El ejercicio irresponsable del liderazgo, es una práctica consuetudinaria en nuestro entorno. Esta pericia abominable, que tiende a degenerar el descreimiento de la sociedad frente a las propuestas de sus dirigentes, y que por vía de consecuencia perjudica la gobernabilidad, y la democracia, ha ganado terreno.
Este hábito insulso de los políticos demagogos, ha despertado el cólera de la ciudadanía, que abrumada, y en estado de incredulidad, clama porque se escarmienten a aquellos falsos paladines que se mofan de sus necesidades, con el designio de conquistar adeptos.
Porque los líderes auténticos no suelen jugar a la política, combaten con uñas y garras los comportamientos antiéticos, y no tienden a albergar en sus entrañas la idea de que el fin justifica los medios; en tanto, no vislumbran la estructuración de campañas negativas en perjuicio de sus adversarios como algo correcto.
Un líder sensato predica con el ejemplo, promueve los principios éticos y, a su vez, coloca los intereses colectivos por encima de los propios. Comprende de igual modo que la confianza tarda en alcanzarse y que puede disiparse en un solo soplo.
Sobre aquellos que aspiran a ser llamados líderes responsables, recae el compromiso de impulsar el trabajo en equipo; así como el deber de fomentar la ideología del beneficio mutuo. Todo líder debe ser capaz de tantear sus opciones, y elegir, en el curso de la acción, la más favorable.
Pese a que las propuestas externadas por los líderes no deben ser siempre precisas, las mismas han de ser cuerdas, probables y llamativas. Una perspectiva concluyente, el liderazgo suscita el entusiasmo e igualmente infunde el compromiso. Un verdadero líder adopta medidas complejas, promueve el cambio, asume desafíos, así como actitudes firmes.
Los líderes responsables incentivan la participación ciudadana, con el propósito de consolidar la democracia, además de que abogan por generar mejores oportunidades para la colectividad, y no para sí mismos.
Es posible que en ocasiones, líderes catalogados como responsables, no logren el consenso absoluto en torno a la actitud a adoptar frente a determinados escenarios, pero nos serenará el hecho de que sabremos que las medidas que promuevan serán decorosas, justas e imparciales, y apuntarán hacia el bien colectivo. De no ser así, es evidente que seremos víctimas de las penumbras perniciosas que escupen los llamados liderazgos de papel.