Falta exactamente un mes para las elecciones generales y el cuadro electoral, como lo presentan los medios de comunicación masiva y sus encuestas, luce definido a favor de la reelección del presidente Danilo Medina.
No enjuicio encuestas en las que no participo en la elaboración de sus preguntas y de las que desconozco el resultado bruto de la información levantada. No las critico, pero tampoco nada me dicen que pueda creer con certeza.
Por eso soy tan reiterativo en aferrarme al análisis político a partir del contacto diario con personas de a pie (choferes, barberos, vecinos, clientes que veo en fila en un banco, gasolinera o compañeros en asociaciones productivas) que se expresan en confianza con el amigo.
Resultados de encuestas y contactos cotidianos son dos antípodas en estas elecciones. Las encuestas aseguran la reelección; el contacto cotidiano refleja un descontento muy grande de la población con el gobernante Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y un cansancio con la rutina de sus gobiernos.
Si las encuestas tuvieran razón y el presidente Medina ganara en primera vuelta con cerca del 60% del voto nacional, se confirmaría mi afirmación publicada hace unos meses de que esa victoria sería el resultado de tres factores esenciales:
-La división del voto opositor, la domesticación de Leonel Fernández y la concentración de recursos públicos en torno a la candidatura de Medina (solo el PLD y el PRD concentran el 60% del financiamiento público a la campaña).
Es más que obvio que la oposición no contó con un líder capaz de unificarla contra la reelección y los llamados emergentes “progresistas” aun siguen siendo novatos portadores de una potencialidad discursiva, pero sin conexión con las grandes masas que luchan cada día para asegurar su supervivencia. La falta de realismo los coloca –tal vez involuntariamente- al servicio de la reelección.
En esas condiciones, su papel será nuevamente testimonial y su condición pequeño-burguesa les permite esperar otros cuatro años en la oposición como “un proyecto político en construcción” sin que en su casa se agote el gas de cocinar, le corten el servicio de electricidad o de agua, lo agobien las deudas de las tarjetas de crédito y mucho menos se deje de ver televisión en el plasma gigante o se abandone el acondicionador de aire por falta de mantenimiento. Tampo se quedará su jeepeta en la calle por falta de combustible o por un neumático en mal estado.
Muy distinta será la situación de la gente que lucha en los barrios de casi todo el país –aunque solo lo publiquen escasos medios que con tanto gusto despliegan encuestas- por el asfaltado de las calles, por un barril de agua, contra los apagones, contra la doble inseguridad de los asaltantes y de los extorsionadores de la Policía y de la DNCD.
Aquellos líderes políticos “progresistas” pueden esperar años aferrados a sus principios; estos sectores populares se tiran a las calles –desamparados por el gobierno y por la oposición- detrás de reivindicaciones muy prioritarias para su supervivencia.
La desconexión entre el progresismo principista que no da pasos prácticos para impulsar una fórmula de poder y gran parte del pueblo que lucha solo y sin coordinación nacional, expresará muy probablemente el resultado de las urnas. Esa era la oportunidad de la oposición, pero a todos les falta mucho para convertirse en tribunos populares.
Luis Abinader, que perdió su tiempo arbitrando candidaturas menores, no priorizó –o no encontró respaldo para- la unidad de la oposición progresista y al final se tendió en brazo del Partido Reformista que es la fuerza histórica más conservadora de la política nacional.
Su mayor ganancia sería provocar una segunda vuelta electoral, para lo cual su Partido Revolucionario Moderno (PRM) no ha hecho la tarea. Si Medina pasa en primera vuelta, será el nuevo rey dominicano porque noquearía en un solo asalto a Leonel Fernández, Marino Vinicio Castillo, Guillermo Moreno, Minou Tavárez Mirabal, Elías Wessin Chávez, entre otros. Todos ellos pueden recoger sus aspiraciones porque desde el poder habrá Danilo para rato.
El caso de Abinader y Carolina Mejía es diferente porque obteniendo más de 30% del electorado con un partido nuevo, sin justicia electoral y sin recursos, no es un triunfo, pero sí se puede considerar un avance impresionante que lo catapulta como un potencial contrincante para próximas elecciones, porque el presente ha demostrado que no tiene madera de un opositor gubernamental que acompañe a su pueblo en la lucha y comparte sus victorias parciales labrando un destino nacional.
Miguel Vargas, el arrendatario del viejo PRD, quedará como socio minoritario del que gobierne para trocar la historia de ese partido por negocios con el Estado y tirarlo de hocico en las futuras subastas.
Como resultado de la dinámica propia del PLD, donde hubo un choque único y frontal entre Danilo y Leonel, el cuadro del resultado en los niveles legislativos y municipales será muy distinto al que tienen hoy.
Es obvio que gente de Leonel hará fracasar candidaturas a senador y alcalde de cuadros de Danilo, y viceversa. Eso no es un secreto.
Esta circunstancia provocará espantos y –ojalá que no- violencia, porque el elemento predominante de estas elecciones fue la angurria general por posiciones electivas, desde la presidencial, hasta vocales de Juntas de Distritos Municipales.