Rudyard Kipling canta en el poema  Una canción en la tormenta. Interpreta en exaltación poética a la tormenta sobre las olas encrespadas que se convierten como si tuviesen alma, y en efecto reproduzco una excitante estrofa:
Asegúrate bien , a pesar de que
las olas y el viento
en reservas guardan ráfagas aún más poderosas,
que las que cumplimos las guardias asignadas
ni por un instante descuidemos la vigilancia.
Y mientras nuestra proa flotando rechaza
cada carrera frustrada de las olas,
canta, sea bienvenida la descortesía del destino
donde quiera que se desvele…
El mundo es una tormenta que azota con sus fuerzas intensas los espacios geográficos y sociales  de estas estructuras dominadas por la injusticia  a que someten crudamente ciertas elites económicas y políticas a los pueblos. Pueblos que con sus voces de truenos suelen tomar en sus manos con arrojo y extrensidades ocasionales, como ha de acontecer en toda explosión social o revolución, el destino de su aspiración ciega por equipararse socialmente con los pudientes y sectores medios que perciben les niegan el mismo derecho a vivir, y no sobrevivir bajo el imperio de la hambruna y la iniquidad.
En la entrada del periodo huracanado del Caribe, donde nos situamos la Isla de Santo Domingo y Haití, dos fenómenos disímiles hicieron su entrada brutal, infundiendo temores en el cuerpo emotivo de los ciudadanos, que espantados de asombro recibieron, en el caso natural, los efectos de la Tormenta Beryl;  agua inundando las barriadas empobrecidas y una noche-madrugada del lunes 9 de junio el cielo dominicano trocandose en truenos y relámpagos persistentes con furor aterrador que impedía el sosiego anhelado de los durmientes de la geografía nacional.
Como en muchos tiempos no sucedía, se oía el tambor de fuego al compás de una atrevida ráfaga de luz penetrando por puertas y ventanas de los hogares para levantar pavor en el concierto de emociones personales, que reaccionan en desvelos. Ha sido una noche de tambor electrizante , donde la naturaleza con su avasallante concentración de energías nos manda su mensaje de truenos para que recordemos su canto ruidoso y doliente por los daños a que sometemos su herido corazón.
Al otro lado de la Isla, en su parte occidental, otra tormenta social, tal como periódicamente se registra en los anales de la historia de esa Nación negra, emerge una explosión electrizante prendida por las manos marchitadas de pobreza y religiosidad matizada por  el Vudu, que derriba plazas y negocios, pega fuego a los vehículos y la ciudad de Petion Ville, (remanso de los ricos) se convierte en una sola antorcha, encendida por el resentimiento y la fuerza bruta que otros han alimentado a fuerza de la más honda discriminación social. Varios muertos, saqueos, incendios, ya preconizados por el poema del poeta Pedro Mir: El gran Incendio. Hemos de verlos en el sentido de alerta cuando a los pueblos se les cierran los caminos de una vida decente abrigada de educación y empleos, cuando la oportunidad no se les abre a la gente para desalojar de sus entrañas la pasión brutal que pudieran albergar de bregar con tanta esclavitud.  "Primero muerto, que esclavo", exclamo con furia un esclavo.
Sacudense las sociedades con sus voces clamando justicia social, a manera como lo prescribe el Sermón de Adviento del dominico Antón de Montesinos frente a las autoridades coloniales de la época. La crueldad presenta su niveles enclaustrada según el estamento social; unos con su brutal respuesta social sin salida a un mundo mejor, empujados a una reacción explosiva, otros  con calidad y vanidad de status exhorbitante, apretando las tuercas con impuestos, subidas de combustibles, exhibiendo a la vista de todos riquezas mal habidas y concentración de bienes y patrimonios, algunos derivados de corrupción, robos y saqueos, en  burlas permanentes que observan los desposeídos. ¡ Cuidado Magino!.
Mirémonos en el espejo de estas tormentas, que son mensajes tortuosos que envían los pueblos como voces estentóreas queriendo decir en lenguaje del poeta ingles Rudyard Kipling: el eco de mi fama se extenderá por toda la gran Isla. En los cristianos, la voz del pueblo, es la voz de Dios.