A propósito del cambio de nombre del Aeropuerto Internacional de Las Américas, pongo a consideración de los lectores mis más sentidos argumentos para que el mismo sea cambiado a “Herminia”*. Con ello pretendo la realización de un auto-examen que me ayude a entender por qué me producen tanto desaliento los dimes y diretes de nuestros políticos.

En primer lugar, desestimo la propuesta peledeísta de nombrar a la terminal “Juan Pablo Duarte” puesto que a la memoria histórica del prócer lo que le sobran son lugares comunes y falsos reconocimientos. El Duarte que nos presentan las imágenes se quedó estancando en sus años de adulto, como un recordatorio del afán nacional de no reconocer el talento hasta que el mismo es jurásico y cacarizo.

De seguro que Abelardo Rodríguez Urdaneta, un paradigma del artista criollo multifacético, no pretendía que su celebérrimo retrato del hijo de Manuela Díez se quedara como único representante de su fisonomía. Tampoco apostó por la falta de imaginación, o la autocensura creativa de futuras generaciones, que no han hurgado entre los archivos duartianos la inspiración para reproducir una imagen del muchacho que a los 21 años, es decir, tan joven como cualquier músico de rock, organizó la lucha por la Independencia Nacional.

Hay que desenterrar a Duarte en sus primeras dos décadas, y ojalá que alguien encuentre alguna contradicción o defecto en su personalidad para así hacerlo menos un ícono de nuestro anti-haitianismo, y más un símbolo del poder arrollador de la juventud en pleno ejercicio de su creatividad e idealismo. Y entonces, sólo entonces, cuando los cantos a la patria tengan algo que ver con “Corazón de Vellonera”, porque algún visionario lanzó la primera piedra, nos habremos ganado el derecho a continuar usando su nombre para pavimentar el futuro de más calles, parques, barrios, picos y provincias.

En cuanto al doctor José Francisco Peña Gómez, busco y rebusco en mi sensibilidad, y no encuentro el hilo conductor que asocie su protagonismo contemporáneo con el peso histórico que le da a un mártir, como el asesinado ministro de justicia haitiano, Guy Malary, el derecho a un homenaje póstumo similar al de un Charles de Gaulle.

Peña fue un político exitoso y controversial, reconocen sus detractores, carismático y desprendido, aseguran sus correligionarios; pero la propuesta de ponerle su nombre al aeropuerto más bien huele a declaración de victoria a destiempo de un partido desmembrado en luchas intestinas, y que sólo se pone de acuerdo para llevar a cabo cruzadas patronímicas como la que nos ocupa.

Sin pretender ser el eco de alguna organización clandestina clave, o de un espectro importante de la población, quiero admitir sin el menor rubor que no me gusta esta propuesta porque de todos los actores sociales los que menos aplausos me merecen son los políticos y, entre ellos, los perredeístas, responsables de las reelecciones post-Doce Años de Joaquín Balaguer.

Así que entre la falta de imaginación de los estrella-morada y el exceso de dicha cualidad de los cacho-blancos, me siento en un limbo de impotencia, porque la ingenuidad no me alcanza para pretender que este escrito sea otra cosa más que un tema de conversación, o el mejor papel secante de orines de perro. Sin embargo, ataco el teclado con emoción porque finalmente tengo la oportunidad de poner a circular un homenaje a los cueros dominicanos, nuestra imagen más reconocida en otras fronteras, desde Dajabón hasta Bonn, desde Madrid hasta la Conchinchina.

Raúl Recio. Sin Título, de la serie "Yo estoy aquí pero no soy yo" (1986-2000)

Herminia, nombre de madre que en dólares, gourdas, marcos y liras construye su ranchito fuera de la cañada, donde no le alcance el ciclón a sus retoños y su chulo tenga oportunidad de descansar. “Herminia”, un homenaje a la paternidad irresponsable, a los que en lugar de administrar el país para el turismo, lo entregan sin criterio y sin dolor, como a una mujer perdida. Si nos vemos en el espejo de la realidad pura y dura, nos daremos cuenta de que tenemos muy poco tiempo para seguirnos regocijando en nuestros logros democráticos, y en la capacidad para producir líderes internacionales. Que ya el reloj dejará su actitud condescendiente y de un momento a otro nada tendrá más vigencia que la verdad que construimos en el presente, donde los héroes que nos representan ante la aldea global ya no son bocadillos exquisitos de libros de texto, sino seres humanos que han hecho de sus carencias un visado de prostitución.

Peor aún, que los que nos visitan, tengan la intención o no de perderse en la entrepierna de una mujer o un hombre, o de forzar su físico en la sexualidad infantil y adolescente, de todas formas saben que cualquiera de esas posibilidades es suya por tan sólo 100 pesos.

Ya lo decía Luis Días en el 72: “Santo Domingo es un merengue triste”.

(*) Herminia fue el prostíbulo más popular de la ciudad de Santo Domingo por varias décadas.

LISTÍN DIARIO, 1999.

http://alannalockward.wordpress.com/un-haiti-dominicano/