“Lo que duele no es el cuerno, lo que molesta es el cuchicheo” dice una bachata de Joe Veras. Para los que hoy guardan cárcel por corrupción su principal problema no es la acusación, es verse en la boca de todo el mundo y peor después que existen las redes sociales.
Vivieron la sentencia de que “eso da pa’to, eso no se rompe”, pero se rompió y no fue la taza, porque lo ideal hubiese sido cada uno pa’su casa como querían sus abogados, pero no, hoy están en un hotel de menos estrellas que los que existen en Dubai, su destino preferido, o quizás en Punta Cana que según supe ya le estaba quedando pequeño y no lo consideraban a su altura.
Si todo se hubiese quedado en silencio, como hasta la fecha estaba, no habría problemas, ni depresión, ni necesidad de salir al médico apenas experimentan por dos días la peor de las miserias que son nuestras cárceles y para colmo quienes les han servido de bocina su cuchicheo no ha calado porque existe uno más estruendoso llamado Marcha Verde.
Lo que molesta son esas fatídicas primeras planas, los odiosos Twitter, facebokk, whatsapp, que por cierto ya se dijo los espían, y todas las malditas redes sociales “según dijo uno de los encarcelados”. ¿Qué tienen privilegios?, eso es cierto, pero cárcel es cárcel y lo peor de todo esto es el cuchicheo, el ir de boca en boca, ver su “honor” mancillado si en verdad alguna vez lo tuvieron.
Mientras tanto seguirá el drama, los que seguirán enfermándose porque sentirse pueblo apesta salvo que no estemos en campaña. Pero hoy existe una realidad que no se puede soslayar, ya la pava no pone donde ponía, ya las voces pagadas no tienen el control absoluto de la información. Por caros que sean los servicios de las telefónicas todo el mundo tiene acceso a internet, a redes sociales, y ese cuchicheo no lo controla nadie.
“Si te pegan los cuernos, que siga la rumba, porque eso es igual que la caja de dientes que a lo primero molesta, pero con el tiempo uno se acostumbra”. Al principio la cárcel no es fácil, molesta verse encerrado en una celda de pocos metros, nada parecido a las esparcidas habitaciones de sus casas suntuosas. Al principio molesta, se enferman, se deprimen, causa pánico y ansiedad, pero con el tiempo uno se acostumbra, si no pregúntenle a los que llevan años en la Victoria o ahí mismo en Najayo, que “con el tiempo uno se acostumbra”.
Allí conseguirán lambiscones que por un par de pesos le dirán a diario a sus oídos “digo comando, digo comando, ute duro, ute duro, ute duro” porque esas sobredosis de lisonjas hacen falta cuando se ha acostumbrado el paladar a degustarlas a diario. Mientras tanto seguirá el cuchicheo, porque el cuerno ya se supo.