De Gustavo Figueroa Cuevas, distinguido maestro en materia electoral y parlamentaria, aprendí que en el servicio público se debe proceder con diligencia, legalidad y eficacia, pero que de nada vale la pulcritud y la perfección si no se actúa con oportunidad, pues de nada sirve el refinamiento en el ejercicio público, si la solución a los problemas llega tarde.

Ante los apocalípticos efectos del coronavirus, resuena esta enseñanza en mi memoria, pues pienso en lo bueno que fuese observar a los gobiernos del mundo actuando con la oportunidad debida para evitar que mueran más personas.

De nada vale haber elegido en las urnas a la opción que representa nuestros anhelos, si quienes resultaron electos no son capaces de actuar a tiempo para afrontar grandes desafíos, como lo es esta pandemia que nos carcome el alma todos los días.

De poco sirve haber exterminado los viejos vicios del poder, si en lugar de realizar acciones para erradicar el Covid-19, los gobiernos prefieren dedicarse a controlar las crisis mediáticas y a dominar los fugaces trending topics del momento.

De nada importa la voluntad de hacer el bien, si quienes gobiernan actúan de forma pusilánime ante la adversidad.

Ante esta crisis mundial, no necesitamos autoridades de ficción ni mandatarios de Facebook, Instagram o Twitter dedicados a sofocar fuegos mediáticos de artificio. Precisamos de gobiernos eficaces y dispuestos a resolver sin titubeos todo aquello que aqueja a las sociedades del mundo.

Hace falta que nuestros gobiernos olviden por un momento la pantalla y posterguen para otro tiempo la embriaguez que producen las encuestas. En esta época de quiebre, la humanidad necesita gobiernos capaces de encontrar soluciones pertinentes y acertadas, no para pronunciar discursos perfectos de autoayuda emocional que nos alienten a existir un rato, para agonizar durante más tiempo.

Lo perfecto, es enemigo de lo portuno, por eso la humanidad necesita gobiernos más proactivos y dispuestos a imponer las medidas necesarias para frenar los efectos de la pandemia y con ello preservar la vida de las personas. Necesitamos gobiernos a los que la muerte no les sea indiferente o les produzca una sarcástica sonrisa, a los que no les importe descender en los índices de popularidad por haber impuesto prohibiciones. No necesitamos gobiernos aquiescientes, necesitamos autoridades que sepan actuar a tiempo para evitar la muerte y tragedia de nuestra gente.

Ciertamente, algunas medidas coactivas que se han impuesto en algunos países, como lo son el toque de queda y el uso obligatorio de la mascarilla, afectan la libertad de las personas, sin embargo, resultan ser restricciones adecuadas y oportunas, pues al limitar la libertad de circular libremente por las calles o permanecer en espacios públicos sin la protección debida, se reducen las probabilidades de contagio.

Definitivamente, estamos ante un titanico desafío que involucra la acción oportuna de todos los gobiernos del mundo, incluso de aquellos que están a un paso de cometer crímenes de lesa humanidad por su inacción. Poco nos importa el nivel de popularidad de nuestros gobernantes y sus proyecciones políticas a futuro. Por eso digo que la imposición de restricciones, prohibiciones y sanciones, estrictamente impuestos para mitigar los efectos del Covid-19 nos puede parecer lo más imperfecto del mundo, sin embargo, es lo más oportuno.

Dedico este artículo a mi General Gustavo Jiménez González, mi padre, quien siempre ha sabido actuar de manera leal y patriótica por México entre las filas del Ejército Nacional y quien hoy se encuentra librando  la batalla contra la apocalíptica enfermedad de nuestros días. También escribo en memoria de Dolores Ivone Hernández Hernández compañera y esposa de mi padre,  quien luchó junto con el contra esta enfermedad, pero que a causa de la misma perdió la vida en la Ciudad de México este lunes 21 de diciembre.