En las dos ocasiones que ha llegado al poder, Danilo Medina ha enfrentado escenarios convulsos. En 2012, a pesar del gran cuestionamiento al proceso electoral, salió del déficit de legitimidad satanizando a Leonel Fernández no solo como el causante del hoyo fiscal, sino también como el culpable de la corrupción y la impunidad, llegando al extremo de utilizar la narcopolítica ordenando traer a Quirino Ernesto Paulino para que reseñara en los medios masivos de comunicación las vinculaciones del narcotráfico con el gobierno de su antecesor.

Desde un principio la estrategia del danilismo estuvo definida. Dividió la sociedad civil, desmovilizó y neutralizó el movimiento  social contra el fraude fiscal cooptando una parte de sus dirigentes, se apropió de la consigna del 4% para la educación y levantó las banderas de la lucha por la revisión del contrato de la Barrick Gold y la recuperación de Bahía de las Águilas. Todo esto dando la impresión de que nos encontrábamos ante la presencia de un nuevo redentor.

La magnitud del fraude institucional en las pasadas elecciones, programadas por Roberto Rosario, Danilo Medina y el PLD para garantizar su continuidad en el poder, mostraron al país y a los observadores internacionales que fueron las votaciones más fulleras que hemos tenido en toda nuestra historia electoral.

Aún más alarmante y sórdido resulta el planteamiento de Eduardo Jorge Prats relativo a que el nombramiento de la hermana de Danilo Medina como presidenta de la Cámara de Diputados no atenta contra principio constitucional alguno y que, por el contrario, se trata de un hecho natural

La actual coyuntura se presenta como una situación diferente a la de 2012, ahora la sociedad dominicana se encuentra más politizada e indignada, con una oposición encabezada por el PRM que no reconoce la legitimidad de Danilo Medina y que parece dispuesto incluso a desconocer la proclamación del Presidente el próximo 16 de agosto. Pero este movimiento, aunque latente en el horizonte político, no se manifiesta todavía con una potencia social y un cuerpo de acción y de propuestas lo suficientemente articulado como para propiciar una política adversarial que delimite una franja clara entre gobierno y oposición, planteando un relato seductor sobre los cambios profundos que demanda la vida institucional y democrática del país.

Danilo Medina, un político poco carismático, carece de una narrativa seductora como si la tuvo en su momento Leonel Fernández, su mayor fortaleza reside en moverse en el terreno de la opacidad y el pragmatismo, dispuesto a sacrificar todo escrúpulo cuando se trata de satisfacer su deseo ilimitado de poder.

El discurso escogido en este momento parece el de segregar una legitimación fuera del marco  institucional, usando intelectuales orgánicos que produzcan ideas que le posibiliten salir del bache postelectoral en el que se encuentra atrapado el presidente Medina días antes de jurar su segundo mandato consecutivo, escenario en el que apuesta a una cierta estabilidad montada sobre el olvido de importantes principios democráticos.

El más decidido intelectual que ha asumido este rol es sin dudas Eduardo Jorge Prats, quien, en un artículo publicado en el periódico Hoy titulado El Futuro de la Dictadura de Partido Único, pretende invalidar la tesis del modelo autoritario encarnado en la nueva "Era de Danilo Medina", y lo hace utilizando argumentos simplistas y superficiales como: 1) que las pasadas elecciones fueron altamente concurridas, 2) que el PRM obtuvo una alta votación, y 3) que el partido de gobierno fue derrotado en la alcaldía del Distrito Nacional. Hechos que a su juicio son suficientes para considerar que estamos despejados de todo peligro autoritario, proponiéndonos entonces una fórmula macabra de un gobierno compartido entre el PRD y el PLD del actual Presidente.

Aún más alarmante y sórdido resulta el planteamiento de Eduardo Jorge Prats relativo a que el nombramiento de la hermana de Danilo Medina como presidenta de la Cámara de Diputados no atenta contra principio constitucional alguno y que, por el contrario, se trata de un hecho natural y simple de nuestra vida pública, sin consecuencias ni derivaciones para el normal equilibrio de los poderes del Estado.

He venido sosteniendo que uno de los elementos más nocivos para la movilización social y el desarrollo de la ciudadanía es no reconocer que padecemos un régimen autoritario que, sin romper el esquema formal de la democracia, nos somete a un poder sin límites ni controles, surgido de un proceso electoral fraudulento. Esto facilitado por la domesticación de los medios de comunicación y la gestión del miedo y la miseria de un importante segmento de la población condenada a la exclusión social a pesar de los altos índices de crecimiento de la economía. Tal como afirma Sartori: "Si el principio de la mayoría es ilimitado o absoluto, tenemos una `tiranía de la mayoría` en el sentido constitucional de la expresión”.

Luigui Ferrajoli, al analizar la desnaturalización  de los regímenes democráticos del siglo XXI, ha esbozado que: "Para la supervivencia de la democracia es necesario algún limite sustancial. En ausencia de tales límites, relativos a los contenidos de las decisiones legítimas, una democracia no puede – o al menos puede no – sobrevivir: en línea de principio siempre es posible que con métodos democráticos se supriman los propios métodos democráticos." (Principia Iuris, pág. 11).

Danilo Medina no solo ha protegido una clase política rapaz dentro del PLD, sino que también ha neutralizado a buena parte de los actores políticos y sociales atrayéndolos a su órbita sobre la base de privilegios, negocios e impunidad. La nueva fase de esta política es la normalización del nepotismo para garantizar la lealtad que contiene el peso de la sangre e imponer un ejercicio absoluto del poder con la sumisión del Congreso, signo revelador del tránsito autoritario del régimen político en el que nos encontramos.

La designación de la hermana de Danilo Medina como presidenta de la Cámara de Diputados devela un gran olvido de parte de Eduardo Jorge Prats, el de los postulados de Ferrajoli, quien sostiene que los poderes representativos también tienen que obedecer a los principios axiológicos de la democracia, siendo el sentido del límite  el freno natural por excelencia de toda desmesura del poder, de ahí su afirmación: "La nueva novedad introducida por el constitucionalismo en la estructura de las democracias es, en efecto, que conforme a él incluso el supremo poder legislativo está jurídicamente disciplinado y limitado no sólo respecto a las formas, predispuestas como garantía de la afirmación de la voluntad de la mayoría, sino también en lo relativo a la sustancia de su ejercicio  obligado, al respeto de esas especificas normas constitucionales que son el principio de la igualdad y los derechos fundamentales." (Ibidem, Pag 10).

Con el segundo mandato de Danilo Medina podríamos afirmar que  estamos entrando en una era imperial, caracterizada por la ambición de un hombre que pretende institucionalizar su poder personal. Por lo tanto, la mayor exigencia ciudadana reside en estos momentos en encontrar fórmulas de movilización política eficaces orientadas a detener a un Presidente que se nos muestra como un “carro sin freno” embriagado por la desmesura del poder.

Se está promoviendo desde esa desmesura una conciencia colectiva difusa, imprimiéndole un escaso valor a la participación política y electoral, y propiciando una hibernación ciudadana que reduzca al mínimo su influencia social. De este modo la ciudadanía se mantendría en estado pasivo doblegada por un complejo engranaje de poder personal. Al mismo tiempo que asistimos a un proceso tutelado por una política de las apariencias y la inautenticidad que guían las reglas del juego político a costa de vaciar la democracia y el Estado de Derecho de sus contenidos esenciales. En una situación de tal magnitud se hace imposible creer que Eduardo Jorge Prats olvide a Ferrajoli.