En la coyuntura actual observamos muchos discursos y planteamientos culpando al actual gobierno de ser el responsable de la presencia masiva, sin ningún control, de haitianos en el país. Este es un enfoque que busca politizar con criterios electoralistas un problema que responde a raíces estructurales y una historia de una crisis migratoria acumulada, que cada cierto tiempo se activa y desactiva como un volcán.
La politización e ideologización de las inmigraciones haitianas nos alejan de las búsquedas de respuestas efectivas. Adicionalmente, los planteamientos y propuestas absurdas de la expulsión masiva de los haitianos hacia su país son reveladores del desconocimiento de la realidad económica de la República Dominicana. Una expulsión masiva implica abrir las puertas a una crisis económica, especialmente en la producción agrícola y la industria de la construcción, de alta magnitud cuyos efectos devastadores los experimentaríamos todos y todas sin importar la ideología ni la clase social.
Cerca de cuatro siglos de insularidad compartida no pueden ser ignorados. Estos 400 años son parte de la base histórico-estructural que definen dos sociedades que cohabitan una isla. Para entender en su profundidad la inmigración haitiana en el país es necesario una ruptura epistemológica e ideológica, trascendiendo las estructuras mentales xenofóbicas y etnocentristas, politizantes y manipuladoras, procurando no confundir la realidad concreta con la ideología y los prejuicios y el pasado con el presente.
El dato real y concreto es que la inmigración del haitiano hacia la República es la continuidad de una larga historia por sobrevivir de los pueblos afrodescendientes, es la búsqueda permanente y sin simulación de la libertad y el bienestar. Esto nos devela una vinculación indisoluble entre raza y clase social. Si damos una mirada a las diferentes sociedades del mundo veremos que los indígenas y los grupos afrodescendientes son los que viven las más vergonzosas exclusiones sociales, políticas y económicas. Vinculando esta perspectiva con la realidad domínico-haitiano los que emigran en República Dominicana y Haití son en su mayoría los pobres y los afrodescendientes.
Desde principio del Siglo XX, República Dominicana ha sido centro de atracción de intensos movimientos migratorios, siendo los grupos haitianos los más numerosos e impactantes a lo largo de toda la historia. Los principales movimientos de inmigrantes haitianos que han tenido un impacto en la economía del país se han dado en cuatro grandes etapas. El primero de estos movimientos se produce del 1920 al 1937 cuando se configuran los primeros establecimientos poblacionales agrícolas, de comerciantes haitianos en la frontera y en los ingenios azucareros. En este período los haitianos no sólo inmigraron hacia la República Dominicana, sino en toda la región del Caribe. Sólo Cuba en la década de los años veinte del siglo pasado recibió más de medio millón de haitianos para trabajar en la industria azucarera. Estos movimientos migratorios estuvieron asociados con la instauración de los modelos de enclaves económicos azucareros implantados por los Estados Unidos.
El segundo movimiento se observa posterior a la caída de la dictadura trujillista durante el cual se genera una concentración de mano de obra haitiana en la industria azucarera, tomando características socioculturales el batey como espacio de identidad cultural de los dominico-haitianos. Balaguer y el gobierno dictatorial de Duvalier establecieron una alianza para traer cada año 15 mil trabajadores haitianos a cambio de un pago económico al dictador haitiano, cuyos ingresos iban a parar a sus cuentas personales.
Un tercer movimiento se extiende desde el 1980 al 2001 con el desarrollo de nuevos movimientos masivos para el trabajo en la agricultura, la construcción urbana y apertura del mercado. Este tercer período coincide con la ruptura del modelo económico enfocado a la agroindustria y su sustitución por una economía de servicio, en la cual el dominicano vinculado al trabajo agrícola se desplazará más hacia las áreas de los servicios, dejando a los haitianos espacios libres para la labor agrícola. Este es el período de la eliminación de los ingenios azucareros y la privatización de sus terrenos para la agroindustria.
Y más recientemente el intenso movimiento migratorio posterior al terremoto en Haití del 12 de enero del 2010, el cual se distingue por una presencia haitiana en toda la geografía nacional, donde es evidente la pérdida del control de estos movimientos. La participación militar y empresarial ha aprovechado esta falta de control para hacer jugosas ganancias con el tráfico de personas. Cabe decir que dentro de las actividades ilegales en el mundo, el tráfico de personas se encuentra en una de las cinco principales vías de enriquecimiento.
La inmigración haitiana se distingue por la existencia de una cultura del trabajo y del comercio, la cual se ha consolidado a partir de las últimas tres décadas. La mayoría del trabajo agrícola en las diferentes zonas del país está en mano de los haitianos, especialmente el trabajo no calificado. En la frontera existen comunidades dominicanas enteras que se han ido despoblando, en las cuales los trabajadores agrícolas haitianos constituyen la mayoría de la población. Tal es el caso de Guayajayuco, El Carrizal en Restauración, Monte Higo, La China, La Trinitaria, en la actualidad más del 60% de sus pobladores son de descendencia haitiana.
Además de una cultura del trabajo extendida hacia toda la geografía nacional, en la frontera se ha ido creando una cultura del mercado. Por eso, la frontera dominicana no puede ser analizada sin pensar en el mercado domínico-haitiano. El fenómeno del mercado ha generado cambios en las relaciones cotidianas del dominicano y el haitiano. Tanto el comerciante haitiano como el dominicano para adentrarse en sus mundos y establecer relaciones estrechas de mercados necesariamente tienen que entrar en sus mundos culturales del idioma, códigos mercantiles, reorganización de la oferta en base a las demandas, técnicas de persuasión y negociación, entre otros.
Lejos de la realidad están quienes plantean que las presiones migratorias del pueblo haitiano hacia la República Dominicana es una responsabilidad del gobierno actual. La realidad domínico-haitiana es la acumulación o síntesis de múltiples factores (multifactorialidad), no es una situación coyuntural ni podemos verla bajo las miradas del mito, las leyendas y fábulas construidas por las élites. Estamos haciendo una invitación a la ruptura con las ideas de la colonización y del conservadurismo heredado del santanismo. Estamos convidando a romper con la noción difusa de lo nacional, en la que la dominicanidad se autodefine en la negación y diferenciación con Haití. No es asunto de ver la isla al revés, sino tal como es. Es la hora que superemos el narcisismo geográfico y cultural, eliminando la vocación cuasi paranoica de invisibilizar a una nación que para muchos dominicanos y dominicanas molesta en el mapa de la isla. Es impostergable que dominicanos y haitianos busquemos equilibrios creativos que permitan aprovechar aquellas potencialidades que tiene cada país y así contribuir a humanizar más nuestras relaciones.