Hoy pido permiso para que me permitan tomar el nombre de Doña Lilín, recientemente fallecida, como musa inspiradora para mostrar las vicisitudes y peripecia de una madre soltera.
Como inicio, refiero que discurría el mes de octubre del año del 1934 cuando nacía en Caballero de Cotuí, fecha en que se marcaba como un estigma su lucha por convertirse en una gladiadora de la vida, ya que su madre moría de parto dejándola huérfana a la suerte del destino.
Por costumbre cotidiana y religiosa, fue asumida por su madrina, llamada Mercedes Almonte, quien la crió en las prácticas de la fe y las buenas costumbres, a la que todos llamábamos madrina Mercedes.
El transcurrir el tiempo, la niña de 14 años, en la actualidad doña Lilín, se fue por la palmita, como se decía en aquel tiempo, naciendo de tal hazaña, sus hijos Ana y Eladio Arias.
Esfumándose el amor del macho cabrío de la época, que toma otra muchacha por pareja, dejando a la heroína Lilín en el desierto de su orfandad, hace que se convierta en una mujer presa del desamparo, y máxime, con dos muchachos a cuestas, y diría yo, ya con las tetas secas.
En ese torbellino de soledad, Lilín, que ya conoce que su madrina Mercedes vivía en la Villa del Bonao, empaca sus pertenencias, quizás más lágrimas que ropas, y por cuestión de aligerar la carga del camino, se echa al varón al cinto y arranca a pie cruzando lomas para llegar al valle de sus esperanzas.
A fin de mantener a su hijo Eladio, quien tendría de 3 a 4 años, se emplea como doméstica, en la casa de Doña Carmela Abréu, recibiendo el amparo samaritano de ella al permitirle que su hijo le acompañara, asume el oficio donde inicia la patología de los uñeros arrugando a destiempo sus dedos. Pero, de abandonar la cocina, ni la imaginación se asomaba… Apenas la peripecia empezaba.
Se unía con el señor Taní, hombre con una amabilidad proverbial y alta fibra de sensibilidad cristiana, de profesión carpintero, con el cual procreó tres hijos, de los cuales dos fallecieron estando recentinas, y otro varón que sobrevivió, que soy yo, para acompañarle en los trasiegos de su triste peregrinaje, separándose de Taní, mi padre, para asumir casarse con Jesucristo.
Aún con su estancia establecida en Bonao, deja tendido del alma solitaria, la distancia que la separaba de su hija Ana, que desde muy chiquita había quedado en el Caballero de sus andanzas infantiles, y como el mismo cordón umbilical, había quedado conectada a sus lágrimas y pesares de dejarla en Caballero, en un sitio llamado La Sabana.
El crujir de la tristeza y la fuerza del honor, con sus hijos al hombro, cual gallina protectora, arrancaba a pie, cruzando las lomas del Caribe y el Verde, hasta llegar con algunas viandas donde su hija Ana, pero, más aún, con el beso de madre a su niña que el destino separaba.
El trajín se acrecienta, y asume la furtiva tarea de convertirse en rifera –cuando hacerlo era peor que vender drogas ahora-, alquiló una casa de piso de suelo, el cual trapeaba con cenizas, todos los días para vivir limpia en su casita. Al ser una mujer curvilínea, con cuerpo de María Victoria, los bohemios de la época la asediaban, y aún sin hacer el voto de la castidad, no hacía caso porque juró que jamás le pondría otro padre a sus hijos, y porque en mi casa de yagua todo faltaba menos el pan con agua de azúcar y la dignidad de ella.
Un día cualquiera, cansada de la cacería de la policía a los riferos, decide abandonar el oficio y se pone a lavar y plancharle a los guardias. Eso era el tiempo cuando los guardias se respetaban por el filo del pantalón de Caqui… En eso engancha a su hijo Eladio a limpiabotas de la guardia, y eso lo disciplina. A poco tiempo, luego de coger un resfriado del cual nunca sanó, y haber estampado la plancha en la barriga de quien escribe, sale despavorida y pregonando la lotería nacional, se encuentra con la casa de María Bulila, que era hija de su madrina Mercedes, y quien tenía el negocio de suplir comida al personal de la Falconbrige, y pactan, que se quedara como cocinera y fregadora de platos. En este trato estaban sus hijos inscritos en el concón con salsa de cada día.
Y más, en la noche cuando todo terminaba en la cocina, Lilín, antes de dormir a Víctor y Johnny, hijo de María, salía con varias latas llenas de concón con salsa, y con eso se aparecía a su barrio de La Sabana a mitigar el hambre de muchas personas y mozalbetes, en cuyos fogones se criaban gatos.
Simplemente, la lavandera, de estoica gladiadora, sin usar correa, más que su ejemplo, sin hombre patriarca, sola en su trajín de madre soltera, es madre de Ana, una de la catequistas de mayor arraigo en el barrio San José, Eladio Reyes, sastre y papá gallina, y humildemente quien calza este desahogo, académico, catedrático y hoy magistrado Suplente del Pleno de la Junta Central Electoral, como una referencia, que para una buena cosecha de hijos, no se necesita riqueza, simplemente basta el amor, transferir valores y ser modelo, aunque la causa sepa a sangre y el dolor sea mayor que el parto. ¡Que todo sirva de ejemplo, para la lucha de nuestras madres solteras!