En la  décima carta de Leonor Feltz (LF) a Pedro Henríquez Ureña (PHU), fechada el 28 de abril de 1902, la maestra y madre sustituta de los hijos de Salomé, pero sobre todo de Pedro, le informa sobre la confusa situación política que ella misma había pronosticado en la carta n.º 7 del 19 de octubre de 1901, o sea, el golpe de Estado del vicepresidente Horacio Vásquez a su presidente Juan Isidro Jimenes Pereyra: “No quisiera hablarte del momento actual, momento triste de dolorosa expectación para todo dominicano.» (Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, 90).

El editor Vega rotula la misiva de LF con el espantoso título de “¡Otra revolución! Pavor, miedo, pánico o espanto era lo que sentían las madres de familia dominicanas cada vez que estallaba la guerra civil en el país. Estos mal llamadas “revoluciones” podían ocurrir, contra un gobierno instalado, en menos de un mes, tres meses, seis meses o un año y, que, también, desde la época de Santana y Báez hasta Trujillo, la montonera convirtió en el deporte del inexistente Estado nacional.

Conflictos armados que Juan Bosch estudió muy bien en el prólogo que escribió para la edición especial de su novela La Mañosa, el 12 de agosto de 1974: «En agosto de 1966 [en “Palabras del autor para la tercera edición de La Mañosa”, DC] me dolía de las interminables guerras civiles que había padecido el país, y La Mañosa, escrita algo más de treinta años antes de esa fecha, era la expresión novelada de ese dolor, pero para ese mes de agosto de 1966 ignoraba la causa de esas guerras civiles tanto como la ignoraba cuando escribí la novela [en 1936. DC]; y en agosto de 1968 estaba diciendo, en Composición Social Dominicana, que la causa de nuestras guerras intestinas era la lucha de clases, una lucha de clases que carecía de orientación ideológica y que además se llevaba a cabo entre capas diferentes de una numerosa pequeña burguesía que peleaban a muerte porque la guerra civil fue, durante muchísimo tiempo, el canal de ascenso social más seguro que conocía el país.» (En Guillermo Piña Contreras. La Mañosa. Estudio, cronología, notas y variantes. Santo Domingo: Industrias Banilejas c. por a., 2004, pp. 333).

Y “la causa” de esas llamadas “revoluciones” la ignoraban no solamente los hombre y mujeres de nuestro país, sino también los intelectuales gramcianos de las diferentes capas de la pequeña burguesía, e incluso los que representaban los intereses de la oligarquía dominicana surgida en 1919 en Santiago de los Caballeros con el matrimonio de José María Cabral y Báez y María Petronila Bermúdez Rochet. La prueba de tal ignorancia es la asunción del término “revolución” con el significado único de cambio de un gobierno por otro por parte todas las clases sociales dominicanas en vez del concepto político-sociológico que se le atribuye a esa palabra a partir de la Revolución francesa de 1789.

Si el mismo Bosch lo ignoraba en 1936 y vino a entenderlo en 1968, cómo pensar que Leonor Feltz y su grupo de amigos del salón Goncourt lo comprendieron si no era en el sentido peyorativo de desorden o anarquía. De aquí el pavor por aquellos cambios de gobiernos clientelistas y patrimonialistas. Solo hubo un intelectual dominicano que comprendió a carta cabal la causa de esas “revoluciones”. Fue Américo Lugo, contemporáneo de los Henríquez- Ureña, de Leonor Feltz, de los asistentes a las tertulias del salón Goncourt.

Lugo trató de iluminarles a todos con el ensayo pionero “La República Dominicana ante el Derecho Público”, su tesis doctoral sostenida en 1915-16 donde afirmó la inexistencia de un Estado nacional verdadero al estilo del que fundado en 1776 en los Estados Unidos. Y luego requintó su posición en la carta que le envió a Horacio Vásquez el 20 de enero de 1916. En esa misiva se encuentran teorizadas las causas de nuestras “revoluciones” y las que han impedido en nuestro país, debido a la falta de conciencia política y de conciencia nacional, la creación de un Estado burgués verdadero.

Pero los intelectuales de todas las clases sociales se espantaron con las tesis de Lugo y, hasta el día de hoy, le dejaron solo durante la primera intervención militar norteamericana y cuando creó el Partido Nacionalista en 1925 con el fin de fundar ese Estado dominicano verdadero, después de la salida de las tropas yanquis, todos los grandes gerifaltes del nacionalismo dejaron al pobre Lugo solito y se transaron con Horacio Vásquez y luego con Trujillo, dos paradigmas del clientelismo y el patrimonialismo.

Leonor Feltz, que murió en 1948, debió conocer a Lugo, sus dos textos citados y posiblemente participó en las actividades de los nacionalistas y de las mujeres de la Semana Patriótica. Y Bosch tenía 15 años en 1924, 16 en 1925, pero cuando publicó La Mañosa en 1936, ya tenía 27 años y había cosechado cierta fama como cuentista (había publicado Camino real y en 1935 Indios. Apuntes históricos y leyendas), y era amigo literario de los poetas y narradores de más viso (Manuel del Cabral, Rafael Américo Henríquez, Franklin Mieses Burgos, Manuel Llanes, Incháustegui Cabral, Marrero Aristy, quienes, según él, se reunían en La Cueva, como se fue bautizada la habitación de la casa donde vivía el autor de “Rosa de tierra”; y todavía obtuvo Bosch más reconocimiento cuando su novela fue publicada con financiamiento del Partido Dominicano, aunque todavía la mayoría de ellos no había entrado a colaborar con Trujillo.

Y del mismo modo que Lugo es un inconsciente freudiano (borradura) para los intelectuales dominicanos que le citan por moda, pero no asumen su discurso, sino que siguen aferrados a la garrapata del partido del signo, Bosch, tanto más que Leonor Feltz, debió conocer no solamente los dos escritos de Lugo que llevo citados, sino que también debió oír por lo bajo los comentarios que generaron las cartas que Américo Lugo le envió a Trujillo en el 4 de abril de 1934 para rechazar un nombramiento en “una legación o en la judicatura” a cambio de que escribiese “la historia de la última década de la República” [de 1930 a 1940, DC] (Antología de Américo Lugo. Julio Jaime Julia (comp.). Santo Domingo: Taller, 1977, t. III, p. 21) y le recuerda al dictador que no puede aceptar esa oferta debido a la inexistencia de la nación dominicana, coherente con las ideas de su tesis doctoral y con las que le expuso a Horacio Vásquez en la carta del 20 de enero de 1916.

Y el segundo rechazo de Lugo a Trujillo fue la afirmación del 26 de enero de 1936 en la inauguración del “acueducto y el mercado de Esperanza”, Mao, donde anunció maliciosamente la aceptación del nombramiento de Lugo como “Historiador Oficial” encargado “de escribir la historia del pasado y del presente [de la República Dominicana] sin haberle consultado para esa tarea. Lugo le respondió al dictador lo siguiente en carta del 13 febrero de 1936: «No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa. Tampoco me considero historiador del presente, porque, por el contrario, la cláusula primera de mi contrato con el Gobierno Dominicana o excluye de manera expresa el escribir la historia del presente.» (Antología de Américo Lugo, ya citada, p. 23). Nadie en nuestro país que no fuera Lugo, Heriberto Núñez, Ángel Liz, Rufino Martínez o Rafael Alburquerque Zayas Bazán podía rechazarle un nombramiento a Trujillo y menos anunciado públicamente. Eso significaba la muerte física o moral y la asfixia económica, como le ocurrió a Lugo con las últimas dos muertes.

De modo que, desde 1915-16 y 1934 y 1936, quien no haya querido informarse de las tesis de Lugo, es porque no ha querido, o ha volteado la cara para otro lado. Todavía no he encontrado ninguna obra de intelectual dominicano, sea hombre o mujer, que haya invalidado las tesis de Lugo de que no hemos sido capaces de crear un Estado nacional verdadero debido a nuestra falta de conciencia política y de conciencia nacional y que por eso hemos vegetado durante 173 años de independencia en torno a una caricatura de Estado fundado administrativamente por Pedro Santana basado en el clientelismo y el patrimonialismo y en la exclusión total del pueblo en la toma de decisiones políticas.

El estado anímico de LF debió ser el mismo para todas las madres dominicanas: “Ya apareció el fantasma tanto más grande i temible cuanto más desconocido. Hace más o menos 36 horas que se dice que se levantó el Cibao i aún no se tiene noticias ciertas i circunstanciadas.» (BVega, 94). Y dos renglones más abajo describe a los personajes en acción: «Háblase de que Mon Cáceres avanzó a Puerto Plata, Guelito Pichardo a Monte Cristy (sic) etc.: pero como el telégrafo está totalmente interrumpido hasta ni el gobierno sabe a punto fijo a qué atenerse (…) Se han pronunciado San Cristóbal, Baní, Seibo i otros pueblos (…) Pero del Cibao aún no sabemos nada. Y la imaginación popular abultando y fabricando…» [quizá un parasinónimo de lo ilegible en la carta, sea noticias falsas, DC]. (BVega, 94-95).

Y el colofón de LF en que termina la ignorancia causal de la montonera es el siguiente: «De todos modos es el Desastre, no para el Gobierno que caiga o triunfe, no para Horacio, no para éste o aquel caudillo, sino para la patria que agoniza estrangulada por sus propios hijos. ¡Qué tristeza, qué desaliento! (…) Yo me siento triste, profundamente triste ante el espectáculo de una guerra civil acaso… terrible.» (BVega, 95). Hoy sabemos la causa: la lucha de clases entre las distintas fracciones de la pequeña burguesía por apoderarse del control del Estado clientelista y patrimonialista como único lugar de la acumulación originaria; lucha que todavía hoy, en 2017, no ha cesado, y, se manifiesta en forma candente en el caso de Odebrecht y el colapso de la justicia.

Gracias a Lugo, Bosch y otros estudiosos (Moscoso Puello, Sánchez Ravelo, Jimenes Grullón, Corpito Pérez, etc., conocemos las causas no solo de las “revoluciones” o guerras civiles, sino también por qué hoy, en ausencia de estas, del caballo, el revólver y la mujer, lo que ha parido la República son caciques y caudillos cuyos caballos son las yipetas; los sacos y corbatas de seda en vez de las guerreras de antaño; las cuentas en dólares en los paraísos fiscales y un montón de queridas.