No hay tan parecido al camaleón como unas masas contagiadas por la euforia. Un vistazo al pasado nos confirma que un gran porcentaje de esas masas insiste en colocar la cabeza del ex presidente Leonel Fernández en una guillotina pública, pueda que sean de los primeros que dentro de unos años lo aclamen como un hijo pródigo de la impunidad. El largo historial de nuestros entuertos políticos confirma hechos ya recurrentes: Buenaventura Báez, Joaquín Balaguer y ahora Leonel Fernández; éste último como un reducto de la frágil memoria de un pueblo amoldado al solícito recurso de la mentira. Báez tiene record de haber sido aclamado cinco veces presidente y en cada una de ellas aprovechó una desgracia ya endémica: ausencia de esa clase gobernante que ha permitido a que las masas alborotadas aclamen luego a ese líder que siempre espera detrás de la puerta y retorna para repetir una nueva estocada contra la nación.
De ahí que esas masas son como los enamorados: les satisface escuchar las dulces palabras que llegan al oído y les diga, necesariamente, lo que a ellas les agrada; aunque tengan que abstenerse a las consecuencias. Hay que reconocer que pertenecemos a una sociedad sumergida en los estragos de haberse conformado en un capitalismo tardío: no existe aún una fuerza gobernante con conciencia de clase, en una nación atrapada por un precario desarrollo institucional y democrático. Esas masas no están para entender que la sociedad dominicana está secuestrada por una colmena de partidos que han hecho un jugoso negocio corporativo; un negocio amparado en la legalidad de un sistema corrupto y al mismo tiempo infestado de un ejército de adulones, y de mercenarios de la usura democrática. Allí, nadie pude dar un paso al frente, sin haber recibido al menos, un trozo de ese pastel en disputa que es el Estado dominicano. Por ahí leí una frase del canciller Otto von Bismarck: “Nadie llega a la inmortalidad sin haber degustado el codiciado mangar de la impunidad”.
He aquí algunos segmentos de nuestra traumática experiencia. A principio de la década de los sesenta, la clase media dominicana de aquel entonces, se tomó las calles pidiendo la expulsión del presidente Balaguer. Nunca antes la sociedad conservadora dominicana había sido testigo de los insultos hacia un mandatario en desgracia. No obstante, ya había ocurrido algo similar con Báez, luego con Balaguer y ahora con Leonel, quien, por supuesto, jamás va a ser requerido por una justicia cómplice y mucho menos saldrá al exilio.
En 1962, Balaguer sale exiliado hacia Puerto Rico, tierra de su padre y desde allí viaja a Nueva York; exactamente, a Washington Heights, en la calle Pinehurt. Allí, es entrevistado de que sí piensa retornar nuevamente al poder. Balaguer, parco y pensativo responde con una frase salomónica del escritor ruso Iván Turgenev: “En la política sólo los muertos carecen de futuro”. En 1966, Balaguer retorna a Santo Domingo apoyado por los norteamericanos y burguesía nacionalista y esas mismas masas que habían pedido su expulsión, participan efusivamente del matadero público: Balaguer nuevamente gobierna por doce años consecutivos con las manos de un Atila.
En 1978, Balaguer pierde las elecciones y Antonio Guzmán Fernández se juramenta como presidente. Agobiado por la corrupción de un PRD hambriento, Guzmán se suicida. En 1982, Salvador Jorge Blanco seduce a esas mismas masas y las contagia de mentiras y se hace llamar “esperanza nacional”. Repito: las mismas masas que hoy piden a gritos la cabeza de Leonel para luego venerarlo. Y hasta se preguntan frente al espejo roto de nuestra desgracia nacional: ¿Leonel es un ídolo o un mártir?
Poco antes que de Jorge Blanco finalizara su mandato, mi amigo Frank Viñals, prospero empresario de Santiago, fue invitado a visitar a Balaguer que se encontraba en su casa de Woodside en Queens. Para aquel entonces, Balaguer estaba aquejado de falta de circulación sanguínea; lo que ameritaba tener ambas piernas levantadas para logar que el tratamiento fuese más efectivo. Al salir de la casa de Balaguer, Viñals, de inmediato les dijo a sus amigos que ellos estaban locos al proponer para la presidencia a un hombre ya anciano y tan enfermo. Por supuesto que Viñals desconocía dichas masas y los arreglos turbios de la burguesía nacional, amparada por las infaltables botas de los norteamericanos. Bosch, jamás entendió la euforia de esos legítimos reclamos de un pueblo que siempre termina atrapado en un festinado matadero electoral. Balaguer, ciego, anciano y con las piernas vendadas en 1986 hizo nuevamente historia: Volvió y volvió; luego repitió en 1994.
Se qué esto molesta: no tengo dudas de que Leonel seguirá la misma trayectoria de Balaguer en una nación carente de institucionalidad; una nación que amerita de un aseo moral, diría el generalísimo Máximo Gómez Báez. En fin, una sociedad secuestrada en las redes del clientelismo y timada por un semillero de partidos que chupan la sangre del pueblo a través de la Junta Central Electoral.
No hay un sólo dirigente político que no esté salpicado de prebendas, ya sea de dadivas, tráfico de influencia o soborno. Todo un enjambre de chanchullos contra un Estado tan frágil como una cáscara de huevo. Leonel ya superó a Balaguer; supo muy temprano aquella máxima de Julio César de qué política es tres cosas: dinero, dinero y más dinero. Y además, a Leonel le vale un pepino que esas mismas masas griten, griten y griten. Para nadie es un secreto que Leonel es lo suficientemente acaudalado para poner la conciencia de un pueblo saqueado bajo la férula de su propia balanza. Nuestro liderazgo apuesta a que el desprestigio político se apresta a tener tantos rostros como rayos tiene el mismo sol. Leonel ya sabe como poner precio de vaca muerta al matadero público del proceso electoral, en una nación que suele a veces encontrar el tortuoso sendero de la gloria.