Las manifestaciones de la cultura y de la creatividad humana tienen códigos, lenguajes o una semiótica particular en la que se traduce su valor comunicativo. Estas formas del lenguaje cultural atípicas, no fundamentadas en códigos del lenguaje convencional podríamos denominarlas, lenguajes semiótica de la cultura, apoyada intensamente en valores simbólicos representativos del hecho cultural puesto en escena.

Así vemos que muchas manifestaciones culturales tiene sus símbolos o lenguajes que transmiten valores, ideologías, sentimientos y sentires, más allá de lo que el símbolo en sí expresa, pues no olvidemos, que estos son en última instancias, arbitrariamente escogidos y asignados con un mensaje determinado por el grupo que lo crea, es ese la semiótica del lenguaje cultural.

La religión posee una gama inmensa de iconos simbólicos y un lenguaje que trasmite una significación para sus adeptos, que a veces no requiere incluso de la palabra, bastan los símbolos para comunicarse. Estos signos simbólicos y su parafernalia, no solo se respetan sino que constituyen su estructura comunicativa y dialógica.

Otras expresiones cultuales también hacen galas de lenguajes simbólicos para transmitir ideas y códigos como el lenguaje del poder político y social, la teatralización y escenificación del arte en sus variados géneros, así como expresiones de la cultura popular entre las cuales contamos con el carnaval.

El carnaval posee sus propias herramientas comunicativas de interacción y representación de un estado de cosas que se traducen, se disfrutan, se consumen y se experimentan desde los códigos explícitos e implícitos de significados.

Como las demás manifestaciones cultuales, el carnaval espera estructurar una andamiaje de interacción y comunicación a partir y en función de sus códigos en lo que llamaríamos el lenguaje propio al carnaval. Por eso al acercarnos a una de sus maneras de actuación, inmediatamente notamos una parafernalia propia, que a la vez que divierte, comunica su manera y con apoyo semiótico evidente, ideas, sentimientos, visiones y reacciones de la sociedad, la cultura y sus gentes.

Es precisamente este código o lenguaje el que debe en todo momento ser respetado por quienes hacen del carnaval un espacio de divertimento, sátira, y rupturas con el mundo ideal, el mundo normalizado por reglas y restricciones sociales que matan la espontaneidad del ser y reproducen sus angustias y letanías de vida.

Ese momento se entiende como el tiempo en que todo puede ser dicho, escenificado y representado de forma contraria a la manecilla del reloj social. Esa permisión, aunque de corta duración, intensifica los momentos, las vivencias y el disfrute del morbo humano, que termina generando una catarsis que se expresa en una descarga emocional, capaz de producir emociones intensas y liberación de tensiones que permite que los pueblos continúen su discurrir, a pesar del dolor, las desigualdades, los sufrimientos y las penas, al menos, unas horas nos liberamos de su pesar.

Para ello el carnaval crea un lenguaje en que lo que se comunica, no es al margen de sus códigos grotescos, estéticos, visualmente expresivos, deformados y ridículos en que se enfrenta la estética y el lenguaje del carnaval, con la estética y el lenguaje institucional, para comunicar, con sus códigos propios, ideas, insatisfacciones, burlas, críticas y s sátiras, al poder establecido, la orden que norma a las sociedades y a su visión y fundamentación en que se justifica, esa desigualdad, en que actúan estos actores del poder, del orden social y de la doble moral en que siempre marchan los pueblos, entre un rostro social, y un rostro oculto.

Lo que sucede es que el carnaval, es cómo contar la historia, con un instrumental, una parafernalia y un lenguaje diferente al académico, al poder establecido, a la iglesia, al de los intereses de una sociedad. Sólo con el lenguaje que permite el carnaval, se crea la gracia para decir, lo que en otro momento, no se puede.

Aprovechar la permisión social del carnaval, para poner el mundo patas arriba, implica talento, ingenio, creatividad, gracia, colorido, ritmo, una estética en contrapunto a la institucional, y es todo eso lo que llamamos lenguaje del carnaval, lo otro son discursos descontextualizados del motivo convocante y panfletos, propios de las marchas políticos, sin creatividad y sin códigos propios, que desvirtúan la naturaleza de la festividad, que también debe ser profundamente crítica y divertida, además de artística y auténtica.