“…préciate más de ser humilde virtuoso,

Que pecador soberbio.”

El Quijote.

Me siento ser un vil objeto; algo manipulable y maleable; una veleta; un humilde siervo de cualquier jeque, cacique o “líder” barrial y quizás algo peor. Lo cierto es que esto duele, sentirse manejado cual marioneta en medio de un melodrama ridículo sin posibilidad alguna de hacer otra cosa que no sea lo que dispongan los caciques o las claques que se han adueñado de esta rica, encantadora y al mismo tiempo paupérrimo palmo de tierra. En ocasiones pienso que es una maldición, una conjura que nos han tirado, muy a pesar de saber que tanto las maldiciones como las bendiciones nada más son palabras, que sin hechos, se quedan solo en eso, palabras.

Pero ahora me parece que nos echaron la maldición de siempre ser sumisos y los políticos se han encargado del accionar para hacerla realidad, como esa de “honrar” a Duarte con palabras lisonjeras, hipócritas pero bien hilvanadas y, un comportamiento de bandido muchas veces atrapado infraganti pero excusado, execrable, de truhanes con sacos y corbatas, cargado de indelicadezas y ejecutando los mismos como verdaderas jaurías de hienas o con las mismas prácticas de las más famosas mafias, que dominan la justicia y las autoridades encargadas de hacer cumplir las leyes a su antojo y conveniencia.

Y es que estos políticos nuestros tienen el mismo comportamiento de los lanzadores en el beisbol. Los primeros, cuando llegan a la cima del poder o la organización política que los cobija bajo un manto corrupto de impunidades y blindajes, su intención desde el mismo momento que suben, es perpetuarse en el mismo. Un símil de los segundos, que una vez están en la lomita, por más bases en bolas que otorgan,  hits  o carreras que le produzcan, es decir, que lo exploten, tiene que ser el dirigente quien lo saque del montículo, porque ellos por sí mismos, no son capaces de salir y, que en el caso de la política, el manager viene siendo el pueblo, quien por presión o por los votos, les trunque su insaciable ambición de permanecer en el poder.

No sé si será la maldita miseria la que se ha convertido en la mejor aliada de estos políticos, o la falta de cultura de la cual hemos sobrevivido siempre en ayunas, o quizás ese discurso de fariseo, hipócrita, teórico y promotor de una separación del mundo moral y ético que adormece la conciencia de este pueblo, a sabiendas de que este discurso es muy diferente a la realidad, ya que ésta se grafica en una línea horizontal, en tanto, la teoría es en una línea sinusoide, que sólo toca la realidad en algunos de sus puntos. Y me parece que soy muy consecuente con catalogarlo con este ejemplo, porque ya el descaro ha llegado a un punto tal, que evaden con increíble facilidad, tocar realidad alguna.

Pero nuestro pueblo siempre ha sido sumiso, desde aquellos días de cambiar oro por espejitos, salvo algunos momentos que han durado tanto como un suspiro, siempre en busca de un iluminado, predestinado, un mesías, profeta o salvador, que por lo regular lo han convertido en mártir y que además ha sufrido del desdén y la traición de los llamados apoyarlo. Hasta ahora, eso hemos sido. Como hoy, que tenemos el caso de los haitianos que por siempre nos han vapuleado, ya sea con invasiones pacíficas, bélicas o del chantaje y pena de aquel que lo diga porque inmediatamente es etiquetado como racista xenófobo o indolente. ¡M….a¡

Y es que lo que nos hacen los haitianos, es muy similar al accionar de la inmensa mayoría de nuestros políticos, por lo que no sé si habrá que llamar la atención de la “Virgencita”, sí, la misma que protege y ampara grandes traficantes de drogas y personas, con agua por delante y agua por detrás, quizás para equilibrar la balanza. O quizás en tanto estemos sumisos y acobardados ante esta política ludita, llamar a Zion; Amón-Ra; Osiris; Jesús o al Dios sin nombre, dejando todo en manos de ese algo celestial y proseguir con el mismo conformismo de siempre. ¡Sí señor!