En la cuarta carta de Leonor Feltz (LF) a Pedro Henríquez Ureña (PHU) fechada el 30 de mayo de 1901, solo interesa el juicio que emite sobre la representación de Electra, de Sófocles, y la comparación con La loca de la casa, de Benito Pérez Galdós: «La vi en escena primero i luego la leí. Ha dado lugar á grandes discusiones, pero á nadie ha dejado satisfecho. A mí no me gusta [,] aunque tiene grandes bellezas.» (Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, p. 70).
La maestra entra en apreciaciones técnicas: «En cuanto a movimiento escénico i á fuerza dramática armonizada es si se quiere, inferior á La loca de la casa.» (BVega, 69).
El movimiento escénico es la acción de los personajes, la que no debe decaer jamás, pues se pierde el ritmo y con él la obra. La fuerza dramática depende de la acción, pero parlamentos, ritmo, entonación, gestos y todo lo que sea estrictamente semiótico son capitales para que la obra no envejezca en escena. Es quizá de esto que Leonor Feltz se duele y lo que debió ser un montaje actualizado se ha convertido quizá en un estilo declamatorio tipo siglo XIX y es ahí donde quizá La loca de la casa le lleva la delantera.
Pero la corresponsal de PHU no está muy a gusto con la escenificación de La loca de la casa, montada quizá por una de esas compañías de variedades que desde finales de siglo XIX representaron sus obras (dramas, zarzuelas, operetas, mimos, etc.) en el teatro La Republicana: «A pesar del hermoso simbolismo que parce entrañar, resulta mui inferior á las obras de nuestro insigne dramaturgo, Ibsen.» (BVega, 70).
Feltz no encontró lo que esperaba de La loca de la casa y considera que el tercer acto llevó la obra al fracaso: «Además, no le veo el carácter sensacional, revolucionario con que en todas partes se la anuncia. Yo esperaba encontrar ideas mui nuevas en lucha desigual con preocupaciones sociales i religiosas.» (BVega, 70). No es lo mismo el realismo de Ibsen que el de Pérez Galdós. Pero quizá las ideas nuevas no estaban en la pieza teatral que vio LF, sino en novelas como Tristana, del mismo Pérez Galdós, publicada en 1892, y que ella, si no la leyó, al menos debió saber de su existencia. Los cinéfilos del siglo XX tuvimos el privilegio de ver esta obra llevada a la pantalla grande en 1970 por Luis Buñuel, y ambas obras, novela y película, conservan su valor literario y fílmico.
Sin embargo, el lector de LF perdió la gran oportunidad de conocer el pensamiento de una mujer que se movió entre hombres en el siglo XIX y el XX y que pudo recrear y describir el ambiente social, cultural y literario, así como la recepción de una obra clásica como esta Electra de Sófocles y que, escenificada en 1901, debió plantearles a los espectadores el problema de la relación entre lo política, poder y sexo, simbolizada en el regicidio de Agamenón, el sacrificio de Ifigenia a Artemisa sanguinaria y el asesinato del rey, y de paso el de Casandra, por su esposa Clitemnestra y su amante Egisto y a su vez la venganza de los hijos del soberano de Argos, Electra y Orestes, quienes a su vez asesinan a su madre y al amante.
No sé cómo una compañía de variedades y sus actores y actrices ligados al espectáculo comercial y frívolo podrá llevar a las tablas un drama tan serio y complicado como Electra a menos que no sea con cierta simplificación que atienda a cabalidad lo humorístico antes que lo dramático.
Un breve párrafo de esta carta a PHU informa al lector de hoy lo que advertimos en la entrega anterior: que LF no sabía italiano, pero sí francés: «Deseo mucho leer La Gioconda, pero temo no poder apreciarla en Italiano [sic]. Si la consigues en francés, mándamela.» (BVega, 71). El editor en nota al calce afirma que se trata de la ópera de Amílcar Ponchielli. Famosa por el mini ballet “La danza de las horas” introducido por el autor. Pero me parece más plausible que la referencia a La Gioconda sea al drama homónimo de Gabriel d’Annunzio, cuyas obras PHU le enviaba poco a poco a LF, por barco.
La carta de LF a PHU, fechada el 17 de julio de 1901, es patética y retrata la sicología de este personaje atormentado, frágil y dado al abatimiento y la depresión: Muchas razones concurren para la estructuración de este estado de ánimo. La pobreza, el exceso de trabajo para subvenir a las necesidades del hogar, el ser hija natural y negra en una sociedad machista que no perdonaba esta condición, y todavía menos que fuera escritora. Todavía en 1930-42 cuando las mujeres encabezadas por Abigaíl Mejía y las sufragistas comenzaron su lucha por el derecho al voto, los enemigos de esta conquista eran los propios familiares de las feministas y la prensa donde se argüía que todavía la mujer “no estaba preparada” para el voto.
El estado de LF es, a mitad de 1901, de total desolación: «No cre[e]rás que deseando escribirte haya tenido que hacer gran esfuerzo para sacudir el marasmo i la profunda apatía que me enerva en estos días.» (BVega, 72). Nadie mejor que ella describiría su situación: «Mezcla de debilidad física i de atonía de la voluntad, me domina hasta el punto de que á veces no gozo del placer de una buena lectura, por no iniciarla.» (BVega, 72). Y un rasgo de esta personalidad atormentada que resalté en la entrega anterior: la procrastinación: «Tú sabes que nunca he escrito nada con anticipación i las cartas, sobre todo, las dejo para el último momento, cuando corren ya el riesgo de no poder ser despachadas. Así pues, teniendo varias cosas de qué hablarte, apenas las tocaré por no extenderme demasiado.» (BVega, 72).
Luego de comentarle el gusto con que leyó la novela Entre la vie et le rêve, que PHU le envió, LF le manifiesta: «Difícil es encontrar en otra novela un estudio psicológico mejor hecho, más consecuente, ni un conjunto tan armonioso. Los cuadros finales son eminentemente tristes i pesimistas, pero de un realismo profundo.» (BVega, 72).
LF no tiene el gusto tan embotado, como a veces piensa. Obsérvese este juicio sobre la escenificación de Vidas tristes, de Rafael Deligne, que “no gustó”, y adelanta lo que será la medianía del hermano de Gastón en punto a calidad literaria: «A mi juicio, aunque hai asunto dramático en la obra, no está desarrollado, no hay movimiento escénico i resulta pobre hasta literariamente considerado. El final habría podido ser bueno, pero hai una última escena desastrosa como efecto teatral.» (BVega, 73).
El gran juicio, revelador del sentido crítico y el ambiente de discusión donde se formó LF, es este sobre la defensa de la obra educativa de Hostos: «Verás en los periódicos cómo se pasa por aquí el tiempo. Perdiéndolo miserablemente ó empleándolo en chismes i bobadas. La prensa se ha ocupado mucho en estos días del Proyecto de Enseñanza del señor Hostos, no para criticar lo que pudiera haber en él de censurable, ni para mostrar lo mucho útil i bueno que contiene, sino para arrojar injurias i desconsideraciones sobre su autor i sobre sus defensores, desvirtuándolo todo i tratando de destruir el normalismo.» (BVega, 73).
Y con este remate hunde la mediocridad y los intereses de los mismos grupos de siempre: «No pueden conformarse ni Meriño, ni Galván, ni Alfau i Baralt, ni Amiama, esas gloriosas lumbreras del pasado al ver que la nueva generación se acoje al Maestro sin cuidarse de ellos i ve en él el único guía capaz de conducirnos al porvenir regenerándonos, redimiéndonos.» (BVega, 73).
Parece como si asistiéramos en pleno siglo XXI a la discusión del tema del aborto en el nuevo Código de Procedimiento Civil o como si discutiéramos el tema de la inexistencia de la nación dominicana, teorizado hasta la saciedad por Américo Lugo desde 1915-16 y de cuya polémica LF fue testigo de cargo. La ideología de mis compatriotas no ha cambiado en cuatro siglos de colonización española. Y les faltan todavía cinco siglos más para convertir su país en un Estado nacional, si es que el país existe para época tan lejana. Es el mismo problema que LF vio en 1901, incluso quizá antes de Lugo y por qué, agrego yo, la inexistencia de un Estado nacional entre nosotros. Decía LF al referirse a la falta que hacía en el país la presencia de Don Pancho [Henríquez] para mantener a raya a los enemigos de Hostos: «Desgraciadamente, en países como este, en que las masas son tan inconscientes, no existe la sanción.» (BVega, 74).
¿No es por ventura esa misma inconsciencia de las masas evocada por LF a la que alude Lugo cuando dice que la falta de cultura política y de conciencia nacional le ha impedido al pueblo dominicano construir una nación a semejanza de los Estados nacionales verdaderos, como los Estados Unidos de América?
En aquel país, la fortaleza de las instituciones, basada en las características que definen un Estado nacional, pueden soportar los embates de presidentes sicópatas como Trump, locos como Woodrow Wilson, alcohólicos como Nixon o negros como Obama, y no ocurre nada y si ocurriera, ese Estado tiene los mecanismos para resolver los problemas sin que por eso tal Estado nacional se venga abajo, pero una caricatura de Estado como el dominicano no puede soportar una discusión libre y abierta acerca de la despenalización del aborto, la aprobación del matrimonio gay o la separación entre Iglesia y Estado sin que ocurra un cataclismo. Y justamente esas son características que definen un Estado nacional verdadero.
Leonor Feltz luchó contra los mismos fantasmas que acosan hoy día a la sociedad dominicana y sus aterrorizadas clases sociales ante los cambios ideológicos y políticos.