Nada es eterno, llegará algún momento cuando tendré que irme de la isla a vivir otra vez en el mundo real, volver a una realidad donde existe la ley, la educación es gratuita y la pobreza significa solamente comprar y beber cerveza en casa, y no en un bar de moda. Todavía no sé exactamente como me siento acerca de este acontecimiento, pero seguramente como siempre, también habrá ventajas y desventajas. Para hoy lo que me alegra, pero no les alegraría tanto a ustedes al leerlo. No me harán falta:
Ante todo y primero: el aire de Santo Domingo. En serio, con la falta de cualquiera normativa o regulación acerca del tráfico o el estado técnico de los vehículos en él, más el calor caribeño tipo sauna, resulta insoportable respirar o incluso permanecer en línea recta, es como meter la cabeza dentro de un tubo de escape, mmm, delicioso.
La televisión dominicana, con su hermosisima pixelosis y su calidad visual en puro estilo de los años ochenta. Lo único que falta son las hombreras y el pelo batido. ¡Fervoroso!
Las voluptuosas y curvilíneas mujeres dominicanas, sean naturales o forzosamente esculpidas tras las maravillas de la (bastante barata aquí) cirugía plástica. La verdad es que, ya me bastan todas las Beyonces y Rihannas en universo de las celebridades para dañar mi autoestima. Mi plan nuevo; mudarme hacia donde tienen mujeres feas, esqueléticas y preferiblemente sin dientes. Si.
Haberlo dicho no olvidemos de otro tipo de ricura local; las mamasitas sin complejos algunos, que creen que es una buena idea vestirse en spandex de pies a cabeza a cada hora del día y noche, sin importar el hecho de que todos estos mofongos y bizcochos viven un momento en los labios pero se quedan para siempre en las caderas (o la pierna, o la barriga o por todos los lados…). O que no todo el mundo desea ver su panty.
El español dominicano. Me confunde y además me anula todo lo que había aprendido en mis clases de castellano ; la situación lingüística de la isla caribeña se puede apreciar muy bien un dialogo corto que mi hermano tuvo con sus dos amigos catalanes en Barcelona, donde actualmente vive:
amigo A: ¿A dónde vas, a Costa Rica?
mi hermano: ¿No, a la República Dominicana
amigo B: ¿Y ellos hablas español por allí, no?
amigo A: ¿Sí, intentan.
Además de la confusión me suministra complejos, especialmente cuando por teléfono lo único que puedo decir es ¿Como? ¿Como? ¿Como? ¿Perdoooon?
¡Tu ta loca errede!
El producto que los supermercados y almacenes dominicanos venden como tomates. Si es verde, huele como agua estancada y/o es suficientemente duro para golpear a alguien hasta dejarlo inconsciente, NO es un tomate. Quien no me cree que mire a la etiqueta de la Victorina. Vaya color de tomate, así es.
La cerveza dominicana. Claro, va excelentemente con el calor dominicano, pero no tiene nada que ver con lo que yo conozco como productos tradicionales de cervecería, el sabor es más como un tipo de limonada saborizada muy sutilmente con algo que alguna vez, hace mucho, mucho tiempo, pudo ser cerveza.
La rarísima manera de organizar la infraestructura urbana por aquí. ¿Dónde hay números de los edificios? Los nombres tipo María Elena, Víctor Manuel II etcétera, etcétera… Van bien en el registro municipal de las personas (y no construcciones arquitectónicas) o en los créditos de las telenovelas, ¡no para orientar espacialmente a la gente perdida!
Los niños en las calles que aparentemente no le importan a nadie, eso no requiere comentarios adicionales.
A todos estos que ya están escupiendo veneno y planean encontrarme y pegarme bofetadas; la semana que viene llegará todo lo dominicano que voy a hechar de menos en mi casa fría norteña. Mientras tanto, ¡que tengan una buena ofensa!