El Tractatus Logico-Philosophicus ha sido considerado como la “Biblia del positivismo lógico”, por servir de fundamento teórico al movimiento filosófico más influyente en la filosofía de la ciencia del siglo XX.

Sin embargo, existen diferencias conceptuales significativas entre el autor de la obra, Ludwig Wittgenstein, y las interpretaciones positivistas. Si bien la visión de que la ciencia constituye el único conocimiento legítimo del mundo encuentra en el Tractatus una sustentación lógica, no debe olvidarse que el libro tiene una parte no relacionada con las proposiciones científicas, “no escrita”, obviada por el positivismo y que su autor consideró la más importante.

Esa parte no explicitada se encuentra sugerida al final del texto, a partir de los aforismos relacionados con “lo místico”. Allí, Wittgenstein escribe que: “No cómo sea el mundo es lo místico sino que sea”. (Af. 6.44).

En otras palabras, el mundo se encuentra delimitado por el lenguaje y solo puede ser descrito por las proposiciones de la ciencia natural, pero existe un dominio que trasciende estos límites, una dimensión inconmensurable relacionada con el sentido de la vida, irreductible al lenguaje, incluyendo al de la ciencia.

La convicción profunda de la existencia de esta dimensión de la vida que trasciende los límites lingüísticos es la que lo lleva a afirmar en el Tractatus que: “Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo…” (6.52).

La actitud de resistirse al espíritu de irreductibilidad de la ciencia, así como a cualquier otro intento reduccionista de otra forma de saber caracteriza el espíritu de la filosofía. Esta actitud es imprescindible para toda sociedad democrática, especialmente hoy ante los continuos intentos de colonización científico tecnocrática de la vida cotidiana. Me gusta ver sintetizado este espíritu en “la oración” que Wittgenstein escribió en el Diario filosófico:

“Creer en un Dios quiere decir comprender el sentido de la vida. Creer en un Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no basta. Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido”. (8.7.16).