“Si tus acciones inspiran a otros a tener más sueños,
aprender más, hacer más y llegar a más, entonces, ​ eres un líder”

(John Adams).

El liderazgo es influencia, tiene como prerrequisito vital hoy en día servir, que es el corolario solidario de vivir. El liderazgo donde quiere que habite, que interactúe, guarda siempre como telón de fondo, la necesidad de motorizar el progreso. El liderazgo más allá del rincón en que se encuentre, para poder trascender ha de hacerse siempre algunas preguntas icónicas: ¿cómo puedo yo ayudar a mejorar el entorno en que vivo? ¿Qué puedo hacer yo como ente social que agregue valor a los demás? ¿Por qué queremos que se nos recuerden y cómo? ¿Por qué hacemos lo que hacemos?

El desafío más difícil hoy en día, es encontrar un liderazgo que exprese confiabilidad, que es la base de su influencia. El camino que buscamos es la ecuación sincrónica de la conexión, porque el liderazgo es relaciones, merced a la sempiternas interactuaciones sociales que emergen como consecuencia de la confianza. No puede haber liderazgo sin confianza y la magia de hoy en día que encierra el auténtico liderazgo es el grado de predictibilidad de sus acciones, de su comportamiento. Esto es, “los líderes confiables son predecibles”. San Agustín decía “Reza para conseguir un milagro y trabaja para conseguir resultados”.

Los líderes ejemplares crean valor en el entorno en que le toca vivir; desarticulan, desmadejan paradigmas profundamente asentados que niegan toda posibilidad de cambio y horizontalidad. Potencializan el compromiso firme de que ¡Juntos, todos podemos mejorar!. Es el liderazgo que se redefine, se reinventan en función del contexto, de las necesidades y deseos del espacio vital que se construye día a día para un nuevo escenario de la historia.

Hay, en el mundo actual, una crisis de liderazgo. El liderazgo trasciende el poder, la jerarquía de un puesto determinado. La sociedad dominicana, no es la excepción. Aquí, ni con la Lámpara de Diógenes se logra encontrar un liderazgo con integridad, con sentido ético, con congruencia personal y sentido de la historia. El “liderazgo” nuestro sufre constantemente de parálisis paradigmática; no se han dado cuenta que cuando un paradigma cambia todo vuelve a cero. El éxito de ayer, no puede incorporarse hoy con el mismo libreto, so pena de profundizar sin mutaciones, las agendas de tres sociedades distintas en el mismo territorio. Arana, nos dice que “el líder necesita establecer a través de sus comportamientos, de su ejemplo y congruencia, de su confiabilidad y credibilidad, su influencia”.

En nuestro país campea un “liderazgo” cortoplacista, egocéntrico, ornamentado con los intereses particulares y corporativistas. Verbigracia: El empresariado cree todavía que el Poder Ejecutivo es una parte de Trujillo. El síndrome de la ideología trujillista todavía pesa de manera significativa. Una parte tiene miedo, otra, entra en complicidad con los actores políticos y desconocen las leyes. ¡Creen en el siempre ha sido así! ¡Siempre se ha hecho así!. Una parte de esa categoría social se encuentra en el primer peldaño de la Responsabilidad Social Corporativa, cuando el mundo anda por la tercera ola de la ciudadanía corporativa. En nuestra formación social la tasa de evasión y de elusión ronda casi el 45% con respecto al compromiso de los impuestos.

Las iglesias y con una mirada sociológica, cuando vemos que esta institución, irrumpe, eclosiona con tanta visibilidad mediática, es porque la sociedad anda muy mal, sobre todo, en temas cruciales, que son responsabilidad del Estado. Surgen “líderes” de las iglesias cristianas que se han dado cuenta de la “debilidad del Estado” y reproducen con nuevas dimensiones el ala permanente del clientelismo y de éste. La clase política y en especial el Partido en el Poder: la política es negocio de la más baja estofa. La política es poder y el poder es opulencia. Estado y Partido, Partido-Estado, es la misma cadena.

Necesitamos una cantera de liderazgo con el necesario compromiso cívico, ataviados con los signos elocuentes de la decencia, de la dignidad, de la honestidad, de la verdad. Seres humanos referenciales, productos de sus diferentes roles. Personas que sean las mismas, estando solas y encontrándose con otros: En la oscuridad, en la tiniebla, en la opacidad; a la luz del sol y en la diafanidad, nitidez, limpidez y claridad.

Requerimos de un liderazgo con compromiso cívico que establezca aquella frase “En lo esencial, unidad; en la acción, libertad, y en todas las cosas, confianza”. Empero, la confianza, ese pegamento social que construye más y mejor Capital Social, ha de fluir allí donde las discrepancias, las diferencias, tienen que ser expresadas. El liderazgo cierto, impulsa, alienta e inspira de una manera clara la diferencia, entendiéndola como la antorcha que fragua, configura la adecuada tolerancia, enriqueciendo la diversidad, para que el termómetro social se enfoque en eje medular de lo que verdaderamente todos anhelamos.

El liderazgo con compromiso cívico, teme a la “unanimidad”. Peter Drucker, en una de sus tantas expresiones de sabiduría, como el más grande gurú del Siglo XX en materia de Gerencia, dijo “ He observado que todas las decisiones importantes que se toman comparten una regla muy simple: Si has alcanzado un acuerdo rápido sobre un tema importante, no decidas nada. Una aprobación así significa que nadie ha hecho su trabajo”.

Lo que caracteriza el liderazgo cívico es el inconformismo, por ello, su naturaleza es como canalizar el debate, construyendo como relación dialéctica, la innovación, el compromiso y el ambiente sano para discrepar con armonía, en un interés común. La vida normal es que seamos buenos hijos, buenos padres, buenos abuelos, buenos empresarios, buenos cristianos, buenos feligreses: Que hagamos las cosas correctas. Sin embargo, eso es el éxito individual; no trascendemos más allá del círculo; se amerita de otro paso: El liderazgo cívico; el de la solidaridad, aquel que se pregunta que puedo hacer yo por mi país para hacerlo mejor, más respirable, más y mejor vivible, más inclusivo y con el peso fulgurante del imperio de la Ley.

¿Que puedo hacer para evitar este desgarrante deterioro institucional?. El liderazgo cívico que reclamamos hoy, ha de conciliar sistemáticamente aquella frase de Martín Luther King “Un hombre no mide su altura en los momentos de confort, sino en los de cambio y controversia”. O, parafraseando a Frances Hesselbeain y Joan Snyder “El líder de hoy no se sienta en la valla, a ver de que lado sopla el viento. Define posiciones claras en los temas que afectan a la sociedad. Los lideres dan forma a los comportamientos deseados, nunca rompen una promesa, y saben que el liderazgo es cuestión de la forma de ser y no de la forma de hacer”.