Enfocar de nuevo el ya reiterado tema de los accidentes vehiculares y sus graves consecuencias en término de vidas humanas, lesionados, discapacitados y cuantiosos daños materiales para el Estado y la aseguradoras por decenas de miles de millones de pesos cada año es como llover sobre mojado.

El tema es una constante que hemos mantenido a lo largo de más de cuarenta años de ejercicio profesional. Para los tempranos años de la década de los setenta, motivados por el gran número de accidentes de tránsito y la alta cantidad de víctimas fatales a consecuencia de los mismos, estando al frente del noticiario Radio Reporte de La Voz del Tropico, junto con el diario El Nacional, entonces propiedad y bajo la dirección del doctor Rafael Molina Morillo, en el cual manteníamos una columna y del que éramos editorialista alterno, asumimos la iniciativa la iniciativa conjunta de organizar el I Seminario Nacional sobre Tránsito. Fue muy participativo pero a la larga, un esfuerzo baldío. Sus acuerdos y recomendaciones, resultaron papel mojado. Un empeño posterior llevó a cabo años después el colega Bonaparte Gautreaux, al organizar un nuevo seminario, con resultados parecidos.

Hace ya más de un año, se divulgó que la República Dominicana es el segundo país del mundo donde resulta mayor la cantidad de muertos por cada 100 mil habitantes, a consecuencia de accidentes vehiculares. También nos clasificaron como el país del mundo donde peor se conduce. Ni por vergüenza, reaccionamos.

Ahora el matutino El Caribe acaba de actualizar el tema con la información de que el pasado año se registraron 35 mil 624 accidentes de tránsito, que dejaron un trágico balance de 2 mil 122 muertes. Esto hace 176 por mes, o sea, que promedia 6 personas fallecidas cada día. Ni que decir que la mayor parte correponde a los motoristas, responsables de más de un sesenta por ciento de ocurrencias de tránsito fatales, quienes también aportan una buena cuota de los pacientes en rehabilitación que acoge la meritoria institución fundada por doña Mary Marranzini.

Las autoridades se dan por enteradas solo cada vez que ocurre alguna catástrofe vehicular de grandes proporciones. El interés se disipa prontamente también a nivel de opinión pública que parece resignada a soportarlo como un mal crónico sin posibilidades de cura, y el tema pronto pasa de largo hasta el próximo desastre.

Algún que otro vagido de preocupación se deja sentir ocasionalmente, provocando medidas aisladas de escaso impacto y resultados. El tránsito vehicular sigue siendo un caos. Caen en el vacío todas las exhortaciones y campañas promoviendo el manejo seguro y los conductores al guía de destartalados conchos, guaguas voladoras, grandes patanas, motores, vehículos privados y no pocos con placa oficial, cometen todo tipo de violaciones.

Los transportistas han sumado a sus privilegios, la impunidad de sus miembros. No importa que su irresponsabilidad e irrespeto a la ley, haya provocado víctimas fatales. Pronto están en la calle haciendo nuevamente de las suyas. Solo así se explica que el chofer que provocó la muerte de docena y media de personas al guía de una patana, poco tiempo después estuviera de nuevo violando la ley en pleno corazón de la capital conduciendo otro vehículo similar. Una justicia sometida a presiones lo puso en libertad condicional… ¡y le devolvió su licencia de conducir¡ Su caso no fue excepción, sino la norma.

¡Seis muertos por día¡ Más que el narcotráfico; más que el crimen organizado; más que la delincuencia común; más que las peleas callejeras; más que las disputas barriales; más que los feminicidios; más que los suicidios. A nadie parece importarle ni le quita el sueño, salvo a los deudos de las víctimas mientras dura el período de duelo que, a fin de cuentas, la vida tiene que seguir su inexorable curso.

En tanto, continuamos dando palos de ciego y emitiendo vagidos improvisados y temporales ante un problema de tanta gravedad, en vez de abocarnos a enfocar el tema con decisión y visión integral a fin de darle un mínimo de organización y seguridad al cada vez más tupido, complejo, desordenado, costoso y riesgoso tránsito vehicular en el país.