Un líder ideal es aquel en el cual existe una perfecta comunión entre su pensamiento, palabra y acción.
Por lo general se reconoce la figura de un líder por ser quien va a la cabeza, sobre sus hombros tiene la responsabilidad de llevar adelante todo género de proyectos, distinguiéndose por ser una persona emprendedora y con iniciativa, con la habilidad de saber transmitir sus pensamientos a los demás, resolver conflictos, con una gran capacidad de diálogo y negociación.
Los buenos líderes sobresalen además por poseer un cúmulo de buenos hábitos y valores como son: el optimismo, la justicia, el orden, la perseverancia, responsabilidad, capacidad de conciliación y otros Ellos sacan de las personas lo mejor de sus potencialidades, y son un digno modelo y ejemplo de personalidad.
En la toma de posesión del presidente Patricio Aylwin en Chile, durante la celebración del tedeúm el cardenal de aquel entonces se hizo famoso cuando se expresó más o menos en estos términos: “Dios ha elegido a Patricio Aylwin para dirigir los destinos de esta nación por mesurado y conciliador”. Y cuánta razón tenía, luego de largos años de la dictadura de Pinochet, con una sociedad dividida, con odios enraizados, el Presidente Aylwin, con mesura, diálogo y entendimiento pudo realizar la transición hacia una sociedad eminentemente democrática.
Los líderes, políticos, religiosos, empresariales o de cualquier institución necesitan tener esa capacidad para conciliar diferencias, para buscar soluciones inteligentes, para ceder, soltar, conceder y pensar en la colectividad por encima de sus caprichos y aspiraciones egoístas. El buen líder piensa primero en los demás y luego en sí mismo porque sabe que esa actitud es propia de aquellos que han triunfado y alcanzado la cúspide en una sociedad.
Nadie es capaz de dar lo que no tiene, por eso, el liderazgo implica un reto constante de superación en todos los aspectos que se relacionan con el desarrollo de una persona en cuanto a valores y hábitos, en áreas como la profesional, social y espiritual. Por consiguiente, un verdadero líder sabe que tiene que renovarse, adaptarse a las circunstancias y avanzar.
Nunca un líder debe partir de la premisa de que no hay soluciones para algún tipo de situación y encerrarse en un acorazado mental y emocional que le impida percibir la luz que conduce a la salida. Las más terribles guerras de la humanidad no han terminado en un campo de batalla, ni tampoco en un tribunal, han concluído en una mesa de negociación, firmando tratados y acuerdos que han perdurado en el tiempo.
Ser líder no es una postura o un galardón para lucir, es un compromiso, una responsabilidad y una obligación, no hay que olvidar que "todo cargo es una carga". La sociedad aspira a que sus líderes tengan esa capacidad de conciliación, diálogo y negociación que una a la familia dominicana, y por encima de las diferencias personales, crear un ambiente de convivencia social pacífica, en donde unos y otros puedan progresar y alcanzar sus más caros sueños. Es un gran reto, y en su desarrollo se demuestra quién es quién.