Rememorar las alhajas de su identidad histórica debe ser un alimento clave de la población.. Al hacer tal cosa, el ciclo de charlas sobre la Ciudad Colonial que está ofreciendo el grupo Protectores de Nuestro Patrimonio Histórico esta nimbado de importancia. Pero la que ofreció el docto gestor cultural Kin Sanchez el miércoles pasado mereció especial atención no solo porque la adornara con entretenidos incidentes, sino porque, al tratar el tema de las leyendas y tradiciones del recinto, trajo a colación la pendiente tarea de su rescate y conservación.
Las leyendas y tradiciones son parte del patrimonio cultural intangible o inmaterial. A través de sus relatos y personajes logramos conocer mejor la historia e identidad de un pueblo. Las leyendas encierran un trasfondo de algo inexistente que permanece en el imaginario colectivo por razones de nostalgia. Las tradiciones, en cambio, son usos y costumbres que se transmiten de generación en generación y que forman parte del legado cultural. Tanto las leyendas como las tradiciones sirven para conocer mejor la idiosincrasia de la gente y son vitrinas culturales que apelan tanto a nacionales como a extranjeros.
Es de lamentarse, sin embargo, que el foco de atención sobre la Ciudad Colonial siempre se centra en el ambiente construido y los edificios y monumentos que dan expresión a sus diferentes etapas. Predomina la parte de nuestra historia que se asocia con los hechos y los protagonistas que les dieron origen. En cambio, no se destacan debidamente las prácticas culturales que le acompañaron, con excepción de las relativas a la religión y las instituciones y personajes colonizadores. Los gobiernos y los intelectuales que han intervenido en las tareas de la conservación han soslayado la parte cultural.
En gran medida, Joaquin Balaguer fue quien en su ¨Guía Emocional de la Ciudad Romántica¨ (1944) estableció esas prioridades. Solo el primer capítulo de esa obra roza marginalmente la vida cultural al incluir secciones románticas sobre la ciudad y las mujeres, las flores y los cantares. Cuando en 1967 el ya Presidente Balaguer creo la Oficina de Patrimonio Cultural, el énfasis de su gestión era precisamente el rescate monumental. Y por supuesto, los arquitectos que actuaron de restauradores se encargaron de entronizar tal prioridad.
La proclividad hispanófila del Presidente Balaguer debió haberle llevado a priorizar los aspectos culturales del centro histórico, pero su afición a las obras de construcción no lo permitio. Hace unos años, Luis Molina Marinez, un miembro del Consejo Directivo del Cluster Turistico de Santo Domingo, sugirió recoger en un libro el legado cultural. De ahí nació, en la pluma precisamente de Sanchez, el libro ¨Guía de Anécdotas, Cuentos, Crónicas y Leyendas de la Ciudad Colonial de Santo Domingo¨ (2011), el cual, valiéndose de diversas fuentes, recoge magistralmente ese legado.
Pero esa recopilación de antecedentes no ha dado pie a que se mantengan todas las leyendas y tradiciones de marras. Y ha sido la equivocada prioridad gemela de la atracción del turismo extranjero lo que ha prevalecido y dado pie al soslayo. Erróneamente, se ha creído que a los turistas extranjeros se les satisface con el ambiente construido y con las tiendas de regalos, hoteles, restaurantes y museos (de los cuales ya hay 20). La recreación viva de leyendas y tradiciones no ha atraído la atención de los intereses económicos que han dominado las intervenciones.
En su incitante charla, sin embargo, Sanchez apuntó como tales insumos pueden enriquecer la experiencia turística. Ese aserto es congruente con la creciente tendencia del mercado turístico internacional por preferir las experiencias auténticas en el país anfitrión. Lo que esto significa es que la experiencia de la ¨burbuja turística¨ que ofrecen los resorts ¨todo incluido¨ debe enriquecerse con la oferta de vivencias y episodios que atañen a la gente local.
Sanchez citó como en Verona, Italia los turistas extranjeros acuden a un balcón de una vieja casa donde supuestamente se asomaba Julieta, el personaje de la obra de Shakesperare, a recibir los encantamientos de Romeo. Ahí ellos pagan para ver una representación teatral, seguida de la inspección de la casa y las fotos que se toman en el balcón. Verona también ofrece un lugar en su camposanto donde, después del suicidio, fue supuestamente enterrada esa pareja de la imaginación del genio literario inglés. Las visitas a ambas ficticias atracciones generan ingresos que contribuyen el mantenimiento de la leyenda y de la ciudad.
En nuestra Ciudad Colonial no hay nada parecido, aunque el romance entre Miguel Diaz y la Cacica Catalina podría dar pie a una recreación similar. Las tradiciones que se conservan son principalmente las procesiones y desfiles religiosos (Día de las Mercedes, Semana Santa, Reyes Magos). También se mantienen algunas fiestas barriales (Día de San Miguel, Callejón de Regina), pero han desaparecido las celebraciones de San Andres y de las guerras de agua. De vez en cuando se registran retretas musicales en el Parque Colon y en la Calle El Conde es frecuente encontrar músicos, cantantes y bailarines apelando a la generosidad de los transeúntes.
Una tradición colonial que se ha resucitado a partir del 2013 es la celebración de las carnestolendas (carnaval). (Estos se habían extinguido cuando Trujillo prefirió celebrarlos en el Malecón.) En la época colonial los participantes se tiraban cascarones de huevo llenos de agua perfumada, mientras la gente de los balcones ripostaban lanzando cantaros de agua y, en ocasiones, naranjas podridas. Las ediciones recientes incluyen la legendaria figura de Lolito Flochón, un albañil que en 1856 alego haber encontrado en la Catedral los restos de Colon, diciendo que “Colón descubrió América y Lolito a Colón”.
Para ilustrar una intacta tradición culinaria, Sanchez leyó de ¨Navarijo¨, la novela costumbrista de Moscoso Puello de finales del siglo XIX: ¨Anableta había preparado una buena cena. Había gallina rellena, ensalada, pan de huevo que mi madre había mandado a hacer en la panadería de D. Manuel Lebrón para ese día y para el día de pascuas, pescado al horno como tanto le gustaba a mi padre, y sobre todo pastelitos sabrosísimos y hojuelas que los muchachos comían con mucho gusto. Hubo también pan de frutas, lerenes y maní congo. Había también manzanas. Mi padre encargaba un barril especial para su familia; peras, uvas parras y dulces de todas clases, confites, dátiles, pasas y turrón de Alicante. Además vinos, licor y anís.¨
La recreación y conservación de las leyendas y tradiciones del centro histórico debe ser parte de un programa de animación para el centro histórico. Ya de hecho existen reportes de expertos en animación que deberían estudiarse para definirlo. Pero dado los funestos antecedentes de los conflictos jurisdiccionales que lo azotan, lo ideal es que se forme un patronato nuevo que se ocupe de la tarea con ayuda de un impuesto a los comercios. Esto, a su vez, es mejor abordarlo en el marco del Municipio Especial que tanto se ha contemplado y que nadie se atreve a proponerlo al Congreso. ¿Habremos de apelar a Lolito Flochón para que lo haga?