Siempre he resaltado que la iglesia evangélica debe jugar su rol de denuncia y orientación en nuestra sociedad aquejada tantos males y carencias, como es el caso de la corrupción, que indudablemente ha impedido el desarrollo del país.

No es exagerado decir que si calculamos las cifras de las sumas envueltas en los casos de corrupción, todas juntas alcanzarían cifras astronómicas, capaces de superar el PIB, agregándole también las cifras de la deuda social acumulada por décadas de descuido en el  rol del Estado en garantizar educación, salud, y empleos a los ciudadanos.

Es en el contexto de opresión y falta de justicia social que la iglesia debe levantar su voz profética y hablar por aquellos que no tienen voz, por los humildes y los que sufren en medio de la pobreza y la marginalidad.

Los líderes evangélicos que se ocupan más en la construcción de templos lujosos, carentes de sensibilidad social, muchos de ellos callados por el afán de lucro y favores  gubernamentales, a esos les digo que ese no fue el legado de Jesucristo.

En el caso de la corrupción, la iglesia cristiana debe alzar su voz y combatirla desde sus propios espacios, involucrarse en acciones ciudadanas de protesta pacífica, y orientar a la feligresía a defender sus derechos

El ministerio del Mesías en la tierra fue precisamente su lucha por los oprimidos y las víctimas de la injusticia social.  El decía y así está registrado en los evangelios, que ni siquiera tenía "dónde recostar su cabeza".

Esa expresión nos enseña que no actuaba desde el confort. Se identificaba con los pobres y oprimidos dejándoles saber que en él había una esperanza. Predicó contra el egoísmo del hombre y su falta de sensibilidad social.

La iglesia evangélica no debe ser cómplice y hacer caso omiso ante los graves problemas que afectan a la sociedad. Para ser "luz y sal" en la tierra debe salir de su zona de confort y orientar su ministerio en tres vertientes: denuncia, orientación y acción.

Los cristianos somos llamados a ser ejemplos de honestidad, principalmente cuando ocupamos funciones públicas, ser la diferencia de lo que comúnmente ocurre: la función pública aleja al incumbente del ciudadano.

En el caso de la corrupción, la iglesia cristiana debe alzar su voz y combatirla desde sus propios espacios, involucrarse en acciones ciudadanas de protesta pacífica, y orientar a la feligresía a defender sus derechos.

Sólo así tendremos una iglesia evangélica fuerte que no evade sus compromisos sociales, al contrario, los combate y da las respuestas necesarias dentro se su contexto, tal como indicó el Señor Jesucristo.