Se cumplía el año 1963 en Madrid. Acepté, junto a un amigo cercano, visitar al legendario Anselmo Paulino Álvarez, “Ojo Mágico”, al Hotel Emperatriz, en el aristocrático barrio de Salamanca.  Nos invitó alguien de nuestra estima, perteneciente al cuerpo consular dominicano en Holanda.  El otrora “segundo hombre” de la república quería conocer a jóvenes dominicanos, y nosotros, grandes curiosos los dos, queríamos conocerlo a él.

Terminada lo que resultó ser una visita fascinante y surrealista, entendimos que ese hombre obeso y de gafas oscuras pretendió presentarse ante nosotros como víctima del trujillismo, mientras hacía gala de conocer al dedillo nuestro país, exhibiendo una memoria prodigiosa. De aquellas dos horas se podrían contar muchas cosas, sin embargo, lo que resultó llamativo fue su interés en presentarse como un malogrado de la dictadura.

Han surgido de mi memoria los recuerdos de aquel encuentro observando la partida de Leonel Fernández del PLD, al escucharlo presentarse como un damnificado del danilismo y de un sector del partido morado. Les acusa de formar una diabólica maquinaria; un antro inmoral, tramposo, ladrón, y sin escrúpulos, del que tuvo que alejarse para siempre. Esta dramática salida ocurre luego de que él fuera uno de sus líderes fundamentales, y de haber gobernado con ellos tres veces. Danilo Medina fue mano derecha de su primer gobierno (se da por sentado que entre los dos diseñaron la masificación del clientelismo y el agigantamiento de la nómina pública). Ahora, viendo lo que no veía y lo que nunca enfrentó, abjura de esa esa institución donde alcanzó fama y gloria.

Anselmo Paulino, con apenas 23 años, comienza en Montecristi a servir al régimen, haciéndose notar por “El Jefe”, quien, reconociendo sus múltiples talentos, lo convierte en su hombre de confianza, coronel “ad hoc” del ejército, y le confía varios ministerios. Hábil e inteligente, mantuvo largo tiempo la confianza del dictador. Perdió un ojo muy joven, y se granjeó el mote de “Ojo Mágico” por sus vinculaciones con la brujería y por conocer las intimidades de aquella sociedad subyugada. Sus enemigos, la familia del tirano incluida, le llamaban “el tuerto Paulino”. En la compra y remodelación de los ingenios propiedad del “Benefactor,” y otros trapicheos del poder, hizo fortuna. Vivió lujosamente en Suiza.  El corto período en que “cayó en desgracia” lo llevó a un exilio breve, que él prolongó voluntariamente hasta su muerte. Quizás se convenció de su transmutación, para la cual sin duda necesitó repetidos “delete” y subir a “cloud” su pasado trujillista, y, por supuesto, el origen ilícito de sus millones.

Esos cambios de identidad, igual al que ahora pretende vendernos Leonel Fernández, conllevan una enfermiza mutación personal y una capacidad histriónica de primera. No obstante, para consolidar la mutación es imprescindible que sea validada por la sociedad. De lo contrario, no se puede hacer pasar el gato por liebre. Es necesario un despliegue mercadológico eficaz antes de lanzar el nuevo modelo al mercado de votantes.

Si Danilo Medina ha despedazado las instituciones y prohijado el desfalco del Estado, rodeándose de una mafia partidaria rica y poderosa, Leonel Fernández ya había hecho lo suyo con anterioridad. Están inequívocamente documentadas la degradación institucional, la manipulación de la prensa, el desguace de los partidos opositores, y la creación de su propia banda de millonarios – que terminaron sometidos a una justicia que él diseñó para prohijar la impunidad. Hoy exhibe orgulloso su monumental FUNGLODE, a sabiendas de que fue edificado con contribuciones ilícitas mientras gobernó el país. La lista es larga y el espacio corto.

Leonel y sus disidentes no son otra cosa que un desprendimiento morado, siameses separados luego de prolongada y dolorosa cirugía:  gemelos idénticos que piensan de igual manera, actúan de forma semejante, y sufren de las mismas inclinaciones antisociales. No importa que lleven disfraces diferentes, serán siempre depredadores peligrosos.

Contrario al catecismo de pragmatismo político, en política no se vale todo, ni convienen alianzas indiscriminadas. Se corre el riesgo de perder la identidad y de abandonar los principios fundacionales.  ‘Ojo Mágico” fue un trujillista esencial y Leonel un peledeísta fundamental. El intento de transmutación choca con la realidad de maldades pasadas.  Hay gente y grupos que se deben evitar.