A tiro de piedra de las elecciones de segunda vuelta en Haití, previsiblemente fraudulentas y carentes de legitimidad, continúan y arrecian las protestas y la violencia callejera. Barricadas en las vías públicas, quema de vehículos y neumáticos, pedreas, ataques y daños contra las propiedades públicas tienen lugar en Puerto Príncipe, mostrando cicatrices y todavía heridas abiertas del seísmo de seis años atrás como en otras ciudades del interior.
Son unas elecciones en las que nadie cree. Que ahora mismo acaban de ser objeto de rechazo por el Senado haitiano, con media docena de abstenciones pero sin votos en contra, planteando el aplazamiento de las mismas y el nombramiento de una comisión investigadora de las reiteradas denuncias del fraude registrado en la vuelta anterior. Ya, anteriormente, el propio Martelly, debido a la intensidad de las denuncias y protestas, se había visto obligado a nombrar una comisión para llevar a cabo esa misma indagatoria. Su dictamen fue concluyente y contundente al confirmar la veracidad de las denuncias, proponiendo el sometimiento a la justicia de los responsables de las numerosas tramposerías llevadas a cabo para favorecer al candidato prohijado por el propio Martelly y proponiendo cambios significativos en el proceso de segunda vuelta, incluyendo la sustitución de los integrantes del poco confiable Consejo Electoral.
Nada de esto ha valido. Sin que se adoptaran ninguna de las recomendaciones de la comisión, se convocó para la segunda vuelta con la misma proyección de fraude donde no es de dudar que los mismos autores del anterior sean usados ahora para manipular los resultados con la sola finalidad de otorgar la victoria al oficialista Jovenel Moise. En este propósito, Martelly cuenta a con el respaldo de los Estados Unidos y el aval de la ONU, extrañamente empeñados en mantener inalterable la fecha de las elecciones anunciadas para este domingo, haciendo caso omiso del clima de violento rechazo a las mismas, de las comprobadas denuncias del carácter fraudulento de la primera vuelta y de la retirada del candidato opositor Jude Celestin, negado a convalidar la farsa.
¿Tendrá algún peso ahora el ahora el acuerdo adoptado por el Senado haitiano planteando el aplazamiento de las elecciones? Es de dudar. Pero aún cuando se produzca la gran interrogante es si a fin de cuentas tiene importancia la celebración de unos comicios, que sin importar quien emerja victorioso, es más de dudar aún que representen ninguna perspectiva de cambio real para Haití y su infortunado pueblo.
Por años ha venido ocurriendo lo mismo en Haití y siempre con iguales resultados: ninguno de los gobiernos surgidos de unos procesos electorales generalmente viciados, irregulares, protestados y con una pobrísima participación de electorales, ha contribuido a resolver los añejos, agudos y vastos problemas que arrastra desde hace décadas. Es una fórmula que no ha dado resultados prácticos y que no hay por qué pensar que ahora lo haga.
Comenzamos por partir de la base de que Haití es un estado fallido, con un pobrísimo nivel de institucionalidad y un grado de pobreza tal que marcha a la cabeza del Continente y lo hace figurar entre los núcleos humanos más indigentes del mundo.
Mas que simulacros de elecciones para crear una ficción de democracia, que es lo que ha habido hasta ahora, Haití quiere de medidas y mecanismos de aplicación que puedan garantizar a su pueblo un mínimo de existencia decorosa. Aunque pueda lucir una mala palabra que provoque rechazo y hasta ira en algunos, quizás sería
apropiado utilizar la de una modalidad de fideicomiso para identificar un modelo, manejado por los propios haitianos escogidos entre sus ciudadanos más eminentes con sostenido apoyo financiero y tecnológico internacional bajo estricta fiscalización y rendición auditada de cuentas, que aborde la realización urgente y ambiciosa de las profundas transformaciones que demanda para adquirir categoría de país.
Recuperar el 98 por ciento de la desaparecida capa vegetal de su depredado territorio para alimentar a sus desnutridos y famélicos pobladores. Impulsa un amplio programa de inversiones productivas, creación de empleos y fomento de una inexistente y vigorosa clase media. Implementar proyectos de asistencia social inmediata para los núcleos de población más urgido. Llevar adelante vastos planes de salud pública para prevenir y combatir enfermedades de alta incidencia como el SIDA, la tuberculosis, la malaria y el cólera.
Crear escuelas, politécnicos y universidades para preparar los técnicos y profesionales necesarios para llevar adelante el proceso de cambios y garantizar su permanencia con vistas al futuro. Frenar la corrupción, la criminalidad y el narcotráfico. Restablecer el orden público y garantizar la seguridad ciudadana. Completar el proceso denotar de documentos de identidad a toda su población. En fin, dar todos los pasos requeridos para construir un país, donde al presente solo existe un territorio yermo donde se hacinan millones de seres humanos sin hoy y sin esperanza de mañana. Un gran esfuerzo de creación que tomará al menos cuatro o cinco lustros.
Sin eso, todo intento electoral en el que pocos creen, será esfuerzo perdido, vana ilusión de una institucionalidad democrática irreal e infuncional.
El notable científico Albert Einstein acuñó una frase que en este caso viene como anillo al dedo: "Si siempre hacemos lo mismo, siempre obtendremos el mismo resultado". Es la misma receta que lamentablemente se ha venido aplicando en Haití, siempre con el mismo resultado sin que haya cambiado la suerte de su infortunado pueblo. Algo que es de suma importancia para la República Dominicana, porque obligados condómines del mismo territorio, todo lo que ocurra allá para bien o para mal, también repercute aquí para bien o para mal.