Cuando el presidente Leonel Fernández Reyna llegó al poder en 1996, una gran cantidad de ciudadanas y ciudadanos creyó en él y votó por él, aún a sabiendas de que su ascenso había sido el producto de los amarres entre la plana mayor del PLD y Balaguer con la figura senil de Bosch como esfinge de un poder usurpado a Peña Gómez por sus dos grandes adversarios políticos, en momentos en que su popularidad había alcanzado la cúspide del poder popular.
Asumiendo el clásico estilo balaguerista de hacer las cosas, y como lo analizo en detalles en mi obra "Los partidos políticos en la República Dominicana: Actividad Electoral y Desarrollo Organizativo (Editorial Centenario, 1999), Fernández invirtió ampliamente en la urbanización de las dos grandes ciudades del país, Santiago y Santo Domingo, dejando de lado los recónditos rincones del territorio nacional, que quedaron abandonados a la suerte áspera y reseca de los torrenciales de miseria que les embriagaban de hambre, sed y calamidad.
Leonel Fernández se alzó con un estilo providencial, heredero de la más funesta tradición autoritaria encarnada por Trujillo y Balaguer, y se alió con los grupos de narcotraficantes de quienes era su testaferro desde la época en que era un servil abogado de la poderosa mafia de la droga en Nueva York.
En la parafernalia que tiene archivada en Washington el antiguo chancelier y alumno de las universidades rusas y americanas, abundan las fotografías de Leonel festejando con los capos de la mafia en Nueva York y las transcripciones originales de testimonios judiciales que lo vinculan con la mafia, a cuyos capos les otorgó privilegios de reyes y príncipes en su corte, con altos puestos en la diplomacia, la marina y la aviación.
Ese no fue el presidente Leonel Fernández por el que mucha gente votó en 1996. Y digo sólo 1996, porque en mi libro "Corrupción y cartelización de la política" (Editorial Académica Española, 2016) analizo con lujo de detalles la mafia electoral y administrativa que, afianzada en la corrupción y la impunidad, permitió la permanencia en el poder de Fernández y su sucesor Danilo Medina hasta las elecciones del 2016. Sobre cuyos procesos hay informaciones periodísticas e informes de Participación Ciudadana sobre la penetración de los carteles de droga en los puestos congresuales y municipales.
El PLD no puede hacer uso de sus escaramuzas corruptas y fraudulentas en el 2020 en unas elecciones que, como analizo en una entrega anterior, deberán hacerse con padrón electoral cerrado fiscalizado por una Junta Electoral decente, justa y probo, cuya honestidad sea puesta a toda prueba por instituciones de observación de la calidad de IDEA dirigida por Daniel Zovatto.
Entonces, la verdad triunfará y la mentira en el poder será desterrada.