El gozo por la llegada del nuevo año es pura terquedad de la esperanza.

Los algoritmos de las redes sociales no nos tienen compasión. Una surrealista composición gráfica del 2020-2021, basada en la imagen de las mellizas kubrickianas; esto es, en la imagen de las dos fantasmagóricas niñitas en el pasillo de la película El resplandor (1980), del director Stanley Kubrick, nos recuerda que todavía andamos perdidos dentro del laberinto.

Otros mensajes son menos metafóricos. Como el de la Dra. Laura Pou en su cuenta de Twitter, que nos rogaba cuidarnos, mientras veía morir de un arresto cardíaco a un paciente contagiado, en víspera de año nuevo.

Cuando despertamos, el COVID-19 todavía estaba allí.

Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés, ha escrito un conjunto relevante de obras, entre ellas, El crepúsculo del deber, La sociedad de decepción y La era del vacío. Como parte de mi aprendizaje acerca de la responsabilidad social empresarial, descubrí sus ideas. Su visión crítica de la sociedad de consumo es brutal:

La sociedad de consumo nos condena a vivir en un estado de insuficiencia perpetua, a desear siempre más de lo que podemos comprar. Se nos aparta implacablemente del estado de plenitud, se nos tiene siempre insatisfechos, amargados por todo lo que no podemos permitirnos. Se ha dicho que el sistema del consumo comercial es un poco como el tonel de las Danaides que además sabe aprovechar el descontento y la frustración de todos.

En el primero de los libros mencionados, el autor ofrece criterios para dar sentido de dirección a la vida de las empresas, y junto con ellas, a los que conformamos su círculo de interés o stakeholders. El también profesor de la Universidad de Grenoble recomienda un plan de vida y actuación profesional:

La búsqueda de la una espiritualidad individual y corporativa, así como de una personalidad filosófica y moral a través de la afirmación de ideales.

En estos días en que he estado releyendo mis aportes profesionales durante los últimos veintiséis años, compilados en la obra próxima a salir titulada Libre y leal competencia en la República Dominicana (1994-2020), examino en retrospectiva cómo mi generación, a la que me honra pertenecer, emprendió un éxodo masivo del dogmatismo jurídico. Me refiero al dogma desinteresado en situaciones de hecho desamparadas de tutela efectiva por el entonces derecho común.

De ese modo, perseguimos el paradigma del acceso, noción de filosofía del derecho planteada por Ricardo Lorenzetti, pasado presidente de la Suprema Corte de Justicia de Argentina.  Bajo sus premisas, leyes como la núm. 42-08, General de defensa a la competencia, fueron discutidas y promovidas.  Felizmente, a esa misma filosofía del derecho se han sumado excelentes mentes jurídicas de la generación milenio, que la han multiplicado.

Sin embargo, como advirtió oportunamente el movimiento ateneísta en su revolución cultural de los albores del siglo XX, cuando esa generación de jóvenes emprendió un traslado del positivismo clásico; el viaje intelectual debía pisar tierra firme y hacerse fértil con la provisión de soluciones concretas. En su caso, la tierra prometida eran los nuevos métodos de enseñanza y el regreso al racionalismo helénico.

No nos puede pasar la Gran pandemia, sin que la sociedad se haga un replanteamiento sobre el quehacer de la entidad que influye en el empleo, el costo de las transacciones, el sistema de precios y el crecimiento: la empresa.

También, sin cuestionarnos determinadas pasividades de la agencia encargada de emprender una oportuna intervención estatal en el funcionamiento de los mercados, máxime en medio de una recesión económica, escenario donde la especulación y el abuso de derechos económicos florecen.

Otro año más que pasa sin que la Comisión Nacional de Defensa a la Competencia (Procompetencia) modifique su promedio de casos resueltos y deficitario record de investigaciones abiertas durante el 2020. Apenas nuevos dos casos abiertos a investigación, para un total que no llega a cinco, cuando las agencias reguladoras de otros países anuncian múltiples y complejas investigaciones.

A modo de ejemplo, basta con mencionar, por un lado, que los Estados Unidos cerró el año fatídico iniciando una investigación contra una de las más importante bigtech, con vocación a convertirse en el caso más grande de la historia del antitrust estadounidense desde 1890. Y, por otro lado, que el Superintendente de Industria y Comercio de Colombia, Andrés Barreto anunció el 28 de diciembre pasado que:

Con la decisión notificada el día de hoy en contra de ODEBRECHT y otros por “Ruta del Sol Tramo 2”, esta administración entre 2018 y 2020 ha investigado y sancionado 30 prácticas restrictivas contra la libre competencia y hemos impuesto $563MM en multas.

El promedio de Procompetencia se mantiene en un solo caso investigado y sancionado en 2018.

Las crisis, como la pandemia del COVID-19, demandan una aguda actuación de los órganos reguladores de la libre y leal competencia. Sus circunstancias atípicas imponen una activa y diligente potestad sancionadora. Sin ella, el consumidor queda a merced de conductas que no tardarán en ensayar el capitalismo salvaje, como ha sido alertado por incontables académicos locales e internacionales durante el 2020.

Quejarnos de presuntas prácticas anticompetitivas o del lento accionar de la administración no resulta suficiente. Para que el objetivo de la Ley núm. 42-08 sea alcanzado, la sociedad debe empoderarse en el conocimiento mínimo de los derechos y garantías de ese sistema de ley.

Un reto más de los muchos que nos impone la crisis actual. Sin embargo, los ciudadanos dominicanos vienen demostrando una actitud valerosa desde la movilización hasta las urnas. Con la misma determinación política mostrada en 2020, en plena pandemia, en el 2021 se debe completar el viaje en línea recta hacia la transformación de los ideales en ventajas concretas para todos.

Lipovetsky es cortante y lapidario cuando dice:

El homo politicus ha cedido el paso al homo felix. No se trata ya de cambiar la sociedad, sino de vivir mejor en el presente, uno mismo y los suyos, de ganar dinero, de consumir, irse de vacaciones, viajar, distraerse, hacer deporte, arreglar la casa. Los sueños del gran ocaso se han extinguido y la cosa pública ya no motiva las pasiones más que superficialmente.

Si no cambiamos como sociedad, solo estaremos sobreviviendo este difícil presente a un alto costo.