa que se plantee la ilegalidad de las elecciones debido a un alto absentismo. Nuestro país se había caracterizado por un bajo absentismo de solo un 18% que no votaba en la década de los noventa, pero este ha subido a un 30% en el 2016. Quiere decir que hace cuatro años casi uno de cada tres no votó. El miedo al contagio con el virus puede provocar un absentismo aun mayor, sobre todo entre personas de edad avanzada quienes son las que corren mayor riesgo. Las encuestas indican que los de mayor edad prefieren más a uno de los dos principales candidatos sobre el otro. Otra razón para un fuerte absentismo podría ser el cansancio, ya que tuvimos elecciones en febrero (canceladas) y en marzo y en julio podríamos tener dos más, para un total de cuatro en solo seis meses.
La oposición también podría alegar grandes irregularidades en la campaña electoral, ya que el virus obligó a un toque de queda que ha sido más violado por la candidatura del gobierno que por los candidatos de la oposición.
La posible y que sería muy bienvenida ausencia durante toda la campaña electoral de insípidas caravanas y de primitivas manifestaciones o “mítines”, podrían representar una modernización de nuestra forma de hacer esas campañas, sustituyéndolas con el uso, tal vez abusivo, de las redes sociales y con anuncios a través de la radio, la televisión y los periódicos. Es lamentable, sin embargo, que el candidato oficialista con su negativa impidió un debate electoral, la forma más moderna de contienda electoral. Pero, en contraste, el lanzamiento de aves vivas como regalos por parte de sus correligionarios a desesperados votantes representa una elocuente aunque muy primitiva forma criolla de hacer política.