En el casi medio siglo que llevo en estos tres cuartos de isla he visto desaparecer muchas cosas de las que habían y sucedían por aquellos entonces y que constituían estampas muy características de la capital dominicana.

Por ejemplo, los ¨Teóricos¨ de la calle del Conde, que en número de cuatro o cinco personajes que debían trabajar en la Vaguing Company, se apostaban en las esquinas durante horas discutiendo en voces muy altas acompañadas de amplias gesticulaciones de manos y brazos para que los viandantes que pasaban por la acera de su lado y la de enfrente se enteraran de todo lo que trataban, del béisbol, de deportes, de filosofía casera macarrónica y sobre todo pasaban por ser los sabihondos y salvadores de la patria y de la política nacional. Eran los grandes entendidos de todos los temas y posiblemente los precursores de los actuales comunicadores radiales y de televisión que sin saber la mayoría nada de nada, saben todo de todo.

Tampoco se ven ya los vendedores ambulantes de pastelitos caminado rápidamente por las calles de la zona colonial y por las Secretarías y oficinas del gubernamentales dando sus típicos golpes ¡Toc! ¡Toc! en unas cajas metálicas donde llevaban sus productos pregonando ¡Pastelitos!, ¡Pastelitos!, ¡Quipes!, ¡Moroquitos! También había otros que ofrecían dulces de ajonjolí, las llamadas ¨Alegrías¨ y lo ricas que eran.

 

Ahora un ¨delivery¨ motorizado y con casco encasquetado en el caco haciendo mil diabluras peligrosas en su motor te lleva a casa todo lo que pidas, comida china, empanadas, alitas de pollo, pizzas, halados, un trasatlántico … lo que uno desee y más.

También han casi desaparecido o por lo menos perdido mucho de su vigencia anterior los dulces caseros de María la Turca en la calle en la Duarte casi esquina Mercedes con sus finos dulces de arroz de color rosado, besitos de coco, el dulce de leche cortada, las jaleas de mango y guayaba, los dulces de cajuil y de naranja y mil delicias artesanales más puramente criollas. Solo pensarlo se me hace la boca agua.

 

Ahora predominan las sofisticadas reposterías con pasteles y variedades de todas clases, rica y lujosamente decorados, para cumpleaños y otras celebraciones especiales, con sabores nuevos y exóticos y nombres franceses, ingleses, italianos y hasta alemanes ¡Que vainen tan sofisticaten!

 

Así mismo desaparecieron los vendedores de jugo de caña, el buenísimo guarapo, con sus ¨ingenios¨ exprimidores a motor sobre ruedas, los yum yum o frío-frío de múltiples los sabores con sus guayos y pedazos de tela de saco tapando las barras de hielo que con el milagro de la necesidad aguantaban todo el día sin derretirse, los maniseros del malecón con sus llamativo chorros de chispas y sus entretenidos y diminutos cucuruchos de maní caliente.

 

Los peladores de chinas, manuales o con su curiosos tornos, que originaron dichos tan descriptivos como ¨las agrias no se pagan¨ o el de ¨estamos como el chinero, pelando para que otros chupen¨, los puestos de bizcochos llamados ¨borrachos¨ con sus siropes de color rojo sangre ofrecidos en amplios cajones de madera. Las marchantas con las latas, canastas o serones sobre las cabezas ofreciendo granos, vegetales o flores, o los marchantes a caballo o en mula con las alforjas repletas de guandules u hortalizas. O los hombres con dos grandes y pesados racimos de guineos colgados en las extremidades un palo y sostenidos en sus fuertes hombros.

 

Los palitos coco normales o ¨latigosos¨ que tenían su máximo nivel premiun en las vistosas canquiñas envueltas en papeles con rayas atigradas de colores azules y rojos de compra casi obligada en la parada de La Cumbre para llevar de regalo a la casa, la ¨raspadura¨ de leche envuelta en hoja de palma, los puestos de batata asada caliente ¡tan sabrosa!, los famosos jalaos, las proclamas con bastante doble sentido para las féminas de ¡Cueritos! ¡Cueritos! de los vendedores de chicharrón, los coqueros pelando con magistral eficiencia ¨decapitadora¨ para ofrecer su sabrosa agua con o sin azúcar, unos de los pocos sobrevivientes que aún deambulan por la calles ofreciendo su género.

 

Tampoco existen ya los billeteros de la Plaza Independencia con sus ¨burros¨ llenos de billetes y quinielas y sus compradores que habían soñado con un número o jugaban los terminales de su cédula de identidad o fecha de nacimiento. O los números nocturnos en bares y cabarés de ¨Concéntrese profesor¨ ¨Concentrado estoy ¨en los que dos ¨telépatas¨ se presentaban ante el público, tomaban el documento de identidad de alguno de ellos al azar y comenzaban uno a preguntar y el otro a contestar rápidamente, Cuál es su nombre: Juan Fernández, Dónde nació: En Puerto Plata, Dónde reside: En la calle Palo Hincado 22, Número de cédula: El 2345679… el truco debía estar en alguna clave puesta en las palabras que se decían pero la verdad es que lo hacían muy bien, pero que muy bien.

 

Ya han desaparecido los espacios para parquearse donde uno quisiera en todas las calles y avenidas, y por suerte los molestosos y un tanto chantajistas ¨parqueadores¨ que se creían dueños de calles y aceras -no todo iba a ser malo- Recuerdo como curiosa anécdota que una vez llevé a una persona a su domicilio y me invitó a entrar en su casa. Estacioné el carro a seis metros de la entrada y lo paré. Bien, insistiendo me hizo prenderlo otra vez para recorrer esos ¡seis metros! hasta dejarlo justo enfrente de la entrada. Ahora si estacionas a doscientos metros del lugar donde tienes que llegar eres un suertudo de primera categoría que puedes jugar un billete de lotería con bastantes probabilidades de ganar.

 

Ya no se dan los Brounchs dominicales de los hoteles Jaragua, Santo Domingo y El Embajador donde por un precio muy asequible se comía excelente sin límite toda la familia con sabores y platos de tres o cuatro cocinas internacionales además de pasar todo el día bañándose en las piscinas y disfrutando de sus instalaciones para pequeños y mayores.

 

También ha desaparecido el malecón como fuente de reunión y esparcimiento de fin de semana con sus múltiples restaurantes, bares, pizzerías, heladerías, paseos de lindas muchachas de este oeste y de oeste a este, pacientes pescadores en las orillas rocosas esperando durante horas sacar del mar Caribe algo más que un tenis podrido o una lata oxidada. O las multitudinarias concentraciones en Navidad festejando hasta altas horas de la madrugada junto a los carros aparcados y convertidos en discotecas con su música todo volumen, las bebidas colocadas y exhibidas sobre las techos y gente bailando alegremente en la acera. Un ambiente fabuloso, espontáneo e irrepetible.

 

Hay muchas más cosas -muchísimas- que el tiempo como escoba imperdonable ha barrido y que han sido reemplazadas por otras más modernas que se adaptan a los gustos y necesidades actuales, tan diferentes a las de antes pero que les daban un sabor propio, tan dominicano, tan natural que podríamos decir que esa era aún la República Dominicana Auténtica. La de ahora, la mitómana República de Mundo, con la globalización y la digitalización quieren conformarnos un carácter de amalgama tan internacional que no sabemos bien si en breve seremos más gringos, europeos, chinos o venusianos que dominicanos de verdad.

 

Pero qué hago yo, osado e ignorante invasor de otras galaxias, atreviéndome a hablar de temas tan propios del país. Este es un asunto para ser tratado con mayor seriedad y profundidad, por una mente tan prodigiosa en datos y conocimiento de la vida dominicana como lo es José del Castillo Pichardo -que alguien le avise- a quién desde este limitado y modesto escrito invitamos a que nos deleite con una o varias de sus páginas semanales de Conversaciones con el Tiempo sobre lo que ese tiempo se llevó de esta hermosa República… y lo que nos trajo en compensación. Muchos jóvenes y no tan jóvenes desconocen todo o gran parte de cómo era vivir y disfrutar de manera más simple sin las adictivas computadoras o metidos de cabeza y cuello dentro de los celulares. José del Castillo te esperamos con deleite e impaciencia ¡No nos falles!