Tal como Leonor Feltz (LF) se lo solicitó a Pedro Henríquez Ureña (PHU) en la primera carta del 19 de febrero de 1901, en la siguiente que le remitió el 8 de abril de ese mismo año, se refiere –como si fuera una especie de acuse de recibo– a la lectura que ha hecho de los libros que el joven discípulo, estante en Nueva York, le ha enviado a la madre sustituta: «Por ‘el New York’ no pude escribirte pues estaba mui ocupada con las costuras de la Santa Semana.» (Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, p. 65).

Esta primera frase libera una información adicional sobre la vida cotidiana de LF. Aparte del negocio del ventorrillo, también se dedicaba a la costura como medio de vida complementario y a la docencia de párvulos: «Voi a hacerme cargo de la dirección de un Kindergarten [cursivas de DC]i consagro todo el tiempo de que puedo disponer á la lectura de obras pedagógicas. Pero como no tengo obras especiales, nuevas, que traten detalladamente de los jardines de niños, quiero con mucho empeño [cursivas de LF] que tú me envíes por primera ocasión las que puedas conseguir.» (BVega, 69).

Se observa ya, a través de este fragmento, la garra de LF como escritora en prosa, como se comprobará más tarde en sus colaboraciones en Letras y ciencias y otras revistas donde dejó su huella, si bien, como lo observó su discípulo PHU, nunca sobrepasó la obra de largo aliento, debido a los múltiples trabajos que debió ejercer para ganar el pan cotidiano suyo y de su familia.

Son todas esas ocupaciones, indispensables para el mantenimiento de la familia, las que le restarán tiempo para la lectura y la escritura y provocarán que abandone poco a poco el gusto por la literatura: «Una vez pasado el exceso de trabajo, reanudo mis lecturas. Hasta ahora he leído poco: lo que mandaste de Ibsen i de D’Annunzio, la Dama del mar, El enemigo del pueblo, Ídolos rotos i La rosa de la tarde que aún no he terminado.» (BVega, 65).

El editor aclara que de estas obras citadas por LF, Ídolos rotos es de Manuel Díaz Rodríguez y Las rosas de la tarde de José María Vargas Vila y el resto pertenece a D’Annunzio, nombre que por cierto no ha sido bien escrito por la maestra y tampoco coloca ella coma delante de tarde, aunque habría que examinar la carta original para saber si son faltas atribuibles a ella o al copista.

Cuando LF le comenta a PHU la obra Vírgenes de la roca, de D’Annunzio, basada en el cuadro de Leonardo da Vinci, los términos que usa la corresponsal son los de la estilística del siglo XIX: «Para mí tiene ese poema un encanto i una poesía indefinibles (sic) que lo hacen adorable.» (BVega, 65). Todas las reflexiones sobre obras leídas por LF tendrán este sello subjetivista. Solo interesan, para un estudio del gusto literario a finales del siglo XIX y principio del XX, los títulos de las obras.

Como, de igual modo, su valoración de Vargas Vila, muy leído en la época de LF, quizá por su prosa incendiaria y rebelde, pero caída en desuso por su escaso valor rítmico para la crítica literaria actual: «En estos días he leído un poco. Te hablaré de lo más notable: Ibis i la Ville Morte. (…) Ibis es de las novelas de Vargas Vila, acaso la mejor; pero yo prefiero á Flor de fango i Rosas de la tarde porque [,] aunque no son tan conceptuosas ni tan filosóficas como aquella, resultan –para mí – más poéticas, más artísticas.» (BVega, 68).

Y nuestra maestra normal aguza su oído crítico y su capacidad para el análisis estilístico-comparativo del contenido de ambas obras: «Es innegable que en Ibis hai caracteres, hai psicología, pero tiene una forma de presentar un aspecto de la realidad demasiado desnudo i mui pesimista.»  (BVega, 68).

Esta forma de analizar únicamente el contenido de la obra es la que pervive masivamente hasta hoy. A despecho de los métodos que sepultaron para siempre esa literatura del signo, es más fácil trillar lo conocido, o sea, el gusto por el cliché, que no necesita teorización, pero que es, a su vez, obstáculo para acceder a un conocimiento nuevo: «La ciudad muerta es de todo lo que he leído en estos días, lo mejor. Me gusta mucho, tanto que ha sido una gran sensación estética. Me recuerda á Ibsen. La obra es hermosísima i los caracteres admirables. Blanche Marie es la Belleza, la Poesía; Anne, es sublime en su Dolor i en su Bondad; Leonard i Alexandre son eminentemente superiores i mui humanos.» (BVega, 68). Esta obra de D’Annunzio fue publicada en 1898, y es probable que LF la leyera en traducción francesa, pero ignoro si para 1901, fecha de la carta a PHU, estaba ya traducida al español. Como ignoro igualmente si LF sabía italiano, aunque consta que PHU, sí. Por los nombres de los personajes de la obra d’annunziana se colige que LF tenía sus ojos la traducción francesa.

LF comenta la novela de Díaz Rodríguez: «Ídolos rotos» es una novela conceptuada por Tumeta (sic) como la mejor novela americana. En mi concepto, como novela, son superiores otras: La charca, por ejemplo [novela del boricua Manuel Zeno Gandía, DC]. Hai en ella, sin embargo, una pintura majistral del medio, de ese medio que tanto es Venezuela, como Santo Domingo, como la mayor parte de los países hispano-americanos.» (BVega, 66) El Tumeta con sic del editor, es Zumeta, autor muy leído entre los contertulios del Salón Goncourt.

Dos datos más, importantes para la historia literaria: el primero, la solicitud de LF a PHU para que le envíe alguna colaboración para la Revista, sin especificar cuál, pues el contexto entre ambos provee la información, que sin duda es la Revista Letras y ciencias, dirigida por el tío de PHU, don Fed, y para la que colaboraba, también con artículos y trabajo, la maestra. La otra es la información que LF le ofrece a PHU sobre la evolución del Salón Goncourt: «Tulio [Manuel Cestero, DC] se ha agregado á los contertulios i nos visita con frecuencia. Me dice que te escribe i me complacer ver que hace de ti merecida apreciación» (BVega, 66).

Durante la primera ocupación militar norteamericana al país, Cestero, autor de La sangre, será uno de los brazos derechos de Francisco Henríquez y Carvajal, junto a Fabio Fiallo, en la lucha nacionalista. Pero todo ese fervor se desvanecerá a partir del 16 de agosto de 1930 cuando el brigadier Trujillo tome posesión de su botín, producto del golpe de Estado del 23 de febrero de 1930. El grueso de los intelectuales nacionalistas se alineará con él, incluido Cestero, incluso más allá del ajusticiamiento del dictador el 30 de mayo de 1961.

Más interesante que las dos misivas anteriores a PHU, resulta esta tercera, porque libera una faceta de la personalidad de LF que, como mujer muy atormentada y pesimista, incluso me atrevo a adelantar, por el semantismo de su discurso epistolar, depresiva, nos brinda ella, al hacerle a su alumno predilecto, la siguiente confesión: «Consecuente en [con, DC] mi manía de aplazarlo todo mientras tengo delante algún tiempo, dejo para última hora tus cartas. De ahí que ellas, de suyo pobres é insulsas, resulten por la premura del tiempo más cortas i aún vacías.» (BVega, 76). Este final es una manifestación clara de auto desvalorización ante un imberbe a quien considera superior. Mal pronóstico para LF.

¿Qué significa ser postergador o postergadora? ¿Se capta bien la expresión que vengo escuchando desde la segunda mitad del siglo XX y los años que van de este, en el sentido de que el dominicano lo deja todo para último momento? No es de hoy, pues, ese dejar para después lo que debe hacerse de inmediato. El dominicano, no; la abrumadora mayoría. ¿El postergar [del latín: procrastinare>procrastinator] es una debilidad sicológica de esa abrumadora mayoría de dominicanos? Según los sicólogos y siquiatras, sí. Pero principalmente específica de quienes tienen una personalidad rebelde, soñadora o reactiva. Un promotor, con o sin ética, un persistente o un trabajólico difícilmente posponen lo que tienen que hacer a su hora. El postergar conduce casi siempre a la obtención de malos resultados. Como los que obtendrá LF en la vida.  No es fácil despachar el problema de los postergadores. Una tupida red de causas fisiológicas, biológicas, sicológicas, siquiátricas y de comportamiento explican esta enfermedad llamada procrastinación.

Para los postergadores, generalmente rebeldes, soñadores o reactivos, la vida no es urgente. Obran a su aire. Exigen a los demás lo que no se exigen a sí mismos: «Tus cartas, por el contrario [,] me complacen en extremo (…) Veo reflejado en ellas tu espíritu sereno i elevado, tal como lo he juzgado siempre. No tienes el derecho de privarme de ellas; i exijo en gracia de la amistad que [,] aunque yo deje por cualquiera circunstancia de escribirte, no te desligues de ese deber que te impone mi cariño.» (BVega, 68).

Luego de comentarle a PHU su opinión sobre distintas obras que ha leído, añade varios datos literarios interesantes y uno sobre su carácter, un tanto esbozado supra: «Recuerda que yo soi impresionable i que me enamoro apasionadamente de ciertas obras.» (BVega, 68). Esta información significa quizá que comienza a despertar entre los escritores la manía de publicar obras como ideología del mérito para acceder a posiciones burocráticas en un Estado de incipiente capitalismo y donde los intelectuales sienten que ya principia a resquebrajarse su estatuto social: «Por aquí ha entrado ahora el afán de publicar libros i se habla de unos cuantos en preparación. Hasta yo (…) voi á sorprenderte el mejor día con la publicación de un folleto (?)»

Finalmente, LF celebra el triunfo de Mercedes Mota en la Exposición Panamericana de Búfalo, Estados Unidos, donde pronunció un discurso sobre la situación de la mujer en su país, pero concluye con estas palabras, atormentada al fin y al cabo por la condición humana: «Ella acaba de probar que el propio esfuerzo i la buena voluntad se abren paso en todos los medios. Desgraciadamente mui pocas de nuestras mujeres harían lo que ella.» (BVega, 68-69). Y LF, debido a su particular condición de mujer atormentada, se adhirió a la ideología de un feminismo al estilo del positivismo armónico aclimatado por Hostos a nuestro país y que Salomé Ureña practicó con creces en la formación de las maestras normales, pero que devino en feminismo paraoficial durante la dictadura de Trujillo.