Hace un par de años volví a visitar Marruecos, un país que me fascina desde siempre, esta vez en tour organizado de esos que les llevan por aquí y rpor allá, ecorriendo varias ciudades y en cada una de ellas le muestran lo más típico de ellas.
Estando en la precisas ciudad rosada de Marraquech nos llevaron al mercado principal formado por centenares de tiendas bajo un techo común en las que se puede encontrar de todo, desde una daga curva hasta una víbora de madera en movimiento para asustar a las suegras.
Ese días nos llevaron a un tienda de botánica donde se conjugan los mil aromas de las diferentes plantas aromáticas y medicinales capaces de hacer toda clase de milagros, desde conjuros de amor hasta curar los males del hígado. Así las cosas , mientras mis compañeros de viaje olía y compraban entusiasmados, y o preferí salir a l callejón y participar del bullicioso ambiente del mercado.
Allí observé a diez o doce mendigos que hacían fila ante un comerciante que por la tienda que tenía, parecía estar en una buena posición económica. Era viernes, el día señalado para los musulmanes para ejercer con mayor generosidad la limosna , uno de los cinco principios básicos del Corán.
Y ese días es feecuente ver largas filas de necesitados pidiendo limosna. El caso es que mientras iba dando su óbolo a cada mendigo de la fila, se me ocurrió ponerme en la misma y pedir también unas limosna, ante la mirada atónita de pordioseros y paseantes, a ver lo que sucedía.
Bien pues después de un par de minutos al llegar mi turno, el comerciante de mediana edad, sentado como un patriarca, vestido con las clásicas chilaba y babuchas, para mis sorpresa en lugar de enviarme a freír tusas e insultarme por tal intromisión depositó amablemente en mi mano, como a cualquiera de mis colegas limoneros de ese momento un dirham, moneda marroquí equivalente entonces a unos seis pesos dominicanos.
Yo intenté devolvérselo diciéndole que era una broma, pero el piadoso comerciante insistió una y otra vez en que que me la quedara y así lo hice, guardándomela en bolsillo especial, lejos de otras monedas similares que poseía para mis gastos de viaje.
Me senté junto a ;el, charlamos un rato de varios temas y en espacial de la importancia que para los seguidores de Mahoma tiene ayudaer al necesitadohasta que el grupo de turistas salió con los paquetes de hierbas qye hab;ian comprado y nos despedimos muy amistosamente.
Yo conservé ese dirhan tan especial para mi hasta el día siguiente cuando una viejita sin dietes y de aspecto muy deteriorado me pidió limosna. A ese dírham le adjunta varios, á otras cinco o seis, y la pobre mujer me lo agradeció muchísimo. El otro día, un niño pobre de Santo Domingo me pidió limosna le di, como suelo acostumbrar unos cuantos “ dírhams dominicanos” y me hizo pensar más con más profundidad lo injusta y universal que aún es la pobreza, y en lo afortunado que he sido por poder dar, en lugar de tener que recibir.