El discurso literario del período republicano se define y explica a partir de un conjunto de instancias históricas y estructuras expresivas que adquieren valor al interior de una cosmovisión política y cultural extendida en las diversas funciones significantes surgentes como imágenes de mundo y particularizadas en la producción ideológica del sujeto histórico. Lo literario adquiere en sus autores y contextos de creación una dimensión dirigida a transformar, afirmar o cualificar el mundo histórico y cultural. La literatura surgió entonces como una función y una visión del mundo nacional, sus tensiones y formas de percibir la cosa histórica en tanto que identidad cultural. 

Esta concepción se revela en uno de los principales protagonistas e ideólogos del período republicano. De esta suerte, Fernando Arturo de Meriño escribe lo siguiente:

“…La literatura es respecto de una nación, lo que la palabra respecto de un hombre. El mundo es un ser mutilado por imperfecto, oscuro, reducido a las estrechas dimensiones de su esfera material, que aparece vegeta y se va sin interesar en el movimiento social. Y las naciones que no dicen nada de sí mismas; que no hablan ; que no confunden su verbo en el gran concierto del lenguaje humano; que no llevan sus ideas a la perenne gran exposición del discurso universal, no tienen vida exterior, ni prolongada, y languidecen en la esterilidad: pasan muertas debajo del sol de los pueblos, dejando un punto en el mapa geográfico, pero no una estela luminosa en la historia, no la eterna repercusión de su palabra que se dilata llevando todos los tiempos”. (Ver, en Emilio Rodríguez Demorizi: Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas. Para la Historia de la Espiritualidad Dominicana; Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo, 1960. P. 81).

Ciertamente, estas palabras de Meriño revelan una concepción del discurrir histórico, la circunstancia nacional y la visión de un pensador y protagonista representativo del período republicano en una etapa  de convulsión, acciones políticas y sociales. Meriño entiende que el lenguaje y la literatura son modos de representación que constituyen la nación y la cultura en su fundamento y construcción:

“…La literatura de un pueblo es su inmortalidad”. (Ibídem.)

Y para confirmar su visión humanista y perfilar su conciencia ideológica acerca de lo literario, agrega:

“Las letras han ganado siempre en los desencantos políticos, como en todos los dolores humanos.” (Op. cit. p. 80).

Entre literatura y política existe una relación, pero en la misma, el sujeto histórico implicado en la cultura y justificado en la conciencia crítica se extiende encontrándose en las formas de la vida nacional:

“Nunca es el hombre más de sí mismo que cuando, experimentando un desaliento, se refugia en el santuario de su conciencia y se refleja en el fondo de ella la realidad de las vanidades exteriores. Entonces encuentra dentro de sí la plenitud de la vida y fuera descubre el cadáver; dentro el ser: fuera, la sombra fugaz. Entonces se halla en posesión perfecta de su personalidad; ejercita su imaginación y sale en forma de palabra hablada o escrita a fecundar también otros espíritus.” (Op. cit. p. 80).

Existe en estos fragmentos del ensayo ¡Fiat Lux! de Fernando Arturo de Meriño una reflexión acerca de la literatura como tipo de conciencia  social y crítica en el período republicano. Educar a través de la literatura le permite al pensador, sujeto religioso y civil comprender la existencia en su apertura y en sus ramificaciones sociales. El poeta es político; el político es poeta; el narrador es político; el narrador es religioso, el sacerdote es también orador y político; política y religión co-actúan; política y poesía se reconocen en la conciencia civil.

El estudio de nuestra literatura en el período republicano se ha visto en algunos casos obstaculizado por el estrecho tratamiento que los críticos e historiadores nuestros le han dispensado. Y esto así, porque lo producido en este sentido, tiene su base únicamente en la biografía histórica, el retrato, la etopeya y la circunstancia literaria. (Véase Joaquín Balaguer 1950, 1947, 1950, 1957; Max Henríquez Ureña 1945, 1950, 1960; Emilio Rodríguez Demorizi,1947, 1963, 1969,1979; Esthervina Matos, 1953).

De lo que se ha tratado es de la cronología de obras y vidas de autores que, en los respectivos casos, muestran la limitación y en algunos casos el débil quehacer crítico de la tradición intelectual dominicana.

Se trata, pues, de una estructura histórica ya convencional que debe ser “leída” en sus desarrollos y efectos textuales desde lo literario. El orden desarrollado por los productores de textos literarios en el período republicano, comprende temáticamente las formas épicas vehiculares, de un pensamiento retórico, poético y político a través del cual se hace visible una relación entre el autor, el lector y el corpus cultural. Conduce esta oposición a un entendimiento de la historicidad reconocida en la poesía, la oratoria, el drama, el relato y el ensayo histórico.

En efecto, conviene observar que el intelectual dominicano asume en la primera etapa posterior a la fundación del Estado Nacional un discurso patriótico justificado en dos vertientes: la anexionista y la independentista. La primera pretende particularizar la dependencia de España y EEUU y la segunda se constituyó desde el Juramento Trinitario y asumió desde su conjunción patriótica un discurso independentista, partidario de una unificación de la conciencia  nacional enrumbada hacia la fundación de un concepto de nación e identidad nacional y una visión ideológica más unificada del Estado político nacional.

En esta perspectiva surge un modo descriptivo e interiorizado de hacer literatura. Los poetas y narradores, principalmente, activan un nuevo modo de combinar las estructuras rítmicas del poema y de la prosa teniendo en cuenta la periodización textual intensa (Félix Ma. Del Monte, José Joaquín Pérez, Salomé Ureña Henríquez, Javier Angulo Guridi) y la periodización poética descriptiva (Nicolás Ureña de Mendoza, Manuel Rodríguez Objío, Manuel María Valencia, Félix Mota y otros). Ambas periodizaciones son procedimientos de textualización donde el aporte de la sustancia expresiva es el principal componente del discurso literario republicano.

Ciertamente, la lectura de estos signos poéticos, narrativos y dialógicos activan particularmente el soporte  de instrucción poético-textual a través de las siguientes características:

  1. Evocación temática de lo patriótico.
  2. Posicionalidad de la función lírica  y la extensión épica, interiorizadas  ambas desde el yo del autor.
  3. Equilibrio estético entre la forma de la expresión y la forma del contenido.
  4. Motivación alegórica y filosófica del personaje histórico
  5. Vocalidad del nivel histórico de productividad poética.
  6. Acentuación de la actitud emocional mediante el ritmo de imágenes y la variedad de esquemas sintácticos y semánticos del poema.
  7. Metaforización épica.
  8. Metaforización lírica.
  9. Interpretación dramática del pensamiento histórico-político.
  10. Simbolización y lectura epocal del mundo entendido como signo; opacidad y transparencia de las estructuras expresivas.

Estas características se hacen observables  mediante el uso individual, o, idiolecto poético verbalmente instruido por el autor mismo y sus estrategias de expresión. En el caso del discurso trinitario que se establece como discurrir político en la obra poética de Félix María Del Monte, José Joaquín Pérez, Manuel Rodríguez Objío y en la oratoria sagrada y política de Fernando Arturo de Meriño. Asistimos a la puesta en cuadro de tensiones que funcionan tanto en lo jurídico, así como en lo histórico y lo poético.

El compromiso que aglutina las voces de relevancia poética, produce, a su a vez las estructuras nucleares de la significación literaria en un cuadro de elementos tensionales y virtuales establecidos a partir de la función estética pronunciada por los diversos autores o fabricadores de textos poéticos.

Un aspecto que merece la pena destacar en este recorrido temático productivo, son las estructuras funcionales de la narración  en el período republicano.

Manuel de Jesús Galván, César Nicolás Penson, Fco. Gregorio Billini, Javier Angulo Garrido y Alejandro Angulo Guridi articulan el registro paradigmático y formal de la prosa hispánica, donde el léxico local y clásico incide como vector en la travesía narrativa y textual de estos autores. La significación narrativa justifica su engendramiento constitutivo a partir de los bloques textuales que sitúan el contenido y las formas particulares de la narración, tales como: tema, tiempo, espacio, situación, predicamento, síntesis y finalidad. Pero también, la narración en el período republicano modela el mundo local mediante la tensión argumental y delocutiva del relato, esto es, la realización que se expresa en el proceso de comunicación verbal y  constitución textual.

Enriquillo de Galván propicia las estructuras de una sociedad cuyo modo de producción tributario arquea las funciones de dos mentalidades que pretenden asegurar su tiempo-espacio desde un tramado social no-vinculante. Tal es el caso de las diversas relaciones que se expresan a través de los narradores, narratarios, roles narrativos y sus biografías sostenidas en el plano descriptivo de las acciones y contextos.

Engracia y Antoñita de Francisco Gregorio Billini, carnavaliza la vida popular mediante activadores bioculturales como “El peroleño” y la descripción de todo el Valle de Baní y sus actores populares, implicados en la trama histórico-social regional.

Cosas Añejas de César Nicolás Penson motiva como suma de narradores, contextos y funciones de relato, toda una serie de acontecimientos desde la historia y los signos que temporalmente la constituyen como texto, marca epocal, huella significante, reconocimiento y posicionalidad de los narradores o narratarios. Se trata de reconstruir acontecimientos a través de estructuras composicionales como el foco de comienzo o apertura; foco de desarrollo o predicamento accional; y foco de cierre o resultado final de la tramatización, como en los textos narrativos producidos principalmente entre 1865, 1889 y 1899 donde la tensión cultura-historia se pronuncia en los bordes y centros de la estructura social y cultural. La necesidad de relato promueve el “contar” y el “novelar” como cualidades discursivas, siendo así que la literariedad se comporta como un estilo expresivo de lengua en sus niveles sintácticos, semántico y pragmático, esto es, en sus grados particulares de semiosis.