Está bien estudiado por la psicología el aprendizaje de códigos familiares y el traspaso de temas de generación en generación en las familias, sobre todo cuando estos temas no se confrontan. Es parte de lo que hago día a día en mi consulta privada, acompañando a las familias y a las personas a identificar ese legado familiar y cómo impacta sus vidas. Pero no es de ese legado del que quiero hablar hoy.
Tampoco se trata de la genética, aquellos rasgos, gestos o conducta no verbal que repetimos y que nos distinguen como familia comportándonos como “racimo”, como tribu y que desde lejos nos hace tener un sello particular. Mis hermanas y yo, por ejemplo, tenemos gestos completamente iguales, movimientos de las manos, expresiones faciales, tonos de voz o maneras de hablar que cualquiera que nos conozca nos puede identificar como “El ramillete Alvarado Espaillat”.
Se trata de algo más sencillo, aunque igual de importante; el deseo de escribir llegó desde el pensamiento acerca del aprendizaje de hábitos y conductas que en el camino de la vida vamos integrando sin darnos cuenta, sin percatarnos siquiera y que nos dejan la huella de los ancestros en nuestra cotidianidad.
Desde hace un tiempo ando escudriñando en lo que mamá dejó como huella en mi personalidad y ha sido un hermoso proceso que me ha acercado más a ella, después de su partida, y a mi misma en el reconocimiento de su aporte a lo que soy hoy como mujer. Con esta intención en mente las cosas sencillamente ocurren y los descubrimientos se dan de manera espontánea como cuando enciendes la radio y se escucha el sonido. El propósito puesto en el corazón, solito hace que las cosas pasen.
El otro día tomándome el café en la oficina caí en cuenta de algo que siempre hago y que mamá también hacia, se trata de echar siempre una última pizca de azúcar al endulzar el café. Es decir, la medida es dos cucharaditas de azucar, pero siempre hay un ultimo "chin" que le agrego al final para que esté completo. En ese momento recordé que así mismito lo hacia mamá cada vez que disfrutaba de un café. Al percatarme, la emoción que sentí fue ternura por poder recordarla en uno de los momentos que más disfruto en la oficina, cada día.
Este descubrimiento me llevó a identificar otras conductas aprendidas de mamá que hago cada vez. Una de esas cosas es hacer pipí justo en el último momento antes de salir de la casa. Tengo muy claro el reproche de mi padre cada vez que íbamos a salir y ya el carro encendido en la marquesina, mamá se devolvía para ir al baño a hacer el "último pipí" y no tener que usar un baño público. Resulta que hoy esta costumbre para mí es todavía más necesaria por la alta ingesta de agua que con el paso del tiempo hemos aprendido a consumir y de la que talvez nuestros padres no tenían conciencia. Como nota cómica, en mi reciente viaje de vacaciones a España, luego de compartir con mi amiga este aprendizaje, cada vez que íbamos a salir del apartamento me preguntaba ¿hiciste ya el último pipí de doña Adalgisa?
Finalmente, aprendí de mamá a manejar temperaturas extremas con las bebidas y comidas, es decir, lo caliente me gusta bien caliente y lo frío bien frio. Recuerdo a mamá levantándose de la mesa a buscar el café con leche que estaba en la estufa manteniéndose caliente hasta que ella se lo tomara. Igualmente el café tenía que ser recién colado para que no se enfriara; la sopa; el sancocho o cualquier tipo de caldo. De igual manera en mi casa materna siempre se hacían batidos de frutas naturales, que dicho sea de paso eran los mejores de la “bolita del mundo”. Ellos almacenaban las frutas congeladas en trozos y el resultado era un frío y sabroso jugo de frutas naturales combinadas.
Quienes me conocen saben que si me voy a tomar una cerveza tiene que estar ceniza y si no prefiero dejarla, igual jugos, vino blanco y helados. Al igual que mamá, caliento de nuevo el café con leche que voy disfrutando poco a poco, no importa que esté en casa, en el trabajo o en un restaurante. Mercedes, la amorosa conserje del Centro, cada vez que es posible me lleva el café en la greca para disfrutarlo a la temperatura que aprendí con mamá.
La verdad que recordarla con cosas que disfruto tanto es un regalo y una manera hermosa de mantenerla presente con alegría cada día en mi vida.
Y tú ¿Qué haces igualito a mamá que te permite recordarla con alegría?