UNA OLA oscura sumerge a las democracias en todo el mundo occidental.
Comenzó en Gran Bretaña, una tierra que siempre vimos como la madre de la democracia, patria de un pueblo especialmente sensato. Votó en un plebiscito para abandonar la Unión Europea, ese hito del progreso humano que surgió de las terribles ruinas de la Segunda Guerra Mundial
¿Por qué? Ninguna razón en particular. Por gusto.
Luego vinieron las elecciones estadounidenses. Lo increíble ocurrió: un don nadie salió de la nada y fue elegido. Una persona desprovista de toda experiencia política, un bravucón, un mentiroso habitual, un artista. Ahora es el estadista más poderoso del planeta, el "Líder del Mundo Libre".
Y ahora está sucediendo en toda Europa. La extrema derecha está ganando casi en todas partes y amenaza con ser llevada al poder mediante el voto. Los presidentes y los primeros ministros moderados renuncian o son expulsados. Con la notable excepción de Alemania y Austria, que parecen haberse aprendido su lección, el fascismo y el populismo están ganando terreno por todas partes.
¿Por qué, por el amor de Dios?
LOS PAÍSES SON diferentes entre sí. Cada escena política local es única. Po eso es fácil encontrar razones locales para los resultados de cada elección y plebiscito local.
Pero cuando ocurre lo mismo en todos los lugares, en muchos países y casi simultáneamente, uno se ve obligado a buscar un denominador común, una razón que se aplique a todos estos fenómenos diversos.
Es el nacionalismo.
Lo que estamos presenciando ahora es una rebelión del nacionalismo contra la tendencia hacia un mundo post-nacionalista, regionalista y globalista.
Esta tendencia tiene razones prácticas. En la mayoría de los campos del esfuerzo humano, se requieren unidades mayores y más grandes.
Las industrias y las instituciones financieras exigen grandes unidades. Cuanto mayor sea la unidad, más racional será la economía. Un país con un mercado de diez millones no puede competir con un mercado de mil millones de personas. Hace siglos, esta tendencia obligó a pequeñas regiones como Baviera o Cataluña a unirse a estados nacionales como Alemania y España.
Hoy en día, la vida económica de miles de millones está determinada por corporaciones transnacionales anónimas, que residen en ninguna parte y en todas partes, mucho más allá de la comprensión de la gente común.
Al mismo tiempo, la revolución de la información ha creado comunidades de conocimiento cada vez más grandes. Hace quinientos años, era raro que un campesino en Europa se moviera más allá de la aldea siguiente. Los viajes eran caros, sólo los aristócratas tenían caballos, un paseo en carruaje a la gran ciudad estaba fuera del alcance de la mayoría de la gente. Por la misma razón, era imposible mover mercancías a largas distancias. La gente comía lo que se podía cultivar localmente. Las noticias viajaban lentamente, si acaso.
Hoy en día, donde quiera que vivas, oyes hablar de los resultados de las elecciones austriacas o de un golpe de estado en Sudán en cuestión de minutos. El mundo se ha convertido en una aldea.
Casi todo el mundo tiene una conexión a Internet, él o ella puede conversar con casi todos los demás en el mundo, mientras que los científicos en muchos lugares profundizan en el universo.
En este nuevo mundo, el estado-nación se ha convertido en una cáscara vacía, una bandera, un himno entusiasta, un equipo de fútbol, un sello que se utiliza cada vez menos.
SIN EMBARGO, el fin de la era del Estado-nación no ha puesto fin al nacionalismo. Lejos de ello.
La mente humana cambia mucho más lentamente que las circunstancias materiales. Cojea al menos tres o cuatro generaciones detrás, aferrándose a ideas e ideales obsoletos, mientras que las realidades políticas, económicas y militares corren por delante.
El nacionalismo moderno surgió hace sólo dos o tres siglos. Es una invención relativamente reciente. Algunos creen que fue creado por la revolución francesa. Un notable historiador sostuvo que fue creado por los colonizadores españoles en América del Sur, que querían deshacerse del imperialismo español y constituirse como naciones independientes.
Sea como fuere, el nacionalismo rápidamente se convirtió en la fuerza dominante en el mundo. Al final de la Primera Guerra Mundial, había roto los antiguos imperios y había creado una docena de nuevos estados-nación. La Segunda Guerra Mundial terminó el trabajo.
El estado-nación se sostiene sobre dos patas: la material y la espiritual. La necesidad material de crear mercados más grandes y defenderlos contra otros grandes mercados era obvia. La necesidad espiritual de pertenecer a un grupo humano lo era menos.
En realidad, esta necesidad es tan antigua como la propia raza humana. La gente tenía que unirse para defenderse de otras personas, tenían que cooperar en la caza y la siembra. Vivían en familias numerosas, luego en tribus, luego en reinos y repúblicas. Las formas sociales evolucionaron y cambiaron a lo largo de los siglos, hasta que la nación moderna reemplazó a todas las demás formas.
Para la mayoría de la gente, la necesidad de pertenecer a una nación es una profunda necesidad psicológica. La gente crea una cultura nacional, a menudo habla una lengua nacional. La gente está dispuesta a morir por su nación.
Los grandes movimientos modernos trataron de superar el nacionalismo a favor de otras ideologías. El comunismo era un ejemplo prominente. El proletariado no tiene patria. Sin embargo, en su momento de mayor peligro, bajo la embestida del fascismo supernacionalista, la Unión Soviética abandonó la "Internacional" y adoptó un himno nacional, y Stalin proclamó la Gran Guerra Patria. Más tarde, la Unión Soviética internacionalista se rompió y Rusia volvió al nacionalismo puro, personificado por Vladimir Putin.
Creo que lo que estamos presenciando ahora es una reacción mundial contra el supra-nacionalismo y el globalismo. Las personas no quieren ser ciudadanos del mundo, y según parece, no quieren ser ni siquiera europeos o norteamericanos. Algunos idealistas pueden marchar delante, pero la gente común se apega a su nación. Quieren ser franceses, polacos o húngaros.
Esta es una necesidad que viene de abajo. Las "élites", los bien educados y los ricos pueden mirar más lejos y abrazar las nuevas realidades, pero las "clases bajas" en todas partes se aferran a sus valores nacionales. Es lo único que tienen para aferrarse. El proletariado tiene una patria. Más que nadie.
Esto es aún más cierto en los países que tienen una minoría nacional considerable. La clase "más baja" de la nación dominante es la fuerza política nacionalista e incluso fascista más feroz. El término educado para esto es "populismo".
¿ISRAEL sigue la misma tendencia? Apueste a que sí.
De hecho, los israelíes pueden sentirse orgullosos del hecho de que eso ocurrió aquí incluso antes del Brexit y Trump.
Israel está ahora firmemente en manos de un gobierno extremista, xenófobo, anti-paz, anexionista, que incluye fascistas débilmente disfrazados. Benjamín Netanyahu a veces parece casi moderado en comparación con algunos de sus aliados y adherentes.
Israel fue creado por el sionismo, un movimiento revolucionario que sobrevivió a muchas otras revoluciones del siglo XX. El sionismo era un movimiento nacionalista sin una nación. Sus fundadores tuvieron que inventar una nación que no existía Tuvo que convertir a una comunidad étnico-religiosa dispersa, que había sobrevivido durante miles de años en un mundo cambiante, en una nación moderna. Los fundadores del sionismo vieron esto como la única respuesta al antisemitismo, que era la hija bastarda del nacionalismo europeo moderno.
Incluso el nombre de esta nación es discutible. ¿Es una nación judía? ¿Una nación hebrea, como algunos de nosotros preferimos llamarla? ¿Una nación israelí? ¿Y de dónde salen los millones de judíos, que no soñarían con emigrar a Israel, o el 20 % de los ciudadanos israelíes, que dicen pertenecer a la nación palestina, que no tiene (en la actualidad) ningún estado?
Esta inestable base ideológica ha creado un nacionalismo judío-hebreo-israelí que es más fuerte y más feroz que la mayoría.
NI EN ISRAEL ni en ningún otro lugar un movimiento progresista y pacifista tiene alguna posibilidad de éxito, si se concibe como antagónico al nacionalismo.
Lo he creído toda mi vida. Siempre me he definido como nacionalista. Creo que no hay una contradicción básica entre el nacionalismo y el internacionalismo. De hecho, el inter-nacionalismo significa, literalmente, la cooperación entre las naciones.
Como nacionalista israelí, creo en los derechos de otros pueblos a aferrarse a sus propios valores nacionales. Esto significa, en primer lugar, el respeto al pueblo palestino y su derecho a un Estado nacional propio, junto a Israel.
El movimiento pacifista israelí debe en primer lugar afirmar sus credenciales nacionales. De hecho, somos los verdaderos nacionalistas. Queremos que Israel prospere en paz y seguridad, mientras que los pseudonacionalistas que están en el poder ahora nos están llevando al desastre. No permitamos que los fascistas nos roben el nacionalismo.
Algunos prefieren llamarse "patriotas", más que nacionalistas. Pero patria significa patria. Significa lo mismo.
Como nacionalistas israelíes, debemos esforzarnos por la solidaridad de todas las naciones de nuestra región y unirnos a la marcha hacia un orden mundial donde todas las naciones puedan florecer.
Yo aconsejaría a todos nuestros movimientos hermanos en todo el mundo a hacer lo mismo, y así romper la ola oscura que amenaza con hundirnos a todos.