En las últimas semanas el tema más discutido por la opinión pública dominicana ha sido el del recurso de amparo iniciado por varias entidades pastorales de la iglesia católica contra Profamilia; así como todo lo relacionado con la campaña publicitaria llevada a los tribunales. Luego de pronunciada la sentencia a favor de la ONG, independientemente de las acciones legales que pudiera continuar la iglesia y en el entendido de que todas nuestras empresas deben dejarnos algún tipo de enseñanza, me permito ofrecer la mía, en espera de que sirva a quienes les sea necesaria.

Lo primero es que estoy convencido de que para la iglesia católica el expediente de Profamilia nunca tuvo el propósito de mejorar el estado alarmante de embarazos en menores de edad o no deseados en la población femenina en general, así como de brindar una respuesta a ninguna de las aberraciones sexuales que aquejan a nuestra población y que vulneran irreparablemente los derechos de los más débiles; sino que por el contrario sólo se trató de un ejercicio de poder, que al final logró el objetivo de exacerbar a un grupo social que ayer, hoy y siempre estará buscando un culpable para aquellas desgracias que pudieron evitarse con intervención temprana y responsable.

La iglesia católica dominicana, que como en el resto del mundo, cuenta con estudiosos altamente calificados en las técnicas del trabajo social, conoce que la responsabilidad de lo que sucede con nuestra juventud y la del resto del mundo, no tiene nada que ver con la campaña publicitaria de Profamilia, sino que se encuentra, principalmente, en la irresponsabilidad de los padres y madres modernos que para llevar a sus hijos por el “buen camino,” los ponen en manos de curas pederastas, ignorando las señales de problemas; padres que van a una actividad social con sus hijos y quien se sienta los niños en las piernas es la joven del servicio, a quien para colmo le llaman “la chopa.”

Estoy hablando de padres que pasan el día fuera de la casa y cuando llegan en las madrugadas, luego de cumplir con largas jornadas laborales y variadas actividades sociales, encuentran a los hijos e hijas durmiendo con la doña que los atiende y los lleva a las escuelas, a las clases de pintura o de ballet, así como a las salas de tarea; sustitutas de padres y madres que deberían estar guiando e informando a sus hijos e hijas, aprovechando ese tiempo de unidad familiar para inculcarles sus valores ético – morales y no dejar que sus muchachos crezcan en “piloto automático,” esperando por la ocurrencia de un milagro que los salve y los ayude a ser seres humanos de bien.

La campaña de Profamilia no está dirigida a los hijos de los padres y madres que “atienden su cartón” y que por consiguiente, se encuentran al corriente de todo lo que ocurre con su prole; sino que por el contrario es un apoyo para esa inmensa cantidad de chicos y chicas que crecen sin ninguna guía y que requieren de información, en este momento reactiva, para afrontar una sexualidad que con cada estudio realizado se presenta a más temprana edad, haciéndoles vulnerables no solo ante la sociedad, sino ante ellos mismos.

Sin embargo, como la sentencia que intervino nos enseña que no todo está perdido y que hay quienes reconocen el equívoco, aunque éste lleve sotana, me voy a permitir aconsejar a los padres y madres dominicanas que pongan a un lado el tema de Profamilia, institución que cuenta con el derecho Constitucional para ejercer la labor que realiza, comprendan que cualquier cambio social se inicia en el propio ser y sigan el consejo que nos ofrece el Dalai Lama en su obra “Más allá de las religiones,” que se constituye en una guía para cualquier ser humano que aspira a hacer el bien, sin importar sus creencias y las cuales se pueden resumir en lo siguiente:

1. Practicar una ética de contrición o deliberadamente abstenerse de hacer daño actual o potencial a otros seres humanos;

2. Cultivar la ética de la virtud, desarrollando activamente nuestros valores interiores, y

3. Compartir una ética de altruismo, dedicando nuestras vidas genuina y desinteresadamente al bienestar de los demás miembros de nuestra comunidad.

Pensemos que en la cultura materialista y depredadora que hemos asumido y que patrocinamos a diario ciertamente se pueden llegar a acumular muchos bienes (que a fin de cuentas sirven para muy poco); sin embargo, en ese camino vamos perdiendo valores fundamentales para nuestras familias. En vez de continuar señalando, buscando culpables fuera de nosotros mismos y constituyéndonos en obstáculo para el trabajo bien intencionado de otros; auto evaluémonos y modifiquemos nuestros comportamientos respectivos, a fin de iniciar una etapa de cooperación. De ese modo veremos como este tipo de campaña que hoy tiene que hacer Profamilia para llenar un espacio que los padres y madres hemos dejado vacante, va perdiendo su razón de ser con el paso del tiempo.