Una tarde de mediados de los ochenta del siglo XX, Leonel Fernández impartía su clase de Sociología de la Comunicación en un aula calurosa atestada de estudiantes, en el segundo piso de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Basado en los textos recomendados con el mismo título de la asignatura, de la autoría del español Miquel de Moragas, el profesor, de pies, reflexionaba con seguridad y pasmosa parsimonia, sobre Comunicación y Poder. El auditorio, como siempre, lucía ensimismado ante el orador. Hasta que el docente relacionó el tema con la situación política dominicana y formuló una crítica al caudillo reformista Joaquín Balaguer.   

Desde el centro del auditorio, se levantó una mulata menuda, de unas 200 libras de peso, extrovertida, y le increpó sin miramiento. Su sermón de defensa al expresidente y de reproches al docente, retumbaba en los pasillos. Él, imperturbable, le escuchaba; ella, furiosa, jadeante, atacaba a todo galillo. Hasta que prorrumpió en llantos. Balaguer era su todo. Los demás estudiantes desorbitaron los ojos y el murmullo copó el espacio.

Fernández era objeto de admiración por los discentes de aquel tiempo de Guerra Fría, donde la política era centro del debate y el olor a sangre de la represión de Estado seguía en las puntas de las narices de las personas.

A la vuelta de los años, el profesor se  convertía en presidente de la República (1996-2000). Y una nueva experiencia puso a prueba su paciencia jobiana. El auditorio del Banco Central estaba repleto de periodistas.

Él disertaba sobre la garantía de las libertades públicas durante su gobierno. De repente, una elegante periodista se levantó desde el centro del salón, y gritó: ¡Mentira!

Se registró un silencio sepulcral. Todos esperaban una reacción virulenta del mandatario. Pero, cuando retomó el micrófono, respondió tranquilamente: “Hay tanta libertad en mi gobierno que usted le puede gritar mentiroso al Presidente y no pasa nada”. Hubo una explosión de aplausos.

En estas tierras denominan mecha corta a la persona “impaciente y altamente explosiva”. Mecha larga es, por tanto, lo contrario. La de LF luce más larga que la grave sequía que impacta al país y ha dejado a los dominicanos prácticamente sin agua y con la agropecuaria mermada. Quizá sea ésta su gran virtud, sumada a la pasión por la lectura y el respeto a los otros, aunque sean sus detractores.

El presidente Danilo Medina, su viejo amigo y poderoso ministro de la Presidencia durante la mayor parte de sus tres cuatrienios, tal vez corrobore el aserto mencionado, pese a la acidez de la coyuntura actual.

Entretanto, resulta altamente dañina para ambos líderes y para el destino del gobernante Partido de la Liberación Dominicana la estrategia de instalar en el imaginario colectivo la falsa idea de que LF está detrás de la caterva de tuits atacando al mandatario, difundidos en cuentas anónimas y de políticos “mechas cortas” que nadie controla. Estrategia orientada en el fondo a distanciarlos y justificar una reforma constitucional de última hora que rehabilite al presidente de cara al certamen de 2020.

Medina agota su segundo período (2012-2016/2016-2020). Su corriente en el PLD y un sector externo propugnan la reforma de la Carta Magna para eliminar el artículo 20 que lo inhabilita de por vida. Tal apartado, más la extensión de la reelección de legisladores de la corriente de Fernández, fueron dos de las acciones salvadoras de la aguda crisis que, en 2015, sacudió al partido gobernante a causa de la reforma habilitante para el proceso de 2016.

Según el panorama, el mandatario llegaría al final de su gestión el 16 de agosto del próximo año sin un desgaste tan grande en la popularidad como para que le den “rilís”, a menos que ocurran sucesivos sobresaltos políticos y económicos.

Y eso anima a los grandes beneficiarios de sus mandatos a pensar en “4 años más”.

Una reforma que lo habilite para el 20 representaría, sin embargo, una especie de apuesta de su credibilidad, de la existencia del PLD y de la paz social consolidada en su gestión al azaroso juego de la ruleta rusa. Igual con el desaguisado de proponer como solución la exclusión de LF para imponer un tercero. Las decisiones políticas –se sabe– no se sustentan en el azar, sino en la planificación.

Un camino menos doloroso sería el que garantice al presidente Medina recuperar el derecho a la postulación a partir de 2024, y espacios de poder para su corriente, si el PLD y aliados ganaran las elecciones el 17 de mayo de 2020. El tiempo dictará la sentencia final.