En la Isla La Hispaniola, no se asesinaba un presidente desde 1961, cuando fue ajusticiado el dictador Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana; y en Haití desde 1915, cuando la multitud se apoderó de Jean Vilbrun Guillaume Samm, precedido en 1912 por Cincinnatus Leconte, abatido en el Palacio Presidencial. Antes o después de estas fechas, las historias del ejercicio del poder político en ambas realidades tienen sus especificidades y convergencias – ahora actualizada el 7 de julio pasado, con el magnicidio del presidente  Jovenel Moïse.

Conspiraciones, inestabilidad política, dictaduras, gobiernos de fuerzas y ocupaciones militares ilustran la historia de ambos países. Aunque los dominicanos presuman de haber alcanzado ciertos espacios democráticos y de crecimiento económico, siguen siendo una sociedad muy desigual. Su nivel de corrupción y desinstitucionalización del Estado alcanza niveles preocupantes, que han permitido a algunos especialistas calificarlo de “Estado fallido.” (Alain Touraine, 2006).

En cambio, Haití permanece sumida en una crísis perenne desde su nacimiento como república independiente en 1804, cuando un puñado de generales se reunieron para fundar una nueva nación sobre las cenizas de lo que fuera la colonia más rica del mundo y el lugar donde el sufrimiento de miles de seres esclavizados subyace en la genética del dolor de un pueblo irredento, después de que los esclavos se levantaran en 1782, haciendo de esta revuelta la más grande que conoce la historia de la humanidad – y la única exitosa.

¿Y si alguna vez, tuviéramos que ir a trabajar a Haití, como les ha tocado hacerlo a los venezolanos ir a Colombia?

Aunque intelectuales como René Depestre afirman “Haití no es una nación Estado, propiamente dicho, pero sí una nación cultural (…). Ni el Estado, ni una verdadera sociedad civil se han desarrollado nunca, pero sí lo hizo la cultura, la pintura, literatura, música. Hay una conciencia cultural y no se puede decir que hay una conciencia nacional.” (Periódico El Cultural, España, 22-1-2010)

Haití no deja de sorprender por su historia y por la calidad de la gente que ha producido y produce: desde Toussaint Louverture a cientos de intelectuales y figuras vinculadas al conocimiento, la diáspora versátil, la formación de sus diplomáticos y funcionarios frente a la dificultad de escoger un presidente que logre ordenar la casa y vencer los desafíos socio económicos, junto a los problemas de gobernabilidad.

Su crisis endémica, de mayor o menor intensidad durante los últimos 217 años, hace de Haití una sociedad calificada de inviable, caótica y/o narco Estado, tomada por el crimen y la inseguridad. No obstante esta disfuncionalidad institucional, el pueblo haitiano sigue en pie en medio de desgracias naturales y humanas – como el reciente asesinato del presidente Moïse, el cual sorprendió al mundo, a pesar de las señales de que cualquier cosa podía pasarle. Esto ha (re)activa una crisis que se viene manejando desde hace años, y que toma formas distintas, esta vez involucrando nacionales de otros países. Mientras que los vecinos dominicanos, excluidos de la trama, muy preocupados, se han volcado en opiniones, interpretaciones y recomendaciones aventureras de lo que deben hacer los haitianos, olvidando que eso lo han creado ellos mismos.

No queda claro lo que deben hacer los dominicanos frente a Haití, a sus relaciones, a la llegada permanente de poblaciones migrantes y a las limitaciones que tiene RD para asumir las crisis cíclicas del subdesarrollo histórico de Haití – desconociendo las implicaciones interétnicas y socio económicas que tiene la presencia haitiana de hoy día en territorio dominicano.

Triste ha sido ver la pasión del desconocimiento de una realidad tan cercana y tan distante, llegándose a escuchar, en el canal 18 de nuestra televisión, opiniones sobre el “asesinamiento” del presidente Moïse… Mientras otros recomendaban una “ocupación militar” o un “fideicomiso”. En el mar de “especialistas” y comunicadores asfixiados por el sensacionalismo de la noticia, se pone de manifiesto la ignorancia total que tienen las autoridades dominicanas, junto al pueblo, respecto al país vecino, su historia y su idiosincrasia, y de lo complejo que resulta gobernarlo: 25 gobiernos diferentes en treinta años.

Algo debe quedar claro: los haitianos no están interesados en ningún tipo de ocupación militar – tras 19 años de presencia norteamericana. Ellos tienen la convicción de poder salir con sus propias alternativas de esta crisis. Lo que obliga respectar su autodeterminación, mientras nos planteamos algunas interrogantes:

¿Y si los haitianos vencieran sus luchas internas y llegaran a un consenso con todos los sectores implicados? ¿Y si los haitianos dejaran de contar con la ayuda internacional? ¿Y si la diáspora haitiana se comprometiera, sinceramente, a ayudar su país? ¿Y si RD asumiera con honestidad el papel que han jugado los haitianos en el desarrollo económico de su vecino país? ¿Y si RD dejara de ser el elemento despresurizante de tensiones sociales, económicas, políticas y poblacionales que se producen donde el vecino? ¿Y si Haití se desarrollara económicamente, basándose en los supuestos recursos minerales y naturales que dicen tener? ¿Y si los haitianos se sublevaran, asumiendo de una vez por todas sus responsabilidades de liberarse de la pobreza, como se liberaron de la esclavitud?

¿Y si alguna vez, tuviéramos que ir a trabajar a Haití, como les ha tocado hacerlo a los venezolanos ir a Colombia?

Ya que vivimos en un mundo donde la incertidumbre es la única certitud, cualquier cosa puede ser posible en estas sociedades de riesgo.