Cuando leo entrevistas a escritores siempre espero la confesión de cómo de tanto leer a un autor han alcanzado a citar de memoria alguna página de sus libros. Puedo recordar líneas de textos que me han impactado. El comienzo de Pedro Páramo, por ejemplo: “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”; el primer verso de un libro invernal de Reina María Rodríguez: “aquí media luz; afuera la mañana”, o este otro principio de poema, de Cavafis, que todavía me sacude por su perfección: “Cuando vieron muerto a Patroclo, que era tan valeroso y fuerte y joven, los caballos de Aquiles comenzaron a llorar”.
Pero citar más de unas cuantas líneas de memoria sigue siendo para mí un ejercicio imposible. Con todo, sé que esta capacidad nemotécnica no es un mito del oficio. Una noche escuché a Ángela Hernández recitar de memoria poemas enteros de quienes la acompañábamos en una improvisada tertulia. Desde entonces la he visto como a una inmortal.