Sin lugar a dudas somos el animal más extraño del planeta. Tenemos unos tres siglos tratando de comprendernos a nosotros mismos y ya algunas cosas se van logrando.

Nada mal, que para ser un simple primate doméstico de un pequeño planeta que gira alrededor de su discreta estrella ya entendemos parte del universo y algunas de sus leyes básicas.

Hace unos 500 años que los habitantes de nuestra América tenían al sol y a la luna como dioses, como todos sabemos; en otras latitudes esto ocurrió hace unos cinco mil años, y que bien nos ha ido que fue precisamente de este continente de donde salieron los primeros humanos a caminar sobre esa luna de tantos amores, tantos poetas y tantos sacrificios humanos a su nombre.

Y nosotros, estos primates domesticados casi por nuestro ambiente ancestral, y claro, por poseer unos genes que nos dirigen hacia la sociabilidad y a la vida en grupos- que en los inicios fueron pequeños, pero que hoy son inmensos- aun luchamos por salir de la oscuridad y la necesidad y tener luz para reconocernos y vernos tal como lo que somos.

Esa luz, ese cirio en la oscuridad, como fue llamada por Carl Sagan, ha sido la ciencia. El accionar de miles de varones y hembras buscando comprender y mejor conocer dónde estamos, y más importante aún, quiénes y cómo somos.

Ya tenemos algunas respuestas. Aunque la resistencia cultural, las ideologías que nos inventamos, el arte de imaginar filosofías, lo que Fernando Ferran llama arte especulativo, en su texto “Los Herederos. ADN cultural dominicano”, las propias instituciones y sociedades que formamos en la oscura noche del desconocimiento, aún arrastran e imponen sus ideas y sus pasiones (bueno una idea y una pasión son esencialmente el mismo proceso, pero como dice un notable comentarista popular de nuestro medio, ese no es el tema hoy) y no a todos llegan los conocimientos – aunque si llegan sus muchas utilidades – de este siglo XXI, más siglo de las luces que todos los anteriores; y seguimos mucha, mucha gente dedicando trabajo y esfuerzos para ayudar a ensanchar esa franja de la humanidad que ya comprende mucho de lo que somos.

¿Y qué es lo que somos?

Somos organismos con un complejo sistema de información organizado por nuestros genes, pequeñas moléculas orgánicas computacionales, que solo “saben” autoreproducirse para seguir existiendo y pasar de generación en generación, en este planeta donde se conformaron quizás por primera vez en todo el cosmos- aunque algunos pensamos que también pudieron o podrán formarse en otros lugares, en otros planetas, en lejanos o cercanos sistemas solares-.

En una ocasión una profesora amiga, de la UASD por supuesto, me expresó: “me gusta como escribes y lo que escribes, pero es que todo lo reduces a la biología”. En ese momento yo le contesté: “ese es mi rol, eso fue lo que estudie y lo que estudio”.

Entendí después que el gran título de “reduccionista” era de uso común en ideologías fantasiosas cuyos seguidores piensan que si algo es imaginado es porque ya existe o porque potencialmente puede existir, además, claro, también creen que con inventar un término para lo que sea, ya lo han comprendido, calificado y muchas veces vilipendiado. Ese gigante de la filosofía de la mente del siglo XX, recientemente fallecido en el 2017, Jerry Fodor, llamaba “tiitas”, a esos proponentes de teorizaciones equivocadas, pero siempre muy a la moda, en contraposición a sus “abuelitas” portadoras de sentido común.

No se puede lograr un cambio de la noche a la mañana luchando contra la inercia cultural de sociedades que insisten en no saber ni dónde están y, por supuesto, ni idea de adonde pueden querer ir.

Es como los autoproclamados “progresistas”. Cualquiera cree que son personas buscadoras y preocupadas por algún progreso y no lo que son, fervorosos neo-creyentes de la falsa idea de que hay una secuencia causal en las formas societales que se iniciaron con un comunismo primitivo y todo terminará en un comunismo libertario e ilustrado. Y como diría un buen amigo pentecostal, entonces se cerrará el circulo, y vendrá el Armagedón. En su búsqueda de “leyes históricas” ni unos ni otros observan lo que ocurre y ha ocurrido. Ni ven las histerias de los proponentes ni los fantasmas de los sacrificados.

Y repitiendo el inicio de un artículo de Fodor acerca de una crítica a un trabajo suyo: “¿Quiere Ud. saber cuándo decir que se ha puesto viejo? Es cuando una teoría cíclica de la Historia comienza a parecerle posible”. Si, Fodor era entretenido y además “brillante, enloquecedor, influyente e irremplazable” como twiteo Steven Pinker a raíz de su deceso.

Pero no importa. Nosotros, los monos domésticos pensantes y autoconscientes nos hemos dado esos lujos y seguimos produciendo utopías, aunque por poco que no les guste a no pocos, ese cerebro responsable de tantas ideas, fue organizado genéticamente en un proceso evolutivo por selección natural, de donde nos surgió lo social, lo cultural, lo ideológico, lo disparatoso, lo quimérico y lo más importante quizás, lo posible, para seguir sobreviviendo en nuestro planeta como una especie en múltiples razas.