El sol decide enfrentar la madrugada oscura, íntegra, en una batalla que termina ganando no pocas veces. Pienso que podría levantarme sin este sabor a olvido en los labios: sin firmas, ni rodeos, ni oraciones o reproches. Coger la bici, entregarme al asfalto, escapar de estas cuatro paredes, de la memoria de tu aliento justo después de nuestra preferida canción, una flor, una cama, una mesa. Termino, yo, sola y perdiendo.
Escapo al jardín. Así doy muerte a la mañana y a la sombra del viento de ti. Me miro en los espejos de una ciudad que no me refleja; que es mía pero no.
Me calma la esperanza de que dejé tres cervezas congelando en la nevera. Pócima ámbar para el olvido. Para darle pausa al cassette de mi cabeza que sin cesar en la madrugada reitera un vacío, una espera, un calambre de teriquito que anuncia tu saber de chinola, tu beso de fuego, y un archipiélago de islas y pájaros tatuados en tu espalda desde la coronilla hasta tu savia.
