“Un líder es un repartidor de Esperanza”

Napoleón Bonaparte

El término pacotilla proviene de paca, y este último es sinónimo de fardo. El fardo al que se hace alusión es aquel que los marineros usaban para cargar su equipaje y prendas cuando embarcaban en sus naves para servicio. Esta carga, no pagaba ningún tipo de impuesto al atracar en puerto ya que eran efectos del uso personal y regularmente de reducido valor económico. Con el tiempo se le comenzó a llamar a esta carga la pacotilla, y se generalizó la expresión para referirse a aquello que tiene poca importancia, o lo de mala calidad.

Sin temor a colocarnos en los extremos, podemos afirmar que en la República Dominicana con contadas excepciones y épocas, hemos tenido un “liderazgo de pacotilla”.

Una definición clásica del concepto de Liderazgo es aquella  del sociólogo R.M. Maciver que lo presenta como “la capacidad de persuadir o dirigir a los hombres, que deriva de cualidades personales independientemente del oficio”. Es sólo una de tantas definiciones, específicamente hablamos del liderazgo en general, pues nos encontraremos con que cada quien lo explica y puntualiza de diversas maneras dependiendo de la referencia, sea esta profesional, histórica, geográfica, o política.

Ahora bien, al hablar del liderazgo político nos viene la idea de personajes que inciden de manera importante en el desarrollo político de sus pueblos, figuras que les adorna calidades y cualidades, que son verdaderos conductores, conocedores, integradores, protectores, articuladores y encauzadores de simpatizantes.

Se ha dicho que los mejores líderes son los que cambian la realidad, son aquellos que aspiran al poder con verdadero propósito de modelar la sociedad de la manera más conveniente. Los verdaderos líderes políticos deben ser los individuos más capaces de la masa social, aquellos que buscan y descubren las formulas de llevar al colectivo a la toma de conciencia de los aspectos del llamado bien común.

En la República Dominicana se vive una persistente crisis del liderazgo político, pues con el paso de los años vemos emerger figuras que llegan a la palestra pública porque detentan poder. Son jefes en sus respectivas parcelas políticas y en las instituciones estatales, son los que mandan, pero esta denominación es sólo un concepto sociológico en el que no existe ningún juicio de valor, no son líderes, pues no puede hacerse valoración positiva de su accionar, no se reconocen como capacitados ni con condiciones o aptitudes de mando, su jefatura proviene de la burocracia y de designaciones expresas.

La crisis a la que me refiero se puede advertir en esas figuras, porque no es positiva la percepción ciudadana sobre su personalidad, su prestigio y su reputación moral, que son atributos que crean la autoridad.

Los verdaderos líderes, cuando llegan al poder, buscan y obtienen la colaboración de muchos de sus seguidores para llegar a la solución de los problemas que aquejan a la nación.

El liderazgo de pacotilla es incapaz de resolver, de ahí que los problemas de la República Dominicana sean imperecederos. Porque se ha corrompido la finalidad esencial de la política que no es otra que el bien común; pero en nuestro país esta actividad social ha llegado a ser asumida “como un bien”, pues en su mayoría, el liderazgo político la ha convertido en el mayor medio de enriquecimiento propio, y como consecuencia, por otro lado, el mayor productor de pobreza. No puede ser de otra manera cuando nuestros líderes invierten cuantiosos recursos en campañas electorales con el deliberado propósito – llegado al poder – de obtener lo gastado adicionándole cuantiosas ganancias, seguidores a pie juntillas del concepto acuñado históricamente de que la política y la ética van por caminos distintos.

Es tiempo de que en la República Dominicana el liderazgo político haga un alto y entienda que el pueblo necesita verdaderos líderes, no líderes de pacotilla. Es necesario que en nuestro país emerjan liderazgos frescos que entiendan que se puede luchar por obtener el poder, así como mantenerlo por medios morales y éticos, encausados por la buena voluntad. Es tiempo de deponer los intereses malsanos y dejar de poner obstáculos al conocimiento y promulgación de una efectiva Ley de partidos políticos que sea garantía del sistema democrático, de los derechos civiles de la ciudadanía, y de la gobernabilidad.

Por último, pienso que los partidos políticos deben trabajar en la formación del liderazgo a lo interno de sus organizaciones, de manera que salgan a relucir en sus aspirantes la aptitud y la actitud, que estimule la manifestación de las condiciones y destrezas innatas, buscando personificar el liderazgo sin individualismo, logrando la eficiencia y efectividad, construyendo prestigio sin llegar al engreimiento; y en fin, crear un liderazgo creíble.