El león ruge de nuevo, aunque con menos melenas y garras que la de aquellos tiempos cuando fue el rey de la selva. Ahora lo persiguen varios leoncitos que no le quitan el guante de la cara.

Mientras tanto el domador de leones lo tiene en la mira y con su extenso látigo le suelta de vez en cuando un fuetazo que duele hasta el tuétano.

Nuestro león no se cansó de reinar 12 largos años dejando como herencia un déficit histórico de 8.5% del PIB que hasta hoy estamos pagando. Con su verborrea se convirtió en una especie de faraón, fascinado por la pleitesía, la arrogancia y el poder absoluto. Sus garras se extendían a tal punto que aruñaba con desprecio a cualquiera que se animara a enfrentarlo.

Cuando estaba al filo de perder su dominio de la selva y por miedo a que lo enjaularan, promovió con todas sus fuerzas a un humilde leoncito a quien esperaba controlar y manipular por 4 años hasta que le llegara nuevamente el momento de reinar con más brío. 

Con el tiempo el leoncito se convirtió en domador de leones y comenzó a controlar a todos los animales de la selva.

El león se agacho y decidió recorrer el mundo viendo que sus opciones de volver a coronarse rey de la selva se alejaban. Esperó 6 largos años hasta que vio la oportunidad de volver al ruedo.

Mientras tanto el domador acrecentaba su poder y se convertía en el nuevo paladín de la jungla buscando, como hizo el león, mantenerse con la corona puesta de forma indefinida.

Al ver las dificultades para lograr su objetivo y temeroso de que el león renaciera y se lo comiera vivo con todo y huesos, el domador comenzó a criar varios leoncitos y los lanzó al ruedo buscando frenar las ambiciones de poder del vengativo, furioso y arrogante león.

Los nuevos leoncitos distraen la atención de todos porque son muchos y chillan demasiado. No asustan ni a las hormigas. Amamantados por el domador, estos leoncitos tratan por todos los medios de desprestigiar al león y hacen su mejor trabajo para ser uno de los elegidos por el domador como el potencial y nuevo rey de la selva.

Pero el león no se duerme y lanza su campaña en plena selva atrayendo a muchos animales que antes eran parte de sus dominios.  El domador, cauteloso, observa con preocupación las intenciones del león y ve que sus leoncitos no acaban de crecer para contrarrestar al temido león.

¿Qué hace el domador en este escenario? Que, aun sabiendo las pocas posibilidades de continuar su dominio de la selva a partir del 2020, decide posponer por varios meses su decisión de abandonar su trono, dejando dudas y expectativas y esperando que sus leoncitos, que aúllan como gatos boca arriba, crezcan y se fortalezcan para que uno de ellos enfrente al león. Tarea difícil y casi imposible.

Mientras tanto, la selva se desgarra en lo político, lo social, lo institucional y lo económico. La jauría de buitres que ha criado el domador, se lo comen todo, y su egocentrismo lo ha convertido en otro faraón sin el cual la selva ardería. Con razón el león vuelve a levantar cabeza ya que ve como su domador pierde espacio y poder arrastrado por su ambición continuista.

Pero no olviden que un leopardo de arabia y una pantera del Cibao están al acecho de esta lucha leonina y en busca de espacio para dominar la jungla.