Una muchacha acodada en la barra esperando un vodka seven me trae el recuerdo de otra muchacha, esta vez azul, que estaba más enfocada que una Cannon en un libro de Italo Calvino. Las ciudades invisibles. Para ese tiempo Santo Domingo todavía no era El Gran y tomábamos vuelos a Santiago o Puerto Plata por la Metro. Un aire acondicionado de miedo, y afuera las lomas y montañas del Cibao. Voy para la playa, me digo dentro del sueño. Santiago será únicamente una parada en este desconcierto que es mi vida. Yo me concentro en la muchacha y el libro de Calvino y el capítulo nueve de ese mismo libro en donde se habla del mapa del Gran Khan, de sus colores y las ciudades descritas. No sólo las de ahora, sino ciudades que todavía no han sido descubiertas ni conquistadas: Timbuktú, San Francisco, Cali, Rosario, La Joya, Milano.

Dejo ese recuerdo para tratar de poner atención a la muchacha que tengo enfrente, a la que le llega su trago. Me fijo cómo aprieta el limón y cierra los ojos al primer sorbo. No hay nada como ese primer trago del día. Fuera poloshé que llegó chacabana. Yo también pido un trago, un Palomita, heavy en tequila con un fritz y dos peces de hielo. La vida es un pétalo, me digo, y mis eventos son la tinta que moja de a poco y de a veces estas páginas demasiado blancas.

Te confieso que quiero quedarme dentro de este sueño, con esta muchacha, beberme una botella completa de Devuélveme mi macho, caminar desnuda, sí, desnuda entre barcas que floten por el Loire. Tú te terminas tu vodka y con tu traje de baño verde te sientas en la orilla. Digo Puerto Plata masticando cada sílaba, consciente de que al fondo de tus ojos verdes y de mis miedos de acuarela, podré encontrarte dentro de una casa llena de ojos y señales. Me entregaré a ti como una alacrana debajo de una yagua, como una loba, como una gata bajo la lluvia… cosida a ti, como uno de los botones de tu camisa de oro y telaraña.