La sexta carta de Leonor Feltz (LF) a Pedro Henríquez Ureña (PHU) fechada el 30 de septiembre de 1901 contiene un número considerable de informaciones sobre el contexto político-intelectual del momento y la misiva de referencia no solo reitera su procrastinación, sino que se hunde en el pesimismo que su programación emocional le talló, mientras continúa la descripción del pleito de la carta anterior entre hostosianos y católicos: «No te escribí por el vapor pasado porque á mi natural apatía se unió la circunstancia de ocurrir en la noche en que debía escribirte el incidente Deschamps-Galván.» (Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, p. 74).

El sentimiento de que en el país no era viable la vida civilizada era común entre la intelectualidad hostosiana de la época y las primeras ideas sobre este tópico están contenidas en las obras de José Ramón López La alimentación y las razas, de la que se nutrió Lugo para enunciar en su tesis doctoral que la democracia no era viable entre nosotros debido a que el Estado que surgió en 1844 no era un Estado verdadero a causa de la incultura política del pueblo dominicano, así como a su falta de conciencia nacional.

Hay que recordar que el tipo de pesimismo que se infiltró en la sociedad letrada de la época estaba siempre condicionado a que se revirtieran las condiciones que lo provocaban y Lugo no se quedó en la constatación del fenómeno, como López, sino que en la carta de enero de 1916 al general Horacio Vásquez amplía considerablemente sus argumentos de por qué no constituimos un Estado nacional verdadero y proponía cómo crearlo.

El binarismo entre civilización y barbarie no condujo a ningún resultado, solo al reforzamiento del último término del dualismo. Por esta razón los intelectuales de la época vieron cerradas las posibilidades de un acceso a un Estado institucionalizado y clamaron por la llegada de un hombre fuerte (tesis de López) que disciplinara al pueblo y lo encarrilara por la senda del “progreso” y la “civilización”. El voluntarismo de esta tesis mesiánica contrasta con la posición de Lugo, quien sabe que se trata de una lucha entre fuerzas sociales en pugna De ahí la urgencia de fundar un partido que educase al pueblo y le concienciase en torno a la necesidad de crear un Estado nacional verdadero. Pero el malestar que señalan todos, entre ellos LF, no permite semejante conquista y, al contrario, a menos de un año y meses del asesinato de Lilís en Moca, la carta de marras a PHU revela las «divisiones que no hacen más que poner de manifiesto nuestra ineptitud para vivir i llegar á ser pueblo pequeño pero civilizado.» (BVega, 75).

Pedro Henríquez Ureña
Pedro Henríquez Ureña

Esas divisiones constatadas por LF en 1901 son las mismas que constató Mercedes Mota y ambas llegaron a las mismas conclusiones: el espectro de la violencia por apoderarse del Estado autoritario, único lugar de la acumulación de riquezas a través del control de las aduanas: que la violencia continuaría, como en efecto continuó, con los regímenes de compromisos inestables como los de Woss y Gil, Morales, Cáceres, Victoria, Bordas Valdés, Jimenes, Nouel hasta que se produce la intervención militar norteamericana de 1916. Y la violencia continuará todavía más sañuda con la lucha guerrillera del Este y la resistencia urbana, todo lo cual vivirá en carne propia LF, hasta que en 1924 se produzca el retiro de las tropas norteamericanas, pero ya estas han dejado preparado el terreno, luego del pálido gobierno de Vásquez, para la dictadura de Trujillo –el mesías de José Ramón López–, único en garantizarles a los norteamericanos el reconocimiento de las Órdenes Ejecutivas y sus propiedades obtenidas en virtud de la fuerza de la ocupación.

Es este panorama el que creó el gran pesimismo de los letrados de finales de siglo XIX y principio del XX, verbigracia Mota y Feltz, y esta última se explaya ante PHU: «Te aseguro que me siento invadida en estos días por el profundo desaliento i el amargo pesimismo que nacen de la muerte de un ideal (…) He llegado á creer que no nos salvaremos, que estamos condenados á desaparecer i que es en vano el sacrificio de los pocos convencidos que luchan por la reconstrucción de nuestra patria.» (BVega, 75).

En el siguiente fragmento de LF, que copio in extenso, se ve cómo la “historia del Congreso Nacional” de 1901 es la misma que la recitada hoy por Mu-kien Sang y José Chez Checo: «Verás por la prensa –le dice LF  a PHU– la opinión que acerca del contrato con la Improvement [cursivas de DC] han  emitido unos pocos á nombre del pueblo que no entiende de esas coas i que como masa inconsciente se deja arrastrar desde (sic) [donde, DC] la lleve la maldad de unos, los fines políticos de los otros, las pasiones de todos (…) Así verás tú; cómo la voz de un hombre moralmente desacreditado como H[ipólito] Billini, ha bastado para hacer atmósfera de muerte al contrato, porque uno cuantos diputados inconscientes atienden más á los ecos de la prensa que á sus convicciones (porque no las tienen) i ven mil peligros en el nuevo contrato. Lo curioso es que los que ahora se oponen con más calor fueron los que sancionaron el contrato de Abril. En mi opinión hai mucho de personal en este asunto. Acaso si no hubiera sido Don Pancho el Ajente Fiscal, sino otro menos honrado, menos apto, pero mejor visto, el contrato habría pasado.» (BVega, 77).

Pedro Henríquez Ureña
Pedro Henríquez Ureña

Esos diputados citados por LF carecen de convicciones y de principios. Sin estos últimos, que incluyen el anti clientelismo y el anti patrimonialismo y el laicismo, es imposible fundar un Estado nacional verdadero. Estos tres rasgos que caracterizan hasta hoy al Estado dominicano fundado por Pedro Santana son los que impiden, junto la falta de conciencia política y de conciencia nacional, la creación de un verdadero Estado nacional burgués, tal como lo postularon los positivistas hostosianos.

Por esta razón se duele LF de esos diputados sin convicciones y que, ayer aprobaron el contrato con la Improvement y hoy lo rechazan. Es como si hiciera falta un hombre del maletín que “mojara” a aquellos diputados corruptos, tal como se hace hoy para cambiar la Constitución o aprobar contratos sin ser leídos, a 116 años de distancia. La doblez de ayer es la misma de hoy.

Aunque hay observaciones y juicios políticos incisivos, como el citado arriba, se ve el talento de esta mujer que a principio de siglo se escuda detrás de un mostrador para vender dulces y golosinas al público y a los escolares o en horas de apremio se la ve cocer como una endemoniada para terminar un encargo. ¿Es posible encontrar un portento de mujer así en las clases populares dominicanas de hoy, entre las vendedoras de dulces de hoy, entre las costureras de hoy? Un “atraso”, sin duda, de la sociedad dominicana, escribiría un historiador racionalista. Un “caso excepcional” o “una excepción a la regla”, clamaría otro partidario del sentido de la historia. Para ambos, el estado natural de la mujer es que no llegue nunca a pensar ni escribir, pues si llegara a pensar o escribir, esto pondría en jaque la supremacía machista y su control político de la sociedad. De 1844 hasta Trujillo, ninguna mujer llegó a Secretaria de Estado.

Para que se vea el talento de LF en todas las materias en que fue preparada integralmente por la escuela hostosiana, me contraigo solamente al  al campo literario, donde ella emite un juicio sobre una contemporánea en el momento en que ve la luz pública la obra, lo que implica un riesgo por el poder episcopal de la autora, devota casi mística, cuando sentencia, como lo habían sentenciada Mon, Salomé y el clan Henríquez Ureña, y talvez el salón Goncourt, acerca del último libro de Amelia Francasci, Recuerdos e impresiones: «Es sumamente breve i carece como todo lo suyo, de forma literaria. Siendo como es, una página íntima vivida i señida (sic) [¿soñada? –DC] (i este último es acaso su único mérito) está plagada de vulgaridades [,] de incorrecciones, i sobre toda vacía.» (BVega, 76).

En las páginas 76 y 77 de su misiva a PHU, LF hace alarde de su capacidad e inteligencia al analizar la lucha política coyuntural que conducirá al golpe de Estado de 1902 que sacará a Juan Isidro Jimenes del poder y, con él, al grupo de positivistas que encabezó Francisco Henríquez y Carvajal, del cual formaba parte la ilustre maestra como alumna de Salomé y animadora de la tertulia del salón Goncourt. Y se advierte también, en la misiva, la dialéctica entre el sentido de lo que cuenta y el dominio de la sintaxis del español en que escribe.

Finaliza informándole a PHU sobre la lucha feroz contra el Plan de Estudios de Hostos y cita a dos de los espadachines católicos: Amiama (quien según Vega podría ser Francisco Xavier Amiama Gómez, que lo es, pues llevó posiblemente este combate en el periódico El Informador, de San Pedro de Macorís, del cual fue redactor e Hipólito Billini, emparentado con el padre Billini (1837-1890), fundador del periódico católico La Crónica. No he podido localizar en cuál medio dirigió Hipólito Billini sus ataques en contra del contrato con la Improvement, un hombre “desacreditado”, según LF.

He aquí cómo en un pueblo chiquito, como la Capital, todo se sabe: «Como verás por los periódicos de aquí [que te envío, DC] aún hai en Santo domingo(sic) quien discuta i ataque personalidades

Pedro Henríquez Ureña
Pedro Henríquez Ureña

como Hostos. Yo ignoraba que hubiese un solo dominicano que osara sospechar de su virtud [,] de su saber i sobre todo de su inmenso amor y sacrificio por esta desgraciada tierra. Te asombrarás cuando sepas quién  lo ataca y por qué. Nada menos que Amiama por el proyecto de Lei de estudios. Dice que [,] como extranjero, no tiene derecho á formular leyes, que es una mengua para el Poder Legislativo i para el país (…) Apartándonos de la falta de fundamento para su ataque, causa profunda indignación ver quién osa hoy hacer alardes de patriotismo después de haber contribuido poderosamente a hundir esta pobre tierra en caos.» (BVega, 76).

Y la lucidez de LF confirma su inteligencia y ausencia de dogmatismo, vicio este último del cual estaban revestidos los enemigos de Hostos, cuando la excelsa maestra reconoce las fallas del plan, aun siendo partidaria de aquella Ley de estudios de Hostos, y políticamente militante del proyecto del positivismo armónico: «Y todo [el ataque, DC] es por el proyecto de Ley de estudios que si bien es verdad que tiene sus errores por falta de adaptación al medio, es una obra consciente i elevada que muy pocos comprenden i estiman en lo que vale (…) Por fin, después de haber tomado las cosas un carácter grave, vinieron á donde van á dar todas las cuestiones aquí: al ridículo Jimenes suplicó á Amiama que dejara el asunto. Y así terminó.» (BVega, 76-77).  Este giro sintáctico puede parecer oscuro o ambiguo al lector de hoy. Pero haga tal lector la traducción intralingüística así: “Jimenes suplicó al ridículo Amiama que dejara el asunto.” Si la sintaxis parece defectuosa, habrá que comprobarlo en la carta original manuscrita de LF.

Y si defecto no hubiese, giro de su autora es; para no escribir como escribe casi todo el mundo. LF tiene su ritmo. ¡Mucho cuidado!

En nuestro Estado clientelista y patrimonialista el presidencialismo lo subsume todo. Y los intelectuales y periodistas del siglo XIX y del XX estaban más subsumidos, pues ayer dependían del Estado como único lugar de acumulación, no solo de riquezas, sino de sobrevivencia, y dependen hoy, igualmente, de la buena voluntad del príncipe de turno. Para ellos y los propietarios de medios, todo asunto espinoso que resquebraje la razón de Estado se reduce a la frase: Mandar a callar. Como calló Amiama.

Pedro Henríquez Ureña
Pedro Henríquez Ureña

El grito final de Leonor Feltz es el mismo que el de toda su generación positivista y el de todos lo que le han sobrevivido hasta hoy y que desean y trabajan por la creación de un Estado nacional verdadero: «Atravesamos un momento difícil, pero confío en que haya, como siempre, exageración en el rumor público (…) Este es un pueblo desgraciado, [¡] Dios salve la República!» (P. 77). Ven, que los positivistas armónicos eran teístas, pero la Iglesia católica dominicana no lo sabía. Y todavía hoy no lo sabe.

No hubo tal exageración: vino el derrumbe de Jimenes en 1902 por parte de su vicepresidente Horacio Vásquez, la anarquía con Alejandrito Woss y Gil, Carlos Morales Languasco, Mon Cáceres, Eladio Victoria, José Bordas Valdés, Adolfo Alejandro Nouel, Juan Isidro Jimenes de nuevo, el natimuerto gobierno de jure de Pancho Henríquez; y, finalmente, la ocupación militar norteamericana durante ocho años; y, la vuelta al poder de Horacio Vásquez en 1924 (luego de la dictadura comisaria de Vicini Burgos) y  para ponerle la tapa al pomo: Trujillo, durante 31 años (luego de la dictadura comisaria de Rafael Estrella Ureña); y, luego la democracia representativa mostrenca que nos tiene, desde 1961 hasta hoy, al salto de la pulga con la corrupción, la impunidad, la inequidad, la violencia endémica y el escándalo internacional de ser campeones de casi todo lo malo: quemados en educación, en matemática, en dominio de la lengua española, en salud, en vivienda, en falta de electricidad, en falta de agua potable y como remate de males, el caso de la Odebrecht. Ninguno de los contratos de Odebrecht con nuestro país contiene una sola cláusula que diga que se pagó 92 millones de dólares en sobornos a funcionarios públicos. “La ley no se aplica al que la hace”, no recuerdo si fue Aristóteles quien acuñó esta máxima jurídica. Ganas del Procurador General de la República de perder su tiempo y anestesiar a la sociedad dominicana.

(*) También publicado en el suplemento Areíto, del periódico Hoy, el 7 de enero de 2017.