A finales del 2007 explotó en Estados Unidos la crisis crediticia más fuerte desde la gran depresión de 1929 y siendo EEUU la gran locomotora económica mundial era solo cuestión de tiempo que ésta migrara a los demás países de occidente y cruzara hasta el viejo continente.
Los efectos de la crisis no solo se han reflejado en los indicadores macroeconómicos, sino también que han provocado una grave crisis política en los países que no han podido mantener a flote el crucero de la estabilidad.
Dentro de los líderes que han sucumbido ante el mal manejo de su economía, están el primer ministro de Bélgica Yves Leterme, quien dimitió en diciembre 2008, precisamente en el momento más grave de la crisis bancaria mundial.
Y más recientemente el primer ministro de Irlanda, el centro-derechista Brian Cohen; dimisión seguida por la de su homólogo portugués José Sócrates, quien fue incompetente de presentar soluciones al arraigado estancamiento económico, lo que llevó a que éste pidiera de manera formal a Bruselas ayuda económica para afrontar la grave situación del país.
La reciente crisis económica dejó al descubierto la incapacidad de los jefes de estado en el manejo de problemas de gran envergadura, al igual que la falta de liderazgo para emprender fuertes cambios estructurales para tratar de cambiar el status quo.
Por suerte los pueblos han sabido pasar factura en las urnas electorales a esta falta de capacidad; un claro caso de esto fue en Alemania, donde el partido de la canciller Angela Merkel ha perdido en los diferentes comicios electorales desde el pasado año.
Otros que también están en el ojo del huracán son el presidente francés Nicolás Sarkozy, cuyo partido también perdió en las recientes elecciones cantonales; al igual que su equivalente italiano Silvio Berlusconi, quien a parte de la difícil situación económica que está enfrentando su país, se le suman los escándalos sexuales y un posible juicio por prostitución de menores.
Un factor que afecta lo antes mencionado, son los diferentes puntos de vista que concentran los países de la zona euro, mientras unos abogan por salvar a los países que por décadas han infringido las normas prudenciales financieras y hasta han caído en la falsificación de datos estadísticos como es el caso de Grecia; otros abogan porque no se deje caer el sistema monetario que tanto trabajo y esfuerzo a costado por parte de las distintas autoridades.
Todo este desorden político y económico, ha sido coronado recientemente con la reyerta entre las calificadoras de riesgo y la Unión Europea (recordemos que las calificadoras jugaron un papel protagónico en la crisis, habiéndole dado altas calificaciones a instituciones y productos financieros de dudosa composición).
La contínua baja de las calificaciones de países en problemas como es el caso de Portugal, no han hecho más que agravar la crisis de deuda de la eurozona, ya que a medida que baja la calificación aumentan los costos de financiación del país en cuestión. Incluso ya Bruselas considera atribuirles responsabilidades legales a las calificadoras en caso de errores de juicio, lo que ha llevado a que las calificadoras amenacen con dejar de calificar a los países con más riesgos.
En momentos oscuros como éstos, donde aún no se visualiza una luz clara al final del túnel, es necesario refrescar cuales son los verdaderos problemas; la UE en vez de preocuparse por las posiciones de las calificadoras de riesgo, debería estar atenta a la actitud de los inversionistas, quienes las continuas facilidades europeas de estabilidad financiera ya no logran calmar su incertidumbre, ante el posible colapso del gobierno en tela de juicio.
Por otra parte los políticos deben de dejar a un lado las posiciones populistas y llevar a cabo una verdadera reforma estructural, aunque esto les cueste su propio puesto. Todo en bien de la sociedad que los eligió.