Hijo del fundador de la Sastrería Rey, Isaías Peguero cuyo lema “Corte Impecable, Ajuste Perfecto”, se radiaba en emisoras y proyectaba en los cines Colón y Apolo previo a las películas. Primer nieto incorregible de Telésforo Gómez, patrón de la Farmacia “Foro”, boticario que curaba desde el mal del pecho, las enfermedades venéreas y la mala suerte,  hasta las inquinas de los amantes más furtivos. Foro igualmente, era timón del Partido Dominicano desde la avenida Valerio hasta el río Yaque. Esa es mucha genética familiar para testificar como el notable escritor ucraniano, Nikolai Ostrovski: “Así se Templó el Acero”.

Aprendimos mucho, y el respeto ciudadano de la avenida Valerio hacia Foro y Rey fue decisivo para conservarnos inocentes. Antes de yo nacer, Foro había sido trujillista de la paz, se podía afirmar que tenía la confianza del “Jefe” y de su gatillo en Santiago, José Estrella; quizás porque mi abuelo era el distribuidor de los fármacos Chevalier, negocio de la familia materna de Trujillo. Muerto el tirano, el mismo profesor Juan Bosch se apareció en la Farmacia y con su “Borrón y Cuenta Nueva” reclutó a mi abuelo. Telésforo Gómez y su hermano, el astillero naval Facundo Gómez (Paco), aportaron al triunfo en 1962 de Juan Bosch sobre Viriato Fiallo y su democrática Unión Cívica Nacional (UCN).

Mi padre resguarda hasta hoy, la inocencia y el candor de mis formas de pensar y actuar, patentizada en la frase “Que Reynaldo no vaya a la Sastrería, así no aprende las maniobras y manipulaciones que se realizan”. Cuando se dirige el negocio de donde podría depender el éxito de una boda empinada; la sotana obispal de una ordenación eclesial vaticana, la magia de los esmoquin de los Chamberlain de los “Quince” del Centro de Recreo, la distinción del padrino de un bautizo, una graduación en la PUCMM o una vanidosa fiesta de cumpleaños, hay que realizar audaces movimientos comerciales de contenido y forma.

Primogénito de Margot y Rey, nací en Clínica Corominas atendido por su fundador, el ilustre médico, doctor José Antonio Corominas Pepín. Residí primero en la calle Restauración al lado de la residencia de Doña Aquilina Tremols y Gerardo Núñez, padres de “Las Núñez”, las bonitas, Cuncuna, Polola, Cuca, Telo, Mikán, Cuchi y Milagros. Mi padre enfermó y pasamos a vivir en la estancia de la Otra Banda, propiedad de mi bisabuelo, el productivo tabaquero Aurelio Valdez Paulino.

Sin embargo, fue cuando residí en la calle Eladio Victoria casi esquina avenida Valerio, que obtuve la primera conciencia. Es una etapa donde recibo una idea básica de cómo eran las cosas en Santiago. La avenida Valerio es una vía que se extiende de norte a sur por casi un kilómetro; inicia en el Parque Ramfis (hoy Plaza Valerio) y termina en el Puente Viejo para cruzar hacia Bella Vista sobre las turbulentas aguas del río Yaque.

La avenida Valerio repleta de almacenes aportó una porción clave de mi manso saber de calle. Todos los comerciantes eran amigos de Foro y Rey, y nos cuidaban. Los hermanos Toribio, Ignacio, Manuel Arsenio y Fabio Ureña,  los hermanos Tejada y los primos Sergio y Alberto Genao, nos surtían confianza conjunto al almacenista de cebollas de Constanza, Ramón García que era nuestro vecino. Jugábamos con sacos de repletos de frijoles, güandules, habichuelas negras y arroz. Admirábamos los grandes tramos de productos y nos asombraba la fuerza de los humildes obreros cargadores de sacos. Circulaba una gran cantidad de dinero, que se cobraba, pagaba y prestaba en masa. Hoy corren casi 20 mil millones de pesos anuales en la avenida Valerio y El mercado Hospedaje Yaque.

La avenida Valerio también se llenaba de billeteros profetas de suerte y destino, con un cuadro de madera forrado de plástico y tiras de cáñamo donde colgaban las quinielas. Igualmente, decenas de ventas de comida, con sus buques insignia Friquitín Elegante, Pan de Gente y la Fonda Especial. Asimismo habían bares, cabarets, maipiolerías y casas de citas, donde connotados proxenetas ofertaban a discreción el trabajo sexual irredento. No faltaba la Policía con los oficiales Olea y Moquea que intimidaban a sangre y fuego; agentes que sólo se detenían a las puertas de la Farmacia Foro.

A diferencia de muchos padres de entonces, el mío nunca permitió, ni manipuló y tampoco estimuló a visitar ningún prostíbulo. Rey no fuma, ni bebe whisky, ron o cerveza, y nunca visitó burdeles. Como desde ese entonces cursábamos el Colegio de la Salle, y mi familia recibía más recursos por la Sastrería Rey, mi madre decidió levantar vuelo y alquilar una residencia que lo cambiaría todo: la casa blanca de la calle 27 de Febrero esquina avenida 30 de Marzo. Dejamos la avenida florecida y pasamos a residir al lado del Obispado. Ascendimos del averno al olimpo sin pasar por el purgatorio. Sin embargo, todavía conservo cientos de leyendas urbanas de la avenida Valerio que habré de narrar en su momento.