Me encanta encontrar en los periódicos artículos sobre lo cotidiano, sobre las pequeñas cosas que nos suceden. Me fascina leer los recuerdos de Freddy Ginebra, los de Freddy Ortiz. Me encantaba leer a Yaqui Núñez del Risco, porque siempre había algo que me alegraba el día. Hace falta un Teófilo Barreiro.

Llevamos años leyendo y escuchando sobre “Odebrecht, sobornos, reelección, barrilito, mochilas, Junta, senadores, diputados, constitución, alcaldes, intercambios de disparos, de Yanalán, (encima con su cara de pendejito, de yo no fui), de atracos, de Leonel, Hipólito, Danilo y ya por último de Gonzalo Castillo”.

Se necesita gente que escriba en los diarios algo que nos alegre, que nos haga recordar cosas bonitas, aunque sea de la época de Lilís. Que puedan escribir anécdotas de sucesos importantes, pero inolvidables. Que sean capaces de escribir en un lenguaje llano, claro, ameno y entendible. Necesitamos quien se conduela del dominicano, que aunque no quiere entrar la cabeza en el suelo como el avestruz, para no enterarse, necesita un recreo para tomar impulso y volver al mismo desastre.

Llegar a la edad madura sin más trabajo que cuidar nietos, conversar con las amigas  a diario por teléfono,  es de las pocas cosas que uno hace y más, si es que le ha llegado cierta edad, sola.

Por ejemplo, tengo una amiga con quien hablo todos los días, pero si soy yo quien la llamo, mi saludo es, “no seas maleducada y me digas que estás ocupada”. Trabajamos por muchos años juntas y todo lo que hablamos nos hace morir de la risa, porque siempre sale a relucir el gato que apareció en su casa y que la tiene “jarta”. Recordamos las mismas anécdotas de su pueblo y de mi pueblo. Nos sabemos los nombres de todas nuestras amigas, aunque no las conocemos. Hablamos de las ocurrencias de nuestros  nietos. Hasta de lo que estamos cocinando o vamos a cenar. De las plantas naturales hermosas que ella cultiva y de las mías plásticas, pero que parecen de verdad. De los silencios que debemos guardar en algunas ocasiones con los hijos. Cada conversación con mi amiga Idalia es una terapia.

La política tampoco se nos escapa, porque tenemos teorías, formamos gabinetes, damos sentencias y analizamos el accionar de cada político.

En cierta oportunidad, uno de nuestros compañeros de trabajo, quien era “sicólogo” de uno de nuestros cuerpos castrenses, debía hacer las entrevistas a los que ingresarían a la guardia. Idalia y yo nos juntamos con él y con mucha propiedad le orientamos sobre lo que tenía que evaluar. Ninguna de las dos somos sicólogas, pero creo que ni él tampoco. ¡Vaya usted a saber!  Después de tantos años nos morimos de la risa al recordar este episodio.

Todos los años planificamos vacaciones, busco los lugares que creo podemos visitar, pero ella siempre dice que para allá no, que ella es de esa región. Ella me da su opción y yo le digo que para allá no voy. Organizamos “giras” para Boca Chica… que vamos a alquilar una mesa, comer pescado frito y yaniqueques, planes que hacemos año tras año, pero que nunca lo hemos realizado, y el tiempo se nos pasa en planificar y lo disfrutamos.

Recuerdo también, hace unos veinte años cuando las dos salíamos del trabajo e íbamos a pagar la universidad, yo de mi hijo menor y ella de su segunda hija. Nunca comentamos el porqué íbamos, pero yo iba, por si acaso. Ahí comprobaba notas y semestres. Gracias a Dios, nunca me llevé un susto o decepción. Mi hijo fue tan buen alumno que hasta una beca le dio la universidad para hacer un post grado en Madrid.

Creo que el mejor regalo que Dios nos ha dado, son los amigos. Yo gozo del privilegio de poder contarlos con los dedos de las manos y debo agregar los de los pies, por los amigos y amigas que tengo desde hace más de cincuenta años y años menos, pero  que día a día me proporcionan alegría y complicidad.