“Durante años y años creí que políticamente la Verdad se hallaba en la llamada democracia representativa, pero sucedió que cuando el pueblo dominicano se lanzó a morir por esa democracia, la tal democracia representativa sacó de sus entrañas la putrefacción, el crimen, la mentira, el abuso.
Vi a la soldadesca norteamericana llegar a Santo Domingo armada hasta los dientes para bombardear a la ciudad más vieja de América, para aniquilar el impulso creador de nuestro pueblo y para exterminar, como se hace con las fieras, a los luchadores democráticos dominicanos; vi a la República desamparada, engañada por los organismos internacionales y traicionada por la OEA.
He visto morir dominicanos día tras día desde el momento en que desembarcaron en el país los primeros infantes de marina. La mentira y el crimen aplicados y desatados por la llamada democracia representativa yanqui en Santo Domingo no fueron el resultado de un error momentáneo; fueron y siguen siendo la obra sistemática de todos los días”.
Los párrafos anteriores son la palabra textual de Juan Bosch, publicados en su obra “Viaje a los antípodas” en 1970, que cobran estremecedora vigencia ante los hechos en Venezuela.
Nadie puede mirar a ese país hermano y no hacerse cargo de que la Historia existe y que el escenario es más complejo que una película de vaqueros (precisamente aquellas inventadas en Hollywood para contarnos siempre que los que invadían eran los buenos, y los indios invadidos eran los malos).
Hay quienes han pretendido hacer un paralelismo simplista entre el golpismo de Venezuela y la Revolución de Abril de 1965. Por eso es importante releer la historia y usar la razón; no caer atrapados por la inocencia.
La abismal diferencia entre ambos sucesos es que Bosch nunca pidió castigar al país con sanciones para derrocar al Triunvirato, ni se alteró mediáticamente ningún hecho para justificarse. Quienes hicieron la Revolución dominicana no actuaban al servicio de potencias extranjeras, ni violentaron la Constitución ni la soberanía popular; todo lo contrario.
Otra diferencia es que el Triunvirato era un gobierno ilegítimo de manera irrefutable, mientras el actual presidente de Venezuela fue elegido en 2013 y 2018. Quienes lo declaran fraudulento lo decidieron así antes de que las elecciones se celebraran y no fundamentan su “verdad” en prueba alguna, mofándose de la opinión pública mundial.
Encima de esto, los revolucionarios dominicanos jamás se negaron al diálogo, al revés: fueron capaces de sentarse en una mesa de negociaciones -sabiéndola fraudulenta- en la que cedieron en casi todas sus posiciones, sólo por anteponer la soberanía dominicana a sus objetivos.
Por el contrario, el autoproclamado “presidente encargado” de Venezuela, secundando los Twitter de Almagro y Mike Pence, decreta que no hay chance al diálogo, lo que significa que no hay espacio para la política y equivale a la guerra. ¿Con qué fuerzas dará esa guerra, sino con armas foráneas o animando a un enfrentamiento civil? Que Venezuela sea el país con mayores reservas comprobadas de petróleo (más de 300 mil millones de barriles, más oro y otras riquezas) nos habla de las ambiciones en disputa.
Los venezolanos tienen todo el derecho a mantener o a cambiar sus representantes y gobernantes. Incluso el derecho a rebelión de todo pueblo. Es más, su Constitución prevé cláusulas para hacerlo.
Pero cuando el futuro de un país, de América y del mundo está en juego, a los demócratas se les exige preservar siempre la legalidad, la autodeterminación nacional, la soberanía popular y la verdad. La Historia nos los enseña.